Un día en el mejor festival de Cataluña: el Càntut
Cassà de la SelvaLa cuestión no es ser optimista o pesimista, sino trabajar. El optimista que no hace nada por salir adelante es tan inútil como quien, empapado por el derrotismo, tira la toalla. Hablaba de ello el sociolingüista Isidor Marí a propósito de la situación de la lengua en Ibiza, pero es aplicable a casi todo. Hacer trabajo, como el que hace el Cántuto, el festival de canciones de tradición oral de Cassà de la Selva, desde 2016. Marí intervino desde el público en una charla sobre el canto redoblado ibicenco, canto rítmico magnético que el dúo L'Arannà inserta en una de las propuestas artísticas más interesantes del momento: tradición oral y presente electrónico combinados para emocionar. Era una de las actividades de la novena edición del Càntut, que se ha celebrado del 14 al 16 de noviembre. El Cantuto, el mejor festival del país.
Pongamos que llegas a Cassà de la Selva el sábado 15 hacia el mediodía. En la plaza de la Coma, la yema del huevo de la villa alcornocal, está el tintineo de la hora del vermut, que convive con las canciones del grupo ampurdanés Akoblats. La música está integrada en lo cotidiano. Hacia ambas, la Entidad Gastronómica ya tiene las tablas paradas en Can Quirze. Los participantes van llegando a la comida de cantadores y cantadoras. Este año, el periodista David Fernández hace de anfitrión de la cuarentena de comensales; por tanto, le corresponde abrir el turno de cantos. Como se acerca el 50 aniversario de la muerte de Franco, elige el poema ¡Final!, de Joan Brossa: "Rata de la peor delincuencia, te caía otra muerte con violencia, el fin de tantas desde ese julio".
David Fernàndez y Quim Carandell
Ensalada, tortilla, mejillones, caracoles y fideos en la cazuela alimentan la conversación. Fernández gestiona los turnos con protocolos invisibles. El cantador sólo tiene que golpear la copa, levantarse y cantar. Una abuela canta La vieja rueca, que habla precisamente de trabajar, de honrar la dignidad del trabajo; se derrama más de una lágrima de emoción. Una chica enmudece la sala refilando una habanera. El dúo Folk y Ceniza anima el postre con jotas ebrencas. También canta Carol Duran, ahora directora general de Cultura Popular y Asociacionismo Cultural, pero antes, y siempre, violinista de grupos como La Carrau. Quim Carandell, el cantante de La Ludwig Band, es uno de los que quedó encaterinado por el Càntut desde que actuó en el 2022. A media comida, Carandell se levanta para reivindicar que el autor de La canción de las balanzas que popularizó Ovidi Montllor es su abuelo, Josep Maria Carandell. La canta con Fernández en la guitarra. Y como en el resto de canciones, canta todo el mundo.
Quim Cadanet, de la Entidad Gastronómica de Cassà de la Selva, ilumina la hora del moscatel, la ratafía y el café con El séptimo cielo, de Sisa, y con una canción dedicada a Josep Capdevila, el Dinámico, un ilustre personaje de Cassà. Igual de ilustre es el hombre más viejo de Espolla de la canción de La Ludwig Band, que también interpretan a otros cantadores.
Francesc Viladiu, el programador del festival, entra y sale del comedor simplemente para constatar que todo fluye. Efectivamente, fluye, porque todo lo que ocurre en el festival está hecho con cuidado, criterio y sensibilidad, ajeno al postureo. Lo más interesante del Càntut es la forma de presentar las músicas tradicionales, con tanta naturalidad, sin códigos museísticos ni forzando los maridajes, pero poniendo sobre la mesa una lección evidente: las canciones nos contaban ayer, nos cuentan hoy y lo harán mañana. Qué herramientas más poderosas.
De los comensales, unos cuantos están presentes después en la charla sobre el canto redoblado en el auditorio de la biblioteca y también en los conciertos en el patio de Can Trinxeria y en la sala del Centro Recreativo. En la plaza, mientras unos hacen el café y otros van al supermercado o simplemente pasean, alumnos del instituto de Cassà bailan la coreografía a propósito de Montañas del Canigó que han trabajado con Santi Serratosa. El Càntut, como deberían ser todos los festivales, es mucho más que una sucesión de conciertos con barra.
Las canciones de Víctor Català
En Can Trinxeria, el músico Sanjosex y el escritor y antropólogo Adrià Pujol despliegan el espectáculo-tertulia inspirado en el Cancionero del Empordà compilado por Lluís Albert, sobrino de Víctor Català, a partir de la tradición familiar. El dúo lo propició la feria Indilletres de la Bisbal de Empordà, y poco a poco se esparce por todas partes. Anécdotas familiares, inteligentes miradas a la descomunal obra de Víctor Català y consideraciones antropológicas diversas se alternan con las canciones que interpreta Sanjosex, que preserva el pellizco emocional en la voz. También canta Montañas de Canigó, que es la canción leitmotiv de esta edición del Cántuto. El público, por supuesto, llena la carpa. También está llena la sala del Centro Recreativo, a la que se accede atravesando el casinet que por la noche acogerá la gran cena culminada con "el postre de músico" del grupo Grana y Moscatell.
En Can Trinxeria también actúa Terrae, el dúo de Flix formado por Genís Bagés y Andreu Peral. Con herramientas del presente –la electrónica– y tradicionales–percusiones ancestrales, guitarra y voz–, cantan a la dignidad ebrense: en las penurias, en la memoria republicana, en el vapor de Ascó que "ilumina toda Catalunya" ya las ganas de fiesta –con ritmo de pasodoble–. El directo, con un Andreu Peral que canta y se mueve como si Nanni Moretti fuera un maestro sufí, ensancha el impacto del disco Nuestro grano. "Ha merecido la pena hacer tres horas y media en coche", dice Peral, admirado por la respuesta del público. El Cántuto propicia que el público cante y acompañe a los músicos, siempre a tono, siempre por lo que no resulta intrusiva.
En la sala del Centro Recreativo se vive uno de los momentos musicales del año. Como ocurrió en la Feria Mediterránea de Manresa en la presentación del proyecto Turmarino, el dúo L'Arannà tiene delante a un público derecho que aplaude con el entusiasmo que sólo se dedica a lo que te ha tocado el alma. La ampurdanesa Anna Sala y la ibicenca Lara Magrinyà reviven el canto redoblado en un contexto musical actual, pero huyendo del pastiche anecdótico. Por el contrario, aprovechan la fuerza magnética del canto ibicenco, el mantra primordial, para emocionar aquí y ahora. Hay, claro, un compromiso artístico de altísimo vuelo, también en la interpretación y la puesta en escena. El bis tiene un valor añadido. Entre el público se encuentran Isidor Marí y Víctor Planells, miembros del legendario trío ibicenco Uc. Arannà les invitan al escenario, y los cuatro cantan Yo tengo una enamorada. Podían ser abuelos y limpias. Están cantando juntos, y con el público.
Extensión natural del archivo Cantut que reúne grabaciones de canciones de tradición oral, el festival organizado por la promotora banyolina Alter Sinergies fue reconocido con el Premio Nacional de Cultura en 2022. Más que debería ganar. Vaya, aunque sea una vez en la vida.