La Última

Mont Plans: “¿Vendrías a mi entierro? Pues, venme a ver ahora que estoy viva”

Actriz

BarcelonaMont Plans i Girabalt (Artés, 1948) empezó como actriz cuando ya tenía 35 años, después de haber estudiado en la Escola Massana, de haber dado clases de solfeo y de canto y de haber trabajado de fotoperiodista . Entró en el teatro por la puerta grande, primero con La Cubana, después con Dagoll Dagom y más tarde, ya por su cuenta, trabajando con algunos de los mejores directores catalanes. Fue una de las Teresines y este recuerdo le ha acompañado toda la vida. Ahora está nominada a los premios Butaca por su interpretación en Lali Symon y representa Sembla que rigui en el teatro Gaudí.

¿Qué es lo mejor que te ha pasado este último año?

— Muchas cosas, llevo un año increíble: el premio Margarida Xirgu, nominaciones a los premios Butaca, trabajo... Un trabajo detrás de otro y eso es increíble. Muy contenta.

¿Y lo peor?

— Pérdidas. A mi edad cada año vas perdiendo gente, van marchando y no te acostumbras. Este año, mi hermana, que era mi amiga, mi confidente, mi vecina, mi todo. Es doloroso.

En Sembla que rigui, la última obra que estás representando, haces de muerta.

— Sí, hago de muerta, pero todavía no del todo. Estoy en ese punto de esperar para pasar al otro lado. Nos inventamos un jurado, que es el público, que debe darme el paso hacia la luz.

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¿Tienes que maquillarte mucho para hacer de muerta?

— [Ríe] Cada vez, menos. Sólo tengo que exagerar algo lo que ya tengo. O sea, mi cara tiene manchas, cicatrices, arrugas, mi cara es como un mapa de vida. Entonces, lo único que tengo que hacer es exponerlo, en vez de esconderlo con maquillaje, como hacemos cuando vamos por la calle.

Si tuvieras que hacer un balance de tu vida, como la protagonista de tu última obra, ¿cuál sería tu gran orgullo?

— Haber podido vivir del trabajo que me gusta. No se lo digas a nadie, pero lo haría sin cobrar. Poder vivir de esto es un gran orgullo y, sobre todo, tener una relación profunda y sincera con mi familia y amigos. No tengo que vender nada y esto me va muy bien.

Tengo la sensación de que has hecho lo que has querido.

— Sí, pero he hecho lo que he querido sin necesidad de dañar a nadie. Porque, a veces, cuando uno hace lo que quiere tiene que pasar por encima de los demás. Y yo no he tenido que pasar por encima de nada ni de nadie. He ido haciendo lo que he querido de forma tranquila y fructífera.

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Quizás se esperaba otra cosa de ti, en tu casa, y no que fueras actriz.

— Hombre, cuando empecé, lo encontraban muy raro. Además, empecé con La Cubana, en la época callejera. “¿De verdad quieres ir por la calle haciendo estas tonterías?”. Mi padre vino a ver el Cómeme el coco, negro, ya estaba enfermo, pobrecito, y al final se sentó en medio del escenario, y dijo: “Misèria i companyia”. ¡Siempre me ha hecho reír tanto, esto! Pero, sin embargo, me lo aceptaban y me respetaban. Y después tuve tiempo de que mis padres estuvieran orgullosos de mí.

¿Y se verbalizó esto?

— Sí, pero tampoco mucho, no sea que me lo creyera. Que somos de Artés, somos del Bages y somos muy catalanes. "No, mujer, está bien, se ve que gusta".

Muchas mujeres de tu generación no han podido decir esa frase que parece tan sencilla: "He hecho lo que he querido".

— No, no. O han tenido que luchar mucho para hacerlo. Yo también he tenido épocas muy duras, pero me he montado la vida a mi manera. Si no he tenido trabajo, me lo he buscado o me he producido espectáculos, como éste Sembla que rigui, cómo Chaise longue. Siempre me he buscado formas de ir haciendo lo que quería hacer.

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Las últimas obras tuyas giran muy en torno a la vejez o a la muerte.

— Porque tengo la edad que tengo, no puedo hacer de mujer de cuarenta o cincuenta años. Tengo que hacer de anciana y las mujeres mayores mueren. Yo llevo una época muriéndome en escena [ríe].

¿Tú crees que esto te ayudará el día de mañana?

— No, no ayuda. Yo no tengo ganas, tengo todavía una curiosidad tremenda. Me gustaría ver el momento de que nos pongan un chip en el cerebro y que, cuando te encuentres a una persona, automáticamente haga como una búsqueda de Google, y te salga el nombre, la edad y la última conversación que tuviste con él. Pero resulta que todavía no hemos llegado ahí y yo sufro porque no recuerdo el nombre de las personas que se me acercan, no sé de qué las conozco. Aparte de eso, sí que es verdad, y esto lo digo en la obra, que el mundo cada vez te es más ajeno.

Esto me lo decía Montserrat Carulla.

