Estreno de 'Barcelona' en el West End de Londres

El Profesor de 'La casa de papel' debuta en el West End con la obra 'Barcelona'

Lily Collins, la estrella de 'Emily in Paris', forma pareja con Álvaro Morte en un drama de Bess Wohl

LondresYa hace tiempo que se ha convertido en un hecho usual ver en el West End de Londres que buena parte de las producciones que se presentan abren con un reparto encabezado por figuras del cine o de las series, bien conocidas internacionalmente. Quiere ser uno más de los cebos para atraer a nuevos espectadores al teatro, más allá de los aficionados fieles, que asisten habitualmente, da igual que un Shakespeare como La tempestad lo haga Sigourney Weaveren el Theatre Royal Drury Lane, desde el 7 de diciembre hasta el 1 de febrero– u otro nombre igualmente prestigioso de la escena británica, pero no famosos fuera del distrito teatral.

Con esta fórmula de protagonistas llamativos se ha estrenado esta semana, en el Duke of York's Theatre, la obra Barcelona, de Bess Wohl, un drama solo para dos personajes, en este caso los debutantes en el West End Lily Collins –la estrella de la serie Emily in Paris y Álvaro Morte –el Profesor de La casa de papel–. A la citada fórmula de nombres conocidos mundialmente, con la estadounidense y el español, se añade en esta ocasión otro elemento: el título. Porque Barcelona constituye, de por sí, otro reclamo para el público inglés.

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El motivo por el que la hora y media de función tiene lugar en un apartamento del edificio número 81 de la calle de Sant Antoni Maria Claret, a punto de ser derribado, es más bien un capricho de la autora. Quizás para vender mejor el espectáculo, quizás también para poder apuntar que desde su balcón se ve la Sagrada Família. En cualquier caso, el conflicto por el que atraviesan Irene (Collins) y Manuel (Morte) puede tener lugar en cualquier otra ciudad.

A última hora de la noche, una estadounidense de 35 años, borracha por el efecto de la celebración de la fiesta de despedida de soltera, se va a casa de un desconocido: un madrileño que, por razones que el espectador desconoce inicialmente, se encuentra en Barcelona, que no puede evitar hacer alguna referencia a la lengua que se habla, y el país diferente que es Cataluña, en relación con España, una cuña políticamente correcta de la autora, pero que no necesariamente haría el personaje. En todo caso, lo que empieza como una especie de aventura potencialmente sexual entre dos adultos que se encuentran por casualidad en un bar, y que se envuelven en una ceremonia de besuqueos y flirteo, acaba convirtiéndose en un progresivo descubrimiento de sus vidas, que no son exactamente lo que parecen.

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La evolución de los personajes es muy desigual, un desequilibrio atribuible a Bess Wohl, que pone mucho más el acento en los monólogos arreglados y atropellados de Irene, y su conflicto emocional, que en Manuel, que vive uno de raíz política y que encuentra en la norteamericana que se ha llevado a casa con la intención de pasar una noche de jolgorio una figura a la que, en definitiva, hacer responsable de su desgracia, que se sabrá al final. El problema es que el argumentario del hombre, su diálogo, es a menudo más bien torpe y –salvando las distancias sobre los motivos de fondo– recuerda el escaso trazo con el que Almodóvar hablaba en Madres parelelas de Mariano Rajoy y la falta de atención sobre los enterrados en fosas comunes de la Guerra Civil. En la obra, las maldiciones de Manuel se dirigen al presidente José María Aznar y la segunda guerra de Irak.

Las expresiones en castellano de un Morte que domina el inglés casi como nativo –y que con su lengua materna expresa la desesperación y el hartazgo de un europeo progre, amante de Puccini y opositor del imperialismo de los yanquis–, contribuyen a la risa de unos espectadores más bien despistados: como si hablar otra lengua que no fuera la lingua franca debiera provocar carcajadas por defecto. El buen trabajo de ambos actores tiene unos últimos minutos especialmente acertados, cuando Barcelona toma el sentido emocional que quiere destacar la dramaturga, pero no porque el escenario sea la reproducción de un piso del Eixample como el que evoca cualquier texto de Montserrat Roig.