Música

Bruce Springsteen y Barcelona se aman una vez más

El músico renueva su romance con la ciudad con una actuación generosa y un repertorio renovado

BarcelonaLas cosas como son, fue un poco extraño reencontrarse con Bruce Springsteen y la E Street Band sólo un año después y en el mismo escenario, el Estadi Olímpic Lluís Companys. Los del año pasado fueron los primeros conciertos en Barcelona después de siete años sin actuar en la ciudad, el paréntesis más largo desde el septenio que va del debut en el Palau d'Esports –inmortalizado por Francesc Fàbregas en el libro de fotografías Bruce Springsteen. Barcelona 1981, que acaba de publicar Milenio– y el show en el Camp Nou de 1988. Hace un año vimos por primera vez a un Springsteen septuagenario que asumía su mortalidad y entonaba lamentos fúnebres por los amigos que ya no están. Todo ello hizo al público más consciente que nunca de la finitud del milagro que son los shows maratonianos de la E Street Band y tiñó aquellos dos conciertos de un sentimiento agridulce, eufórico por el reencuentro anhelado y melancólico por la despedida que se empieza en intuir.

Repetir la jugada un año después, cuando todavía no se han secado las emociones, tiene un punto arriesgado, casi anticlimático. Era un reto, y Bruce Springsteen lo afrontó con una de sus grandes armas: un repertorio amplísimo de canciones, lleno de cajones para buscar y rebuscar hasta encontrar la melodía que te hace estallar el corazón y que no escuchabas desde hacía muchos años. Para algunos, quizás fue la balada My hometown, el reverso nostálgico del lugar donde creciste que cierra el ciclo del chico que se afanaba por escapar de su pueblo, fuera como fuese, porque estaba lleno de perdedores. Para otros, muchos, fue I'm on fire, la canción más directa y urgente que ha escrito Springsteen sobre el deseo. O incluso aquel She's the one del Born to run que pide prestado el ritmo sincopado de Bo Diddley. No importa cuál sea la canción: en un concierto de Springsteen se ve a menudo gente que se abraza al empezar un tema, o que escribe un mensaje a los amigos para compartir el momento, y casi siempre es por apariciones pequeñas y fugaces en el repertorio que no veías venir.

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Si la gira de 2023 tuvo un repertorio más o menos fijo, con puntuales entradas y salidas de temas, el de esta gira se ha flexibilizado mucho, sobre todo en la primera parte. Sin embargo, revisar los set lists de los tres conciertos de la semana pasada en Madrid ya proporcionaba algunas pistas de lo que finalmente fue el concierto de ayer, que empezó con 10 minutos de retraso que provocaron un murmullo de inquietud entre las más de 58.000 personas que llenaron de hasta los topes Montjuïc. “Hola, Barcelona! Com esteu?”, saludó en catalán antes de atacar a un Lonesome day que se ha ganado el honor de abrir los últimos conciertos de la gira. Buen sonido y una voz que llegaba sin problemas a los agudos de un Cover me con menos tormenta eléctrica que en otras épocas. Elecciones curiosas, las de esta primera parte, como el homenaje a la radio que incluyó en el disco Magic, Radio nowhere, i el My love will not let you down de su reunión con el E Steet Band o el Seeds que descubrimos en Live 1975-1985.

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El Estadio Olímpico, un gran karaoke

Un comienzo sin hits, sacando pecho de la banda y el fondo de armario del cancionero, hasta que el grito de insurrección de No surrender hizo levantar los puños y romper las voces en el Olímpic, y una intensa Darkness on the edge of town encendió las luces de miles móviles. Y qué se puede añadir cuando suena el piano de The promised land y Springsteen baja a cantar con rabia “Mister I ain't a boy, no I am a man, and I believe in the promised land” con las primeras filas, o cuando Hungry heart o Because the night (con el gran solo de un Nils Lofgren entregado) convierten el Estadi Olímpic en un karaoke. Springsteen gestiona la popularidad de su repertorio más comercial con un sentido del espectáculo que prioriza la comunión entre público y artista, aunque sufrimos un poco cuando cedió el micrófono a una niña de las primeras filas que no salía adelante con la vuelta de Waiting on a sunny day. “Venga, puedes hacerlo”, la animaba Springsteen, siempre optimista, siempre generoso.

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Con los años, Springsteen se ha convertido en un trovador de su propio repertorio, que a veces canta con mucho respeto y sentimiento. Lo hizo con un The river riguroso y un punto Johnny Cash que acabó entre aullidos nocturnos, o con un Backstreets muy sentido. También se suelta y mueve las caderas cuando rescata el Nightshift de los Conmodores de su disco de versiones de soul, una cita fija en el repertorio de esta gira. Pero siempre llega un punto, consumidas ya las dos horas, en el que se acaban las versiones y las sorpresas: es la fase imperial del concierto, cuando Springsteen pone la directa encadenando clásicos como un Badlands extraordinario o un Thunder road que, como decía Van Zandt hace unos días, tiene más sentido ahora que hace 50 años, sobre todo cuando Springsteen dejó que el público cantara el verso “we ain't that young anymore”.

Y poco queda por decir cuando arrancan los bises y suena un potentísimo Born in the USA. “¿Por qué encienden las luces del estadio durante todos los bises?”, me preguntaba un amigo que vio el tercer concierto de Madrid. Quizá sea para que nos miremos y nos veamos las caras de felicidad, porque es lo único que sientes cuando Max Weinberg hace ese redoble de batería y empieza Born to run, o cuando el saxo de Jake Clemons anuncia que es el momento de recordar a los amigos que se marchan, pero nunca del todo, el momento de Bobby Jean y de gritar “we like the same músico, we like the same bands”. El éxtasis continúa con la pletórica Tenth avenue freeze out, la cima soul de la E Street Band y el homenaje a los compañeros de armas caídos. Llegados a este punto, te tragas a gusto la pachanga de Twist and shout y el teatrillo de Springsteen con Max y Stevie, tan payasos o más que él, que ensaya pasos de bailes y malabarismos con la guitarra. Qué feliz parece haciendo el burro, y qué feliz parece el público con él. ¿Reproches al populismo de Rockin' all over the world? ¿Después de más de tres horas de concierto? Ninguno. Hemos venido a jugar.

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¿Qué espacio deja el concierto, sin embargo, para el disco que en teoría presenta? Los temas de Letter to you llegaron con cuentagotas a partir de la media hora, cuando Ghosts escenificó la camaradería de una E Street Band donde todo el mundo tiene su momento para lucirse, desde el consigliere del rock Steve Van Zandt hasta un Clemons que hace años que se ganó por derecho propio a los galones que heredó de su tío. “¡Os amamos!”, dijo Springsteen antes de otro rescate de su último disco, el canto al poder de la música The power of prayer, y se probó una camiseta que decía esto precisamente, “¡Os amamos!” La emoción se desbordó con el lamento del superviviente Last man standing, precedida del discurso subtitulado al catalán que ya hizo el pasado año. “El dolor por la pérdida de un amigo es el precio que pagas por haberlo querido bien”, dijo Springsteen, que ha sabido querer muy bien a Barcelona todos estos años. Ayer, de nuevo, la ciudad y el músico renovaron sus votos. Y por muchos años.