Mujeres detrás los festivales: "El machismo en el mundo de la música sigue existiendo"
Los principales festivales de música y artes escénicas del país tienen al frente muy pocas mujeres. Tan pocas que se pueden contar con los dedos de una mano. Hablamos con las que están, las pioneras: Judit Llimós, Montse Faura, Anna Giribet, Marion Betriu y Gemma Recoder.
Según todas las estadísticas, las mujeres son las que llenan teatros y salas de conciertos, las que leen libros, van al cine o visitan museos. En algunos campos, como en los clubes de lectura de las bibliotecas de Barcelona, representan hasta el 80% de los inscritos. Pero si miramos quién manda, quién es la cara visible de muchas instituciones, podemos decir que las mujeres escasean. Y, si nos fijamos concretamente en los grandes festivales, la cosa va a peor. De hecho, habíamos planteado este reportaje inicialmente para hablar de las mujeres en los festivales de música de verano y hemos tenido que ampliarlo a las artes escénicas y darle un alcance temporal más grande para que al menos haya cinco.
Se produce, además, la paradoja que, cuanto mayor es el festival, menos posibilidades hay de encontrar a una mujer al frente. Según el informe Algunes dades de gènere i cultura, publicado por el Instituto de Cultura de Barcelona en 2021 y que recoge cifras de 2019 y 2020, el 59% de los festivales barceloneses que registran más de 20.000 asistentes están dirigidos mayoritariamente o solo por hombres, el 27% son paritarios y solo en el 14% hay mayoría femenina. Cuanto más pequeño y nuevo, más fácil es encontrar una directora o directoras.
La regla también dice que las mujeres que encabezan los festivales de música y artes escénicas del país son las primeras que ocupan el cargo, lo que es extensivo a muchas equipaciones. Es el caso de Judit Llimós (Guitar BCN), Montse Faura (Festival de Torroella), Anna Giribet (Fira Tàrrega) y Marion Betriu (TNT). Gemma Recoder es la directora de Canet Rock desde su renacimiento, en 2014. Hay muchos lugares donde nunca ha mandado una mujer.
Todas tienen 40 años o más y han tenido que luchar mucho para ocupar el cargo que ostentan. Han tenido que enfrentarse a situaciones complicadas con los hombres, han tenido que hacer evidente su autoridad, han tenido que demostrar que no están donde están solo porque son mujeres, sino también porque son buenas. Y han enseñado al mundo que saben colaborar más y mejor con el entorno artístico y que se puede mandar de otro modo.
“Quiero mujeres en los ciclos donde trabajo”
Con más de veinte años de trayectoria en la industria musical, Judit Llimós puede explicar todo tipo de historias. Empezó en Fila7, pasó a Mas i Mas, dirigió la sección de músicas modernas del Auditorio y, desde 2011, trabaja en The Project y es la directora del Guitar BCN. Tiene, dice, “mil anécdotas”, desde el jefe que la morreó con lengua sin previo aviso cuando tenía 25 años a los mánager que quieren hablar “con quien manda” cuando le devuelven una llamada. “Las canas hacen que te respeten algo más, pero el machismo en el mundo de la música ha existido y sigue existiendo”, asegura.
“Las mujeres de mi generación hemos normalizado cosas que no son normales”, asume Llimós, que ve como las más jóvenes, por suerte, suben de otro modo. Tiene la esperanza de que pronto no serán minoría, puesto que ve que “cada día hay más mujeres que quieren trabajar en el mundo de la música”, en todos los roles, incluso aquellos que parecían solo aptos para hombres, como los técnicos.
Que ella sea una mujer hace que programe de manera diferente. Por ejemplo, está preparando un ciclo únicamente femenino de cara a otoño en el Palau Robert. “Hay muchas mujeres y chicas con cosas que decir a pesar de que estoy segura de que me criticarán”, señala. Todavía, aun así, no le ha llegado el día en el que, cuando diseña un festival, tenga que decirse que necesita hombres para que sea paritario. “La paridad me sale sola porque quiero mujeres en los ciclos donde trabajo”, asegura.
Llimós está orgullosa de haber dado impulso a muchas artistas. Recuerda, por ejemplo, que programó a Rosalía en Luz de Gas en 2017 y que en 2019 ya la llevó al Palau de la Música. También apostó fuerte por Rozalén o Russian Red. Y, más recientemente, explica el caso de Judit Neddermann. El año pasado, con las limitaciones de la pandemia a la orden del día, decidió programarle dos sesiones en el Barts. Ella no estaba segura y acabaron llenándolos. “El año que viene harás un Palau”, la avisó. Y así fue: este año puso a 1.700 personas a través de una estrategia ideada por un equipo totalmente femenino. “Esto no tiene precio”, exclama.
