"El nazismo fue muy potente tanto en Estados Unidos como en Inglaterra"
Thomas Snégaroff reconstruye la vida de Ernst 'Putzi' Hanfstaengl, pianista y confidente de Hitler
BarcelonaLo que más deseaba Ernst Hanfstaengl (Múnich, 1887-1975) era gustar a Hitler, hablarle al oído y que el líder nazi lo escuchara. Hitler lo toleraba a ratos y estaba fascinado por su mujer, Helene. A Hanfstaengl, que irónicamente se lo conocía con el nombre de Putzi (significa hombrecito en bávaro y él hacía casi dos metros), este enamoramiento platónico le iba la mar de bien: sabía que Hitler no intentaría nada carnal con ella porque le repelía el contacto físico. Cuando Putzi tocaba Wagner al piano, Hitler, obsesionado con el compositor alemán, entraba en tránsito. Medio alemán, medio norteamericano, y graduado en Harvard, Putzi fue amigo de Hitler, y después informante del presidente norteamericano, Franklin D. Roosevelt. A partir de este personaje, que a ratos parece un bufón, a ratos un manipulador y un seductor, y en algún momento un estratega que asesora a Hitler, el historiador y periodista francés Thomas Snégaroff explica en Putzi. El confidente de Hitler (Seix Barral) la fascinación que ejercía el líder nazi y cómo muchos países toleraron el antisemitismo de Hitler.
"Este punto es muy importante en el libro", explica el autor. De hecho, Snégaroff topó con el nombre de Putzi mientras investigaba para escribir un libro sobre el nazismo en Estados Unidos. Putzi volvió a Harvard el 1934, por el 25.º aniversario de su promoción, y "se dio cuenta de que el odio hacia los judíos de Hitler no era ningún problema", dice Snégaroff. De hecho, aquellos años en Princeton y Harvard se restringió la entrada de estudiantes de origen judío porque se creía que su presencia echaba a las familias blancas, anglosajonas y protestantes. "En aquel momento Putzi fue un invitado de honor y todo el mundo sabía que era un dignatario nazi", detalla el autor.
"Estados Unidos fue el primer país donde hubo una gran manifestación para celebrar la llegada al poder de Hitler –explica Snégaroff–. Madison Square Garden estaba lleno de banderas nazis el 1936 y, al mismo tiempo, se hacía una parodia de juicio a Hitler". Especialista en política norteamericana, el autor ofrece a través de Putzi otra mirada sobre los Estados Unidos: "Quería romper esta idea de que Estados Unidos siempre ha estado contra el fascismo y es el país de la democracia y de la libertad. El nazismo fue muy potente tanto en Estados Unidos como en Inglaterra".
Buscar el consuelo en Hitler
El personaje de Putzi también permite al autor intentar explicar cómo buena parte de un país se dejó fascinar por Adolf Hitler. Putzi no era un ideólogo, lo que lo embriagó no eran las ideas políticas, sino más bien las emociones. Lo dio todo por Hitler: contactos, información, dinero... "Es mi vida, A.H.", se repite a lo largo del libro. "Hitler fue feliz en la intimidad de la casa de Putzi", dice Snégaroff. Fue en casa de Putzi donde Hitler corrió a refugiarse en noviembre del 1923, después de su frustrado golpe de estado contra la República de Weimar en una cervecería de Múnich.
A Putzi le gustaba el poder y seducir. "Buscaba consuelo, un consuelo que Hitler parecía capaz de darle y, para mí, la palabra consuelo es muy importante", insiste el historiador. "Putzi se sentía culpable porque podría haber participado en la Primera Guerra Mundial y no lo hizo, y allí murieron dos de sus hermanos que luchaban en el bando alemán", añade. Todo ello, según Snégaroff, explica también cómo se sentía el pueblo alemán, porque todo el mundo, simbólicamente, había perdido hermanos. Las emociones quizás explican algunas cosas, pero Snégaroff insiste que detrás hay una idea abyecta, la eliminación de los judíos, y que el cerebro también tiene mucho que ver.
Putzi fue el responsable de la prensa extranjera de Hitler e intentó por activa y por pasiva que Alemania se aliara con Estados Unidos. Hacia 1937, aparentemente, perdió el favor de Hitler. Estaba convencido de que había un complot para asesinarlo. Según él, le habían encargado la misión de lanzarse en paracaídas sobre el territorio español y el plan era que cayera en manos de los republicanos, cosa que seguramente habría significado para él un mal final. Otras voces decían que todo ello era una broma de Hitler y Goebbels. Sea como fuere, Putzi huyó a Suiza y gracias a su antigua amante, la artista Djuna Barnes, Carl Jung accedió a examinarlo y se inventó que tenía una depresión. Después se marchó al Reino Unido. Durante años escribió y suplicó porque Hitler lo volviera a aceptar y vivió de hacer demandas contra diarios por difamación. No siempre le salió bien. Demandó a New Republic porque habían publicado que él y Hitler eran "novios", pero perdió. Así también se quería ganar el favor de Hitler, pero él ni siquiera le respondía las cartas: "Como seguramente ya sabe, no hace mucho se nos ha acusado de tener una relación sentimental. Decidido a no dejar pasar este insulto, he emprendido acciones judiciales", escribió Putzi.
Roosevelt, fascinado por la sexualidad de Hitler
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, lo encerraron en un campo de prisioneros de Canadá, de donde salió para trabajar para los servicios secretos norteamericanos. Se convirtió en el informador de Roosevelt, y lo que despertaba más la curiosidad del presidente norteamericano era cuando Putzi escribía sobre la sexualidad de Hitler. Explicaba, por ejemplo, que era un ávido consumidor de pornografía, pero que no toleraba el contacto físico. Según Putzi, Hitler era distante con las mujeres, les tenía miedo y era incapaz de quererlas, pero cuando subía a la tribuna se comportaba como un "macho dominante".
Snégaroff se ha documentado a fondo. Entre otros muchos archivos, ha repasado los del mismo Putzi, que se conservan en la Bayerische Staatsbibliothek de Múnich bajo la firma Ana 405 (48 cajas con fotos, artículos de prensa con anotaciones e infinidad de hojas manuscritas), los archivos que conserva la familia Hanfstaengl o las entrevistas que hizo David Marwell a Putzi para su tesis Unwanted exile. A biography of Ernst "Putzi".
Se ha escrito mucho sobre Hitler, pero el fascismo y el antisemitismo están volviendo con fuerza. "Las políticas de memoria son como castillos de arena, se tienen que reconstruir constantemente. Nunca está ganado. Nunca se tiene que parar. Con el cubo y la pala, reconstruir y reconstruir", alerta Snégaroff.