Crítica de teatro

Una tragedia exigente para espectadores activos

Glòria Balañà sobresale en la dirección de intérpretes en la adaptación al TNC de 'Anatomía de un suicidio', la obra de Alice Birch

17/05/2025

'Anatomía de un suicidio'

  • Autoría: Alice Birch. Traducción: Víctor Muñoz y Calafell
  • Dirección: Glòria Balañà Altimira
  • Intérpretes: Patricia Bargalló, Ester Cort, Abril Julien, Eduardo Lloveras, Jaume Madaula Izquierdo, Marta Ossó Castillón, Andrea Portella Fontbernat, Ramon Pujol, Maria Ribera y Jacob Torres

¿Se hereda el ansia por el suicidio? ¿Puede una madre transmitir a su criatura este ansia? ¿Hay algo genético en el suicidio? A partir de estas preguntas, y poco después de ser madre, la dramaturga británica Alice Birch escribe Anatomía de un suicidio, estrenada en el 2017 en el Royal Court de Londres con dirección de la aclamada Katie Mitchell, y que ahora llega al TNC en una cuidada dirección de Glòria Balañà.

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Birch no pretende contestar a las preguntas porque ni es psicóloga ni psiquiatra, sino que le sirven para construir una especie de tragedia sobre tres generaciones de mujeres marcadas por un legado maldito que anula su vida. Lo hace además con un juego formal que desarrolla las tres historias simultáneamente sobre el escenario a lo largo de dos horas y media de función sin entreacto.

El tríptico arranca en los años setenta con Carol (Marta Ossó) saliendo del hospital tras un intento de suicidio. Veinticinco años más tarde su hija Anna (Maria Ribera) es una politoxicómana en un desequilibrio permanente y redimida por un buen hombre y un bebé. Cincuenta años más tarde, la nieta de Carol, Bonnie (Patrícia Bargalló), una enfermera que arrastra el peso de la historia, pensará en cómo acabar con la maldición.

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Anatomía de un suicidio es una propuesta bastante exigente para los espectadores. Pide, de hecho, ese espectador activo del que hablaba el dramaturgo José Sanchis Sinisterra. A la complejidad de la simultaneidad escénica se añade la falta de conectores claros entre las tres historias hasta bien entrada la función, o la cierta desconexión (a pesar de la estupenda banda sonora compilada por Àlex Polls) que provocan las quince transiciones. Una atención que obtiene recompensa cuando se asume el juego formal que se propone y conecta con el sentido musical de un texto con repeticiones rítmicas, de frases rotas, y que potencia la fuerza dramática de los silencios.

La mirada de Glòria Balañà es de una frialdad considerable amalgamada de voluntad trágica, pero sobresale en la dirección de los intérpretes y en particular de las actrices de una función que es de ellas y en la que brilla el dramatismo de Maria Ribera, la inocencia doliente y la inocencia dulce y la inocencia dolida y la inocencia dolida Patrícia Bargalló y la energía empática de Ester Cort.