Xavier Albertí reivindica la obra "estratosférica" de Josep Maria de Sagarra en el Teatre Nacional
El director pide "el altar de los prohombres de la patria literaria" para el autor de 'La corona de espinas'
BarcelonaXavier Albertí vuelve al Teatro Nacional tres años después deLos hombres y los días y lo hace por la puerta de la Sala Gran. El ex director del Teatre Nacional lidera la apuesta de repertorio teatral catalán de mayor envergadura del año, La corona de espinas, y no lo es sólo por el gran formato, los once actores y la gira por Cataluña y Mallorca, sino porque aspira a colocar a todo un Josep Maria de Sagarra (1894-1961) en el lugar que cree que le corresponde.
"Con Sagarra no hemos hecho operaciones como sí hemos hecho con Josep Pla, a quien le hemos quitado el aroma de cierto franquismo para poner en valor la obra literaria. Con Sagarra da cierta pereza. No a nuestra ciudadanía –que creo que tendremos quórum y, de hecho, vamos muy bien de venta de en 60 y 70, que acusaban a Sagarra de ser fácil, decían que escribía versos como quien hacía pipí. quizás porque viene de rancio abolengo, quizá porque acepta una condecoración de Alfonso X otorgada por Franco, quizá porque hizo un pregón de la Mercè en castellano desde el balcón del Ayuntamiento en pleno franquismo", suelta Albertí. El director defiende que todo Sagarra, las cincuenta obras que publicó, son extraordinarias, quizás sólo con la excepción de las adaptaciones alimentarias de Joan Capri. "Es curioso que en la Cataluña del 2025 no tengamos una biografía de Sagarra. Tenemos lagunas demasiado importantes para dar por terminada la recuperación de la cultura que fue interrumpida por el franquismo", alerta.
Feminista 'ante la lettre'
La corona de espinas, que podrá verse del 13 de noviembre al 21 de diciembre, se sitúa en la Solsona de finales del siglo XVIII, una pequeña ciudad de interior que tenía una estructura conservadora vinculada a la nobleza de raíces profundas. Era un lugar que conocía y en el que había pasado algunos veranos. Allí imagina un lío de familias y poder: el señor de Bellpuig (Abel Folk), en horas bajas, necesita casar a su sobrino, que no tiene padres, con una heredera de muslo fuerte, hija de los señores del Miracle (Oriol Genís y Rosa Vila). La historia explora la maternidad, el poder, el amor, el honor y la familia que no es de sangre, en una crítica a la sociedad de la época. El papel de la criada Marta (Àngels Gonyalons) encarna el título de la obra: "La corona de espinas aparece en los retablos góticos, en el siglo XIV, y no es un elemento de vejación sino que tiene que ver con la idea de autosacrificio para entregarse a la redención de una sociedad ya los valores éticos que nos deben gobernar para tener una sociedad mejor", explica. "Marta es una mujer inteligente que lucha en ella una gran heteropatriarcado y no la de ella.
La corona de espinas, como las grandes obras de Sagarra, está escrita en verso. Son 4.664 versos –dos horas de función– con los que la compañía se ha entrenado para no tener ni cantinela, ni sonar ramplona, ni rígida. "El verso de Sagarra es un prodigio técnico –advierte Albertí–. Es una partitura de una musicalidad extraordinaria". Sagarra escribe en verso porque, "por encima de todo, es poeta", pero también porque cuando regresa del exilio y escribe sin verso "ve que no conecta con el público catalán, secuestrado por la noche oscura del franquismo", explica Albertí, quien destaca el bagaje literario del autor, que domina el Siglo de Oro español pero también Shakespeilie pese a saber que el franquismo no permite representar a un autor extranjero en catalán. El vestuario de época (Sílvia Delagneau y Marc Udina), una escenografía clasicista (Max Glaenzel) y Jordi Domènech tocando el clavicémbalo completan el retrato.
Compromiso ético
"Que Sagarra sitúe la obra en 1793 no es banal, es justo después de la Revolución Francesa. El momento en que cae la guillotina en la cabeza de Luis XVI y de Maria Antonieta es una hoja del calendario que cambia radicalmente la historia de la humanidad: se pasa de ser súbdito a ser ciudadano", explica Albertí. Tampoco es en vano que Sagarra lo escriba en 1930, cuando Lorca escribe El público. "Estamos en un momento convulso. Es el fin de la dictadura de Primo de Rivera y falta poco tiempo para la Segunda República, que cambiará también la vida de los ciudadanos".
Y tampoco es casual que Albertí escoja ahora este texto, que será la cuarta vez que se representará en teatro profesional (se estrena en 1930, en 1971 va al Romea y en 1994, en el Centro Dramático de la Generalitat): "La corona de espinas va a redimir a una sociedad y entregar a los demás una dimensión de libertad y compromiso global para tener una sociedad mejor", dice. Esto es también lo que desea hacer Albertí: que el público salga feliz pero con una felicidad con dimensión ética y social, que es la que nos da "el goce duradero de ser miembros de una colectividad".