Post Malone en el Estadio Olímpico: luz, fuego, country
El cantante estadounidense despliega todo un arsenal musical y pirotécnico pero no logra llenar el Lluís Companys
BarcelonaParecía el Piromusical de la Mercè, pero era el final del concierto de Post Malone en el Estadi Olímpic Lluís Companys: fuegos de artificio disparados en el cielo de Montjuïc mientras el cantante estadounidense alargaba Congratulaciones y recibía una ola de entusiasmo del público. Satisfacción, pues, después de una hora y tres cuartos de actuación en las que Austin Richard Post, de 30 años, confirmó el peso del country en su propuesta, sobre todo a raíz del disco F-1 Trillion (2024), aunque siempre ha estado más o menos presente en algunas canciones. "Del padre me venden el rap y el métal, y de la madre, el country", explicaba hace unos años este artista nacido en el estado de Nueva York, criado en Dallas y residente en Utah.
El country fue el hilo cultural del show, tanto estéticamente, con una escenografía que recordaba una versión XXXL de una máquina tragaperras inspirada en el rodeo, como musicalmente, con una banda muy eficiente en todos los colores, incluidos los del violín, el banjo y la pedal steel guitar. Además, Post Malone iba vestido con vaqueros, camisa clara y una hebilla enorme, como el Bradley Cooper de la película A star is born pero con tatuajes en la cara. Elatrezo lo completaba un cigarrillo en los dedos y un vaso rojo, compañeros inseparables mientras paseaba por la pasarela que dividía la pista del estadio.
Aparte de la juerga vaquera de Pour me a drink (repartió cervezas entre el público) y Dead at the honky tonk, lo más interesante del factor country es la forma en que fluye en la parte del repertorio más conectada con el hip-hop, incluso en canciones como White Inverson y Sunflower. Con este ejercicio estilístico, Post Malone destaca como singular vocalista: rapero melódico que arrastra la voz para hacer más dramática Hollywood's bleeding (que cantó tumbado y retorcido) y cantante de baladas inflamadas como Y fallo aparte y Y ain't comin' back (ambas interpretadas a pie de pista), Feeling whitney (solo tocando la guitarra acústica) y Stay (en la que invitó a un espectador a tocar la guitarra). También utiliza trucos de rock de estadio, como potenciar la épica desbocada de Rockstar con petardos y llamaradas o ceder la voz al público, tal y como hizo hacia el final del concierto en Y had some help, uno de los momentos más pletóricos de la noche junto con Better now, que interpretó en el primer bloque. Post Malone no brilla siempre con la misma intensidad en un show en el que acaba exhausto, a veces el encaje del country desnaturaliza algunas canciones, pero tiene un gran sentido del espectáculo y transmite la sensación de estar entregándose al público incondicionalmente.
La conexión involuntaria con el Barça
Estrella con decenas de récords de ventas y reproducciones desde que publicó el tema White Inverson en el 2015, sin embargo, no logró llenar el Estadio Olímpico (con entradas que el viernes se vendían a casi 100 euros). De hecho, quedó muy lejos del aforo de 55.000 espectadores. La promotora Live Nation no ha facilitado su asistencia, pero probablemente no llegaba a las 30.000 personas. Tampoco está llenando en el resto de fechas del segmento europeo de esta gira, The Big Ass. Puede parecer un fracaso en una época en la que el éxito lo dirime la dictadura del sold out, pero en Barcelona reunió a miles de personas, tantas como para hacer inviable el traslado del concierto al Palau Sant Jordi y que el Estadi Olímpic saliera al rescate de la falta de previsión del FC Barcelona, que al no tener a punto el nuevo Camp Nou debe jugar contra el Valencia en el Johan Cruyff, el campo para 6.000 espectadores donde juega.