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Ramon Masats: "Mis fotos son toda intuición"

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Laura Serra
y Laura Serra

L'Hospitalet de LlobregatRamon Masats tiene 86 años pero, pese al bastón, conserva la misma apariencia de décadas anteriores: chaqueta abierta, camiseta, mostacho y melena rebelde. Hombre llano y humilde, el fotógrafo parece observar su obra desde una sabia distancia. “La mirada de fotógrafo se me ha ido. Hace doce o catorce años que no hago fotografías y no lo echo de menos, ni voy por la calle diciendo «Mira qué foto más bonita», ¡sobre todo porque tengo que mirar al suelo para no joderme una castaña! No me he vendido las cámaras porque mis hijos dicen que me darán tan poco que no merece la pena, que ya se las quedan ellos. Tampoco necesito los cuartos”, dice.

Ramon Masats, el fotógrafo antes del icono

¿Qué le parecen sus fotos de juventud cuando las ve hoy?

Soy poco nostálgico y tengo poca memoria, pero me gusta verlas. Fue una época bonita, pero hace muchos años. Quizás tanta miseria no me gusta [dice señalando las fotos de barracas de Barcelona], pero las hice y, por tanto, soy responsable.

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Cuando fue profesional, en 1957, no se centró en retratar la pobreza de la España de la época.

No. Me parecía demasiado fácil. Había que enseñar la miseria no de una forma tan evidente. Luego hice un tipo de fotografía en la que la miseria se veía detrás de la gente.

Buscaba detalles y personas. ¿Por qué?

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No sé contar mi fotografía, sólo sé que mis fotos son toda intuición, no hay una que esté muy pensada. La intuición me llevaba hacia allí. Los tópicos siempre me han gustado mucho, pero hacerlos de forma diferente: los toros, la Semana Santa... En cambio, sólo he hecho una foto de fútbol en el Santiago Bernabéu.

¿Dice que ponía ironía?

Yo creo que sí, que existe ironía catalana en las fotografías. Cuando trabajaba en la Gaceta Ilustrada hacía el encargo, pero también hacía fotos para mí. Buscaba un detalle, una pequeña cosa.

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¿Cómo trabajaba?

La gente, por aquel entonces, al contrario de ahora, no tenía la sensación de que estabas robando su imagen. Ahora son conscientes de que tienen derecho a la imagen. Me preguntaban si era para el No-Do, pero nunca tuve ningún problema. Yo intentaba pasar desapercibido. Era muy rápido. Así como Cristina García Rodero, que es una gran fotógrafo, tiene tendencia a ir a un lugar año tras año, yo no: iba a un sitio, hacía lo que podía y no quería volver más. Salvo en los sanferminas, que se convirtieron en un libro. También fui haciendo documentales.

Cuando llegó la televisión tuvo la necesidad de cambiar de lenguaje, dejando la fotografía desde 1965 hasta los ochenta. Cuando vuelve ya lo hace con color y siente un referente. ¿Cómo lo vivió?

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Con naturalidad. No sentí que volviera a empezar. Mis fotografías eran parecidas a las que tomaba en blanco y negro, y viajaba por toda España. Sí que cuando salió la revista experimental Nueva Lente menospreciaron a nuestra generación porque querían hacer otras cosas y quedamos un poco aparcados. Más tarde el Instituto Cervantes me hizo exposiciones en Grecia, Moscú, Roma... y tomaba fotografías como si volviera a ser amateur.

¿Qué ambicionaba: realizar exposiciones, libros, llegar a los museos?

No ambicionaba nada. Disfrutaba. Me he movido poco para realizar exposiciones. Han ido viniendo. Y ahora que soy viejo menos.

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¿Estuvo tentado de pasarse a la fotografía artística?

No me interesa en absoluto. Éste es el peligro de la fotografía digital, que tiene tantas posibilidades de que la cabeza se te puede ir y hacer sólo tonterías. Pero si ahora empezara haría fotografía digital: bien utilizada se pueden tomar grandes fotografías. En España hay grandes fotógrafos jóvenes, a pesar de que no conozco su obra porque soy un vago y me gusta estar en casa.

¿Qué le parece el éxito de su fotografía icónica de los seminaristas?

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Estoy hasta los cojones [susurra riendo]. Parece que sólo haya hecho esa fotografía. Y quizá sea verdad. Todavía todo el mundo me la pide. Creo que captura toda una época: los curas, el fútbol... Era un encargo de la Gaceta que me llevó al Seminario de Madrid. Hace unos años [en 2005], el cura que hacía de portero se puso en contacto conmigo y Chema Conesa [fotógrafo, editor y comisario] hizo una reconstrucción de la fotografía para El Mundo.

¿Qué hubiera pasado si no hubiera comprado esa primera cámara cuando hacía la mili?

Que hubiera sido bacalao, que era el oficio familiar. Primero hice unos años de aficionado y, para probarme, cogí un tópico como los sanferminas. Fui a tomar fotos. Cuando volví a Barcelona, ​​mis amigos, Xavi Miserachs, Oriol Maspons, Ricard Terré, me dijeron que estaban muy bien. Yo ya tenía problemas con papá y me hacía ilusión probarlo, pero me dijeron que en Barcelona ya trabajaban ellos. Entonces Oriol habló con el director de la edición de la Gaceta Ilustrada de Madrid. Me dio trabajo, no fijo, algo que ya me parecía bien, porque yo quería ser freelance, y mi padre me dijo "Ya volverás", porque me gustaba la buena vida. Y es verdad que en Madrid fui justito al principio, pero ya no volví.