“El feminismo no puede convertirse en una imposición, sino que todos tendríamos que ser feministas, tendría que ser una cosa que lleváramos todos dentro”, dice Llimós.
“Las mujeres que salen ahora son más libres y tienen menos miedo”
Para Marion Betriu, las mujeres dirigen de otro modo. “Las mujeres de mi generación están muy abiertas al diálogo y a la colaboración y damos más importancia al artista a diferencia de los directores de la vieja escuela que miran más por el mérito del programador: no es tanto tener un estreno absoluto, sino trabajar por el artista”, asegura. Después de ser directora del desparecido festival Frinje de Madrid y ocupar la subdirección de los Teatros del Canal madrileños, Betriu hace dos años que llegó al festival de nuevas tendencias escénicas de Terrassa en sustitución de Pep Puig, el hombre que la impulsó y todavía ahora tiene que justificar por qué está allí. “Te dicen que no te han cogido porque seas mujer, pero te hacen saber que promueven la paridad y, cuando te nombran, remarcan que eres mujer, sin decir que también eres buena, lo que no ayuda mucho”, explica.
“Tener credibilidad cuesta”, señala. “Cuando eres mujer y joven te ponen más en entredicho, puesto que todavía hay mucho paternalismo y tienes que tener mucha energía y muchas ganas para salir adelante”, añade. Betriu dice que en el TNT esto no pasa, gracias al hecho de que son un equipo pequeño y el contacto es muy fluido y sincero. “Con los liderazgos femeninos suele haber estructuras menos jerárquicas, menos personalistas, más horizontales”, indica.
Betriu deja claro que no usan cuotas ni miran al por menor cuántas mujeres y cuántos hombres pasan por el TNT. Cuando se trata de creación escénica contemporánea, sabe que las chicas tienen un papel muy destacado. “Ahora están saliendo mujeres que veo más interesantes y que son más libres, más valientes, que arriesgan más e innovan más, con lenguajes que son más singulares y genuinos”, explica. ¿Quizás porque tienen menos que perder? “No lo sé, pero sí que salen más libres y tienen menos miedo”, destaca.
Ella es consciente, no obstante, de que el caso específico de la cultura, donde hay pocas mujeres al frente de los proyectos, no es una rara avis, que el mundo es así. Dice que ha costado mucho que lleguen a lo alto de la pirámide porque “las mujeres ocupan lugares secundarios, donde siempre hay más mujeres trabajando”. En el Instituto de Cultura de Barcelona, por ejemplo, el 61% de los trabajadores son mujeres.
“Las mujeres no son tan conocidas porque no tienen los espacios para llegarlo a ser”
Gemma Recoder se puede colgar la medalla de haber conseguido un hito insólito, puesto que reunió todos los grandes festivales musicales del país, todos dirigidos por hombres, para hacer el experimento Festival por la Cultura Segura, que congregó a 5.000 personas en el Palau Sant Jordi. Intentaba probar qué pasaba si, en plena pandemia, organizaban un concierto de Love of Lesbian con medidas anticovid. Y no es nada fácil que Sónar, Cruïlla, Vida Festival, Primavera Sound, Canet Rock y la promotora The Project quieran hacerse una foto juntos. Cree que quizás arrasó en el intento porque, precisamente, es la única mujer al frente de un gran festival de música.
Música de formación convertida en promotora, ha tenido que batallar toda la vida contra los estereotipos de género. Cuando cantaba, tenía que soportar que el batería no aceptara que le dijera que tenía que cambiar el tempo. Y en el último Canet Rock, cuando llegó la ambulancia porque una chica se había roto el tobillo, tuvo que remarcar, a quien buscaba “al director” ante sus narices, que la directora era ella.
En Canet Rock, dice, trabajan más mujeres que hombres y el público es femenino en un 65%. Aun así, ha recibido muchas críticas porque la presencia de artistas en el escenario no es muy paritaria. “Siempre intentamos poner más, pero es difícil encontrar para el gran formato”, se excusa. “Las mujeres no son tan conocidas porque no tienen los espacios para llegar a serlo: es un pez que se muerde la cola”, añade.
No obstante, cree que pronto la balanza se equilibrará porque ve como están naciendo muchas bandas femeninas de música festiva, el ADN de Canet Rock. Pone el ejemplo de la Balkan Paradise Orchestra, “todo un fenómeno”. O de Roba Estesa y Pupil·les. No esconde que le encantaría tener a Rosalía en el cartel, pero no se lo puede permitir, dice. Y tiene cierta envidia del Cruïlla, donde Rigoberta Bandini hará la actuación estelar del verano. ““Antes, las mujeres solo estaban abajo, en el público, y ahora no solo ven mujeres cantando, sino que están en todas las posiciones, como Roser, la bajista de los Catarres”, señala.
