'Göteborg': En busca de la adolescencia perdida

El teatro de Jordi Casanovas se mueve entre las múltiples aristas de la comedia humana y el compromiso del drama político sobre la realidad más cercana. Con Gotemburgo el autor de Jauría, Ruz-Bárcenas, Un menú cerrado, Idiota o Vilafranca se asoma a la comedia sentimental. Lo hace con una historia agridulce sobre el repentino reencuentro de una pareja ya madura 30 años después del viaje de fin de curso a Gotemburgo con sus compañeros de instituto. Allí nació algo entre ellos. Paula (Maria Molins) ha recuperado un viejo diario de su adolescencia, espoleada por la inquietud de desvelar qué ocurrió realmente entre ellos. Para aclararlo, se presenta repentinamente en casa de Sergi (Roger Coma). Así se establece un diálogo, casi un interrogatorio, a lo largo del cual saldrá la forma de entender el amor de ambos. Incluso se planteará que, si bien el pasado no se puede cambiar, quizás sí se puede modificar el recuerdo de ese pasado, aunque no cambie nada.

¿Pero qué es lo que realmente pasó? ¿Y cómo eran hace 30 años aquella chica fan de Depeche Mode y ese chico introspectivo y pícaro? Además de dominar los diálogos y tramas, Casanovas siempre tiene un as en la manga. Para averiguarlo, el espectáculo se abre a un viaje al pasado combinando muy acertadamente el diálogo de los adultos con el de los jóvenes (Berta Rabascall y Jan Mediavilla).

En un espacio escénico funcional (el escenario central de La Villarroel condiciona tanto las obras como las escenografías), los cuatro intérpretes juegan la partida con emoción. Paula de Maria Molins conserva en la actitud y el movimiento un punto del alma chispeante de la juventud. Y la joven Paula de Berta Rabascall retrata muy bien la energía y el ansia de vivir. A Roger Coma le toca el papel de espárring, muy adecuado a las renuncias del personaje que Sergi joven de Jan Mediavilla define muy bien, pese a cierta exageración.