Teatro

Ángela Cervantes: "Todo se lo debo a la terapia"

Actriz, estrena 'La pell fina' en la Sala Flyhard

BarcelonaHace cinco años que Ángela Cervantes (Barcelona, 1993) aparece día sí día no en TV3 a la hora de la sobremesa. La actriz interpreta a Anna de Com si fos ahir, pero ha sido a partir de su papel en la película Chavalas que ha empezado a notar de verdad el peso de la fama. Nominada a Goya y con un premio Gaudí por su papel como Soraya, Cervantes vuelve ahora al teatro. La pell fina, que se representa en la Sala Flyhard, lleva a escena una cena de parejas, una de las cuales acaba de tener un bebé. Problema: el hijo les ha salido feo y los amigos no se cortan y lo dicen en voz alta.

De estar nominada en los Goya y de ganar un Gaudí saltas a la Flyhard, una de las salas más pequeñas –y mejor consideradas– de Barcelona. ¿Cómo ha ido esto?

— El espectáculo habría pasado igualmente, con premio o sin. Desde que empecé en Com si fos ahir había hecho más audiovisual que teatro. Tenía muchas ganas de sacarme esta espinita. Cuanto más tiempo pasaba, más miedo notaba que le estaba cogiendo. Hacer teatro es un acto de valentía.   

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Entre Chavalas y La pell fina has rodado La maternal, la nueva película de Pilar Palomero, que se estrenará en noviembre. Interpretas a una abuela de 30 años, con una hija embarazada a los 14.

— Cuando me llegó la prueba, tuve un momento de duda: ¿tengo que hacer de madre o de hija? La madre tiene unos 32 años y tuvo a su hija muy joven. Ahora se repite el mismo patrón. Hicimos mucha preparación, fuimos a una masía y trabajamos la relación con Carla Quílez, que interpreta a mi hija. El mes siguiente estuvimos con actrices no profesionales que son madres adolescentes y salen en la película. Me explicaron sus experiencias y me ayudaron muchísimo a ser un canal para explicar sus historias. Todo esto me dio el personaje.

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¿Es más difícil hacer un personaje alejado de tu realidad?

— Me parece más complicado. Con Chavalas me pasó que cuando llegaron los reconocimientos sentía el síndrome de la impostora. El personaje me había salido más fácil, tiene una energía que me hace sentir cómoda. Pero tengo que aprender a abrazar todas las cosas buenas de la profesión y poner en valor el trabajo. El síndrome de la impostora nos pasa a muchas y da rabia, lo tenemos que cambiar. Nos fustigamos mucho con las cosas malas y cuando vienen alegrías nos cuesta más aceptarlas.

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Después de la nominación en los Goya te dieron el Gaudí.

— Esta no me lo esperaba nada. En los Goya, como estaba nominada al premio revelación, pensé que tenía un 25% de posibilidades. Incluso me había preparado un discurso, estaba muy nerviosa. Entonces fue que no y no me supuso ningún drama. En los Gaudí compartía nominación con Vicky Peña, Nuera Navas y Anna Castillo, y me olvidé de ganar. Antes de empezar la gala me crucé con gente que me explicó que me había votado. Cuando nos estábamos sentando, mi hermano me dijo: "Mucha gente te ha dicho que te ha votado, ¿no?" Tuve un momento de pensar que podía pasar y apenas después me lo daban. Fue un choque y en el discurso dije lo que me pasó por la cabeza, pero estoy contenta porque salió muy natural.

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En aquel discurso improvisado hablaste mucho de tu hermano. 

— Álvaro empezó a trabajar de muy joven, lo tenía muy claro. Yo también lo sentía muy vocacional, pero me costó dar el paso. No quería que desde fuera pareciera la hermana pequeña que no sabe qué hacer y sigue los pasos del hermano mayor. Estudié una carrera, di vueltas, me fui a vivir a Madrid y esto me ayudó a decir que era actriz. Mi hermano también vivía allí y fue un plus. Él siempre me ha guiado con las escuelas de teatro, los maestros, la terapia, mi representante. Tenerlo como hermano y como referente de la profesión es una suerte.

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Chavalas retrata la precariedad de la generación millennial. ¿La has vivido?

— No he vivido qué es realmente ser actriz, porque prácticamente desde que me dedico a esto trabajo en la serie diaria de TV3. Com si fos ahir me ha dado mucho. He aprendido y he tenido la oportunidad de hacer un personaje durante mucho tiempo. Además, es una ficción comprometida, que toca temas poco vistos en las series diarias, que generan conversaciones y debates en casa.

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Venías de trabajar en Madrid en castellano y de repente te cogieron para hacer una serie diaria en catalán. ¿Te costó el cambio?

— He mejorado mi catalán gracias a la serie de TV3 y a las lingüistas. Con mis padres hablo castellano y con mi hermano, catalán. Es una situación peculiar. Desde muy pequeña en casa hablaban en castellano, pero a mí todo el mundo me hablaba en catalán. Mis padres no lo hablan muy bien, pero hacían el esfuerzo. Con Álvaro nos veíamos mucho en la escuela y hablábamos en catalán entre nosotros. De más mayor con mis padres he acabado hablando en castellano, pero con mi hermano mantengo el catalán. En mi caso, en vez de ir a peor a la hora de hablar en catalán, he ido a mejor. 

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¿Cómo gestionas los éxitos, las incertidumbres y la volatilidad de la profesión?

— Todo se lo debo a la terapia. Si estoy donde estoy ahora es por el trabajo hecho, pero a la vez porque desde hace muchos años he estado acompañada de la terapia. Me ayudó a hacer un clic crucial. Pasé de sentir envidia por la gente que trabajaba a sentir admiración. Me di cuenta de que en nuestro trabajo hay un nivel de exposición brutal, agobiante. También he trabajado mucho los miedos y las subidas y bajadas emocionales. De repente todo el mundo te escribe, te felicita. En terapia trabajo que nada es verdad del todo. Tanto si mucha gente me dice que soy muy buena como si alguien me critica, nada de esto es 100% verdad. Es importante mantenerse en un equilibrio sin dejarse llevar ni por una cosa ni por la otra. Pero lo tengo que trabajar continuamente, porque es muy fácil caer en ello.