Laia Marull: "He podido decir 'no' a saco porque no he tenido hijos"
Actriz, protagoniza 'Love, love, love'
BarcelonaCada vez que Laia Marull (Barcelona, 1973) vuelve al teatro es un evento, porque lo hace poco y siempre lo hace bien. Hasta el 3 de diciembre está en cartel en La Villarroel con la obra Love, love, love, dirigida por Julio Manrique, que se ha ganado el aplauso de la crítica y del público. En febrero será Lady Macbeth en el Teatre Lliure. Llega al ARA con una moto de motosharing, con la sonrisa puesta y ese encanto natural que le aleja del divismo de su profesión.
Love, love, love te da la oportunidad de ser una chica de 19 años, una madre de mediana edad y una señora jubilada. ¿Con qué disfrutas más?
— Una oportunidad única, realmente [ríe]. Me lo paso pipa. La primera es mucho free, se trata de pasarlo bien, está colocada y cree que se comerá el mundo. La segunda es muy dura, pero como actriz es muy divertida, porque hay mucha mierda acumulada, rollo Cassavetes. Y a la última ya le suda todo.
La obra habla del choque generacional entre padres e hijos. ¿Con quién te identificas?
— Me identifico y de hecho soy de la generación que hacen mis hijos. Somos una generación que tenemos estos padres que fanfarronean de haber cambiado el mundo y tal, y en realidad dices: ¡pero qué mundo habéis dejado, hijos de puta, es todo capitalismo puro y duro y de ahí no se salva a nadie! El autor también es de esta generación y ha querido poner el dedo en la llaga. Pero también ha dado la voz a los padres, entiendes que en muchos casos hicieron lo que pudieron. Y también hay una parte que da casi vergüenza de ser el hijo llorón que con 40 años no le ha ido bien y va a los papis a pedirles cosas.
El padre le dice a la hija: "Tú has podido elegir". Y sí, tú has podido elegir.
— Esta es la trampa de hoy en día, ¿no? Yo sí, la suerte es que la profesión eligió por mí y me encontré haciendo de actriz flipando con los mejores del momento. Lo primero que hice fue Roberto Zucco con Lluís Pasqual y Bosch, Vilarasau, Lizaran, estaban todos, era increíble. Yo tenía 20 añitos y había empezado a hacer teatro en la escuela Nancy Tuñon y en paralelo filología, y lo dejé porque empecé a trabajar. He tenido esa suerte, pero somos uno entre un millón. En la profesión artística existe mucha precariedad. Los actores jóvenes de la obra, Clara de Ramon y Marc Bosch, también se sienten muy representados, entonces es que vamos a peor. ¿Dónde puedes cogerte, en esta sociedad? Si has estudiado, has estudiado dos carreras y no puedes pagarte el alquiler con un sueldo... Si cada vez los hijos viven peor que los padres, no tiene mucho sentido.
¿Por qué quisiste ser actriz?
— Hosti, no lo sé, subí a un escenario y dije: "Aaaahhh, esto es muy guay!" Me sentía súper a gusto, libre, te sientes que tienes un don natural, que hay una guindilla dentro que se excita en el momento de estar en el escenario, de transmitir al público. La primera vez fue en una clase.
¿En la escuela?
— En la parroquia del barrio. Tenía unos 6 años y me apuntó mi madre. Fue muy divertido porque un día llego a casa y le digo: "Mamá, ¿me das dinero para comprar un regalo a mi amiga que ha tenido un hijo?" Y ella: "¿Cómo que un hijo?" Vino y descubrió que todos tenían más de 20 años y yo era la única pequeña. ¡Era teatro de adultos! Yo me lo pasaba pipa, siempre salía la niña. A los 19, cuando me apunté a Nancy Tuñon, fue: "¡Ua! ¡Claro! ¡Era eso!" Son gusanillos que no sé por qué no te atreves a probar. Como quien dice, desde entonces nunca he parado.
Cuesta seguirte la pista, porque tan pronto no estás en ninguna parte como estás en el teatro y en el cine, estás en Barcelona y en Madrid...
— Esto ha sido mi libertad y un handicap, porque los de Madrid creen que vivo en Barcelona y los de aquí piensan que estoy en Madrid y los de cine que hago teatro y al revés. Pero, ¿no puede hacerse todo? ¿Qué mierda es ésta? ¡No cuesta tanto llamar y preguntar!
¿Te has movido por lo que te ha motivado?
— Totalmente. También he decidido no tener hijos, por ejemplo, y de alguna forma he sido más libre en el sentido económico, de no tener la responsabilidad de tener que alimentar a alguien. He podido decir que no a saco. Siempre que he encontrado que un proyecto no me llamaba mucho, he dicho que no y ya está.
¿Te angustia lo de no trabajar, como dicen muchos actores?
— A mí no. Al principio, nada. A lo primero que me ofrecieron después de Pasqual dije que no y me quedé tan ancho, y fue algo superfamoso de TV3. No he tenido ese problema. Después, de mayor, cuando ves que no tienes tantas ofertas, que no estás trabajando porque has dicho que no a una cosa, pero no a diez, ya empiezas a decir: "Mierda, no puedo permitírmelo, ¡debería decir más que sí!" Pero en el fondo acabo diciendo que no muchas veces. Tu libertad como actor es poder decir que sí o no.
Como se te ve poco haciendo vida social, creía que vivías en el Empordà y resulta que vives en la Barceloneta.
