BarcelonaLa trayectoria profesional de Montse Guallar (Barcelona, 1960) es larguísima y diversa. La actriz dio sus primeros pasos en el teatro con Dagoll Dagom, y poco después ya dio el salto a la televisión. Primero apareció en series como La granja (1989) y poco después TV3 la fichó para presentar, junto con Àlex Casanovas, el concurso de parejas Amor a primera vista (1991). Guallar combinó durante años el teatro con la televisión y se ganó el aprecio de los espectadores con personajes como Dolors de Secrets de familia (1995), Montse de El cor de la ciutat (2000) o Lidia de Infidels (2009). Ahora la actriz asume un papel completamente distinto a la comedia The party, dirigida por Sergi Belbel en el Teatre Poliorama. Interpreta a una intelectual y activista por los derechos LGTBIQ+ que acaba de saber que su pareja, una joven chef, está embarazada de trillizos.
Por primera vez interpretas a una mujer lesbiana. ¿Cómo te has visto?
— Me encanta, y espero que no se nos quite el privilegio a los actores de hacer papeles de personajes que no somos. Me lo estoy pasando pipa, es una comedia y además ahora hay mucha gente que está empujando para visibilizar a estos colectivos en los escenarios y en el audiovisual. El espectáculo no hace bandera de la homosexualidad, gira en torno a un grupo de amigos y todos quedan ridiculizados. Mi personaje es una mujer luchadora pero como ella todos los demás defienden la clase política, la intelectualidad. Es divertido ver cómo se van desmontando.
La obra desenmascara a la clase política. ¿Compartes el retrato que hace?
— Absolutamente. Nunca he sido política, nunca he sido luchadora, con 16 años salí de la escuela de monjas y entré en el Institut del Teatre. En ese momento, en 1976, la política estaba muy centralizada en la libertad de expresión, sobre todo dentro del mundo de los artistas, que es donde yo vivía. He descubierto la política doblemente tarde, quizás porque soy básica de pensamiento. Creo, y quizá sea una idea muy naíf, que los políticos están ahí para representar y para defender. De repente veo que todo es una olla de grillos. Lo digo en general. Evidentemente, soy de izquierdas, pero ahora me pongo muy nerviosa con los discursos. Me da miedo que nos vayamos fragmentando, me inquieta ver cómo todo se va crispando y entonces dejo de creer en él. Estoy desencantada. No soporto los discursos del yo porque el otro es una mierda.
¿Ahora haces más teatro que antes?
— No. En mi época seguramente había gente que soñaba con Hollywood, pero la mayoría nos metíamos en esta profesión para hacer teatro. De joven no me imaginaba haciendo tele o siendo famosa. Era una época muy excitante, en la que todo empezaba. Hemos sido una generación muy afortunada. Entré a los 18 años en Dagoll Dagom, tuve mucha suerte. La tele fue casual. Había hecho series dramáticas antes de los concursos y después lo fui compaginando con el teatro. Ahora bien, en estos últimos años no he hecho mucho.
¿A qué lo atribuyes?
— A esa edad hay una bajada general de trabajo y yo lo he notado. Es lo que dicen, que tú no dejas la profesión, ella te deja a ti. También ha habido la pandemia por en medio, y en estos últimos dos años he estado cuidando a mi padre y su mujer. Me fue bien, pero no tenía trabajo. También es verdad que con la edad me pesa más la vida que el trabajo. Tengo que trabajar porque no puedo jubilarme, todavía no tengo la edad, me entusiasma hacer teatro y tele, pero también soy muy cuidadora y supongo que ha influido.
¿Cómo se gestiona esta ausencia de trabajo?
— Hace unos años me entristecía que no me llamara nadie. Ahora me lo tomo como un ejercicio. Hay amigos que me dicen que yo misma sea generadora de trabajo, que persiga a los productores, pero no sé hacerlo. Es verdad que he tenido que luchar contra la sensación de que nadie me quiere, pero eso se junta mucho con la edad: ya nadie nos quiere en general.
El cuerpo es la herramienta de trabajo de los actores. E, inevitablemente, cambia con el paso del tiempo. ¿Has sufrido los efectos de la presión estética?
— No creo que sea muy diferente a la presión de cualquier otra mujer. De hecho, conozco a más mujeres con bótox y operadas que no son actrices que actrices. Es verdad que siempre existe presión con la belleza, pero viene un poco antes. Cuando tienes 60, tienes 60. La presión empieza hacia los 30, cuando tienes 35 y ya no te quieren hacer de madre, o te ponen un hijo de 29 años. Quiero luchar por no caer, tengo 63 y ya sé que no me darán un papel de Julieta. Ahora me veo de joven y creo que era guapa. Pero hace 30 años no me lo sentía. Hacerse mayor es duro para todos, y hacerse viejo es horripilante.
Lo has visto de cerca.
— Durante todo este tiempo he estado con mi padre y tengo un hermano muy joven que tiene Alzheimer. Como sociedad creo que damos un muy mal trato a la vejez. Somos muy egoístas de nuestro tiempo. Yo soy cuidadora porque pienso que el tiempo que cuido también es mío. Me sabe mal ver el poco valor que damos a la gente mayor, cuando detrás hay vidas llenas.
Tu personaje es una gran defensora del feminismo y los derechos de las mujeres. Si miras atrás en tu trayectoria profesional, ¿hay algún momento que creas que se cruzaron algunas líneas o que se te sexualizó?
— La gente dice que me han hecho hacer de guapa, pero yo creo que no es así. En Infidels tenía ya 50 años y el papel era maravilloso, porque no era madre de nadie, tenía una vida propia. Ahora miro atrás y es evidente que entonces eran otros tiempos. Me he encontrado a gente que se me ha acercado demasiado o me ha puesto una mano en el muslo, pero siempre me he defendido. Nunca me he sentido agredida. Las relaciones físicas que teníamos los actores –y digo los actores, pero seguro que ocurría en otros gremios– eran muy distintas. Tampoco me he sentido nunca sexualizada ni me he encontrado haciendo nada que no quisiera hacer.
Profesionalmente, ¿hacia dónde te gustaría encaminar ahora tu futuro?
— Me cuesta responder porque justo estoy saliendo de tres años que han sido complicados. He perdido a mi padre ya su mujer, y las ausencias me cuestan digerir. The party ha sido un regalo y, para mí, una ilusión sería poder seguir trabajando como lo hemos hecho aquí. El viaje ha sido maravilloso. Por ahora no sé hacia dónde quiero ir, pero sí quiero que sea chulo y tranquilo.