Recoder también puede presumir de haber convertido Canet Rock en el primer festival que firmó, en julio de 2019, un protocolo de actuación con la conselleria de Interior que compromete a todos los trabajadores y trabajadoras del certamen en la prevención, detección y actuación contra las violencias sexuales.
“Las mujeres tienen discursos más punkis”
Hay directoras que, cuando llegan al cargo, tienen que cambiar la casa de arriba abajo, pero otras, como Anna Giribet, que lo tienen todo de cara, gracias al hecho de que su predecesor, Jordi Duran, “tenía mucha sensibilidad” respecto a la paridad. Fue él quien la hizo su mano derecha durante los ocho años que dirigió Fira Tàrrega, cuando ella era economista de formación y tenía una vida cómoda en la Agencia de Residuos de Catalunya. Pero había practicado el teatro amateur de adolescente y el gusanillo la pinchaba tanto que estaba estudiando un posgrado en gestión cultural. Siendo de la comarca, todo apuntaba que tenía que acabar en el festival de artes de calle más importante del Estado.
Justo es decir que en Catalunya el teatro de calle, históricamente, ha sido muy masculino. La Fura dels Baus, pioneros, era y es una compañía totalmente masculina, por ejemplo. Pero en los últimos años el panorama ha cambiado y ellos, dice, tienen la paridad “en el ADN”. Su primera Fira Tàrrega como directora, en 2019, la inauguró con Ada Vilaró, “un referente”. Y cita a la compañía Kamchàtka y Eléctrico 28 como muy femeninas. Sabe, sin embargo, que han perdido el “gran formato” aunque el pequeño formato haya sido siempre suyo.
Giribet, remarca, no tiene ningún afán de dejar huella, una cosa muy masculina, pero sí que le gustaría que hubiera más obras pensadas para la calle, un terreno, por cierto, que es “más agresivo para las mujeres, más violento”. Esto se deja ver en muchas de las creaciones de las artistas que van a Tàrrega, que “tienen discursos más punkis que los de los hombres”.
A ella le preocupa que el feminismo se convierta en un nicho de mercado, muy encajado dentro del neoliberalismo. “El patriarcado es una construcción histórica que ha sido instaurada desde hace mucho tiempo”, apunta, y a su generación le corresponde empezar a derrocar muros. Habla de “la sororidad” que diferencia las gestiones femeninas de las masculinas, donde lo importante es la suma, la colaboración. “Pero no podemos convertir los panes en peces”, afirma, queriendo decir que no podrán cambiarlo todo de golpe.
“Conciliar la vida personal y la familiar es muy difícil”
Si hay un mundo industrial y artístico donde encontrar a una mujer es tan raro como localizar una palmera en Siberia es el de la clásica. Las grandes instituciones barcelonesas (Liceu, L'Auditori y el Palau de la Música) están lideradas por mujeres. Los grandes compositores y directores son hombres. Todavía hoy. Por eso la silla de Montse Faura como directora del Festival de Torroella es excepcional. Hace una década que está y su presencia no es nada anecdótica, sobre todo para un certamen que este año llega a la 42.ª edición.
Faura deja claro que cada año de festival son como dos de vida y, por lo tanto, “cuando estás al frente de un evento de esta medida, conciliar la vida personal y la familiar es muy difícil”. Habla de “renuncias personales muy grandes”, especialmente cuando sales de casa por la mañana y no vuelves hasta pasada la medianoche. Dice que este no es un tema que salga mucho, pero que se tiene que tener mucho en cuenta cuando nos referimos a cuestiones de paridad en la gestión de la cultura.
Su generación, apunta, es la que ha impulsado el cambio. A ella no le gusta mencionar cuotas ni cuantificar el número de hombres y mujeres que pasan por Torroella, pero sí que dice que el 85% del personal del festival son mujeres y que todos los cargos de responsabilidad, salvo uno, están ocupados por mujeres. Cita la compositora barcelonesa Raquel García-Tomás y la directora provenzal Amandine Beyer como dos mujeres a quienes ha impulsado tanto cómo ha podido, así como la primera violín Alba Roca. Faura fue de las primeras mujeres que tocaban el trombón. “En los últimos 30 años han cambiado mucho las cosas: se está produciendo una pequeña revolución”, asegura.
Pero la clásica catalana peca, a menudo, de conservadora y, asegura, es muy difícil salir de los Mozart y Beethoven. Desde Torroella ha podido arriesgar, puesto que la base del festival son los 500 socios de las Juventudes Musicales de la localidad ampurdanesa. “Son 500 personas que vienen a ojos cerrados y que creen en el criterio del festival”, apunta Faura. “Siempre hacemos apuestas con artistas que después se han consagrado”, añade. Y se han atrevido con los nuevos formatos, como podremos ver, por ejemplo, este año con Extinción, pieza creada por la compañía teatral Agrupación Señor Serrano a partir de Missa de batalla / Misa pro defunctis de Joan Cererols.