— ¡Sí, hace más de veinte años! Mis padres, abuelos, tatarabuelos, sí que son todos del Empordà, pero yo nací aquí, en Barcelona. Mis padres vinieron ambos a estudiar aquí. Mi padre murió hace años, no me vio profesionalmente en un escenario, c'est la vie; me da rabia porque fue uno de los impulsores que dé teatro. Y mi madre sí que hace años volvió a los padres y abrió una granja escuela. Viven ahí, mi hermano y ella.
¿Te ves ahí? ¿Tienes planes de futuro?
— No, soy cero de planes de futuro, prefiero irme encontrándolo. Soy muy poco que ir al pasado, a los errores, me perdono mucho la vida. Y el futuro tampoco, no me interesa verme en unos años. Supongo que la gente ambiciosa debe hacerlo, porque de alguna manera debes proyectarte en algún lugar para llegar. Quienes han ido a Hollywood se lo han tenido que currar mucho o no estarían allí. Pienso que está bien hacerlo, pero como no me sale, no quiero forzarlo.
Yo sí he mirado atrás y has hecho títulos memorables, en el cine y en el teatro. Mensaka, Fugitivas, Te doy mis ojos, Pan negro, los dos Roberto Zucco, Lulú, Incendios. Contrasta tu facilidad para reírte con estos personajes tan intensos y torturados.
— ¡Es la gracia de hacer teatro! Cuando hay proyectos que no sé cómo encarar es cuando más me interesan. Siempre tienes que darlo todo, pero los papeles que dices "ni idea" o "qué difícil", los que me dan más miedo, son los que más me interesan.
¿Aún te da miedo encarar ciertos personajes?
— Sí, dices que sí con ganas y al día siguiente estás acojonada y piensas: "¿Por qué he dicho que sí a esto?" Después todo es ponerse y siempre acabas encontrando tu qué o lo encuentras con el grupo. Lo bonito del teatro es que es un trabajo muy equipo.
Si buscas en Google Laia Marull... el texto predictivo dice: pareja, hijos, Te doy mis ojos.
— ¡Claro! Te doy mis ojos. Hit. Hit de por vida.
¿Tienes la sensación de que esa película de Icíar Bollaín fue visionaria, hace veinte años, hablando de los malos tratos?
— No se hablaba, ¿eh? Piensa que la ley salió después y creo que la película fue un poco el motor. Cuando fuimos a San Sebastián, los de la distribuidora estaban acojonados que no dijéramos que iba de malos tratos porque nadie querría ir a verla. Claro, nos olvidamos porque en el primer visionado los periodistas fliparon. Ese mismo día teníamos millones de entrevistas, yo no había hecho nada así en mi vida. Íbamos de suite en suite del Hotel María Cristina dando entrevistas durante horas. Y todavía me pasa que hay gente que la estudia, que la ve en los institutos, todavía impacta y me hace mucha ilusión haber estado en un proyecto así, que abriera los ojos a mucha gente y que muchas mujeres pudieran verse finalmente representadas en una película, con el calvario que pasan o han pasado. Había mujeres que me paraban por la calle para darme las gracias.
¿Qué crees que ha cambiado la nueva ola feminista?
— Yo soy feminista de toda la vida, pero creo que todos vamos aprendiendo. Hay cosas que las encontrábamos normales y transformamos la mirada. Lo que ha pasado con las mujeres en el fútbol profesional, por ejemplo. El hecho pudo ser el mismo hace diez años ¡y nadie lo habría visto ni visto! Habría pasado por alto totalmente. Y ahora lo ves y la gente reacciona, la mirada ha cambiado y eso es lo que modifica después la sociedad: si lo ves mal, no dejarás que ocurra.
Te pondrás en la piel de Lady Macbeth, un Shakespeare, un personaje ambicioso. ¿Te sientes identificada?
— ¡Nooo! [ríe] Pensé que rascando lo encontraré, todos tenemos nuestra parte de ambición y de querer lo que no tenemos, pero de entrada no lo veo! Me apetece mucho.
Puesto que Shakespeare habla de poder y ambición, estos días hemos vivido unos momentos de disputa por el poder en Madrid. ¿Lo sigues lo que ocurre aquí y allá?
— Sí y no. Hace años que las noticias van en paralelo, no estoy muy implicada. Pero evidentemente me afecta, me toca, y creo que detrás de nuestros actos hay política: cómo afrontamos la vida, qué hacemos, nuestra forma de pensar hace que cambie la sociedad. Estoy un poco aburrida de los políticos, pero no me gustaría decir en general, porque entonces parece que te da igual la derecha y la izquierda y no es el caso. Espero que se logre un pacto de izquierdas para gobernar porque la derecha de este país me parece muy rancia y muy facha. Espero que sean capaces de entenderse con unos mínimos que no son tan difíciles si se quiere.
Habiendo empezado en Estació d'enllaç, ¿cuándo te veremos en una serie?
— Difícil. De vez en cuando me llegan proyectos, pero soy reticente. Tendría que fliparme mucho. No me atrae tanto, me gusta la cocción lenta. Pero es que, además, cuando tienes compromisos teatrales a tanto tiempo vista te condiciona mucho la disponibilidad.
¿Te echa atrás la popularidad?
— No me gustó la popularidad y con Te doy mis ojos escondí un poco la cabeza bajo el ala. Evidentemente, forma parte de la profesión y es chulo que te puedan conocer y que te puedan decir por la calle "me encanta ese trabajo que has hecho", me genera orgullo y me hace feliz. Pero la gran fama no me gustaría, prefiero ir camuflada por la calle. He podido navegar por tener trabajos chulos, pero no ser muy famosa.