— ¿Ves? Pero es porque no queremos. Hay gente que me dice “yo ya no quiero esto de la tecnología y de las redes”. Yo, sí. Yo quiero hacerlo todo, estoy en todo. Me gusta estar al día, pero me sigue gustando la música de mi época. Nosotros mismos vamos haciendo nuestros apartheids. Pero yo soy muy feliz, estoy muy contenta, tengo muchos amigos jóvenes, muchas amigas jóvenes, estoy en contacto con mucha gente, salgo mucho, voy a ver qué hace todo el mundo en el teatro. Yo creo que estoy al día.

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Mucha gente te relaciona con el humor, te ve y ya ríe. Tú últimamente ya no tienes suficiente con reír.

— “¡Qué gracia me hace esta chica!”, [ríe]. Pero es que hace mucho tiempo que hago más cosas. En el 2000 hice El temps de Planck, que era un musical, pero era un drama; el Peer Gynt, con Calixto Bieito, que no era precisamente de risa. Quiero decir que hace mucho tiempo que hago obras que no son cómicas pero, chico, la gente no se acuerda. Incluso me ocurre que haciendo drama, hago reír. Ya me parece bien.

¿No quieres ser Teresina?

— Yo soy Teresina. Ya lo he sido, ahora no lo soy. No reniego de ello. A ver, yo estoy donde estoy por el camino que he hecho para llegar hasta aquí. Si hubiera hecho otra cosa, quizás no estaría aquí. Cada paso que damos nos lleva allá donde estamos. Y como ahora yo soy feliz, también estoy contenta de cada paso que he dado. Lo primero que hice fue estar en La Cubana y hacer reír en la calle, por las esquinas, y la gente reía mucho.

¿El humor nunca te ha abandonado?

— No, no, y que nunca me abandone. Yo creo que el motor para sobrevivir es el sentido del humor.

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¿Más que el amor?

— Es que un amor sin sentido del humor... De toda la vida que decía que si tenía que compartir mi vida con un hombre o con una mujer, tenía que hacerme reír. Debe hacerme reír y hacerme de eso, que es muy difícil. Ambas cosas. Supongo que por eso no lo he encontrado [ríe].

No es verdad que no lo hayas encontrado.

— No, no, siempre me he cansado. Y además, ¿sabes qué pasa? Que yo soy del living apart together. Yo tendría que haber tenido un novio o un marido que viviera en el piso de al lado, no conmigo.

¿Cuándo es la última vez que viviste acompañada?

— Un mes, y hace muchos años. No aguanto más. Ahora, relaciones que han ido tirando, sí.

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¿Te da respeto llegar al último acto de la vida viviendo sola?

— Como he vivido siempre sola, me parece bien. Lo que intento mantener es la relación diaria con la gente. Todos los días tengo relación con un familiar, con vecinos, con la portera, amigos. Tengo mucha red, yo. No me pasaré demasiado rato sola. Si un día no contesto ni en el fijo, ni en el móvil, ni en la puerta, enseguida habrá alguien que empujará la puerta y abrirá. Preferiría tener tiempo de hacer una fiesta para decir adiós. Lo que dicen de que mejor rápido, no darte cuenta, a mí no. El vídeo de promoción dice: “¿Vendrías a mi entierro? Pues, venme a ver ahora que todavía estoy viva”. Es esa la historia. Me da igual la gente que venga al entierro. ¿Y cuántas veces me has llamado el año pasado año? Llámame, encontrémonos, veámonos, vayamos a hacer un trago y disfrutemos de la vida. Tener ocasión de despedirme y dar una buena fiesta. Pero como no sabemos cuando es, no podemos elegir. Esto es un misterio.

Sembla que rigui, que es el título de tu última obra, ¿es una frase que tú utilizas cuando vas a los tanatorios?

— Es una de las cosas que se dicen, sí. "Lo han dejado muy bien". "Ha quedado igual". Intentamos con Òscar Constantí, el coautor de la obra, traducirla al castellano y Parece que sonría no se dice. Sembla que rigui es precioso, porque te da el punto de que habrá algo que te hará reír. Estoy muy contenta del título y de la obra. No es la historia de una mujer, es la historia de muchas mujeres, de mucha gente de este último siglo. Todo lo que han pasado: los novios, los muertos, la guerra, la pérdida...

¿Qué reclamabas en la última manifestación a la que has ido?

— La independencia de Cataluña. Qué le vamos a hacer...

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Has mirado hacia arriba, como si también hubiera pasado a mejor vida...

— Sí, algo. Ay, qué lástima, mejor que no hablemos de eso. Ahora me manifestaría contra Mazón, un pocavergonya [un sinvergüenza]. No me gustan los insultos que echan siempre la culpa a las madres. Tenemos insultos catalanes muy buenos, que deberíamos utilizar, y no ir a parar siempre a las madres.

¿Qué últimos recuerdos conservas de los padres?

— Están tan vivos..., parece mentira. Es que incluso puedo recordarme cuando iba a su cama, por la mañana, a dormir con ellos. Me acuerdo de todo. Mi madre, poniéndome el termómetro; mi padre diciendo: “¿De quién es ese culito?”, imagínate. Recuerdo que mi madre estuvo una temporada durmiendo conmigo, ella dormía en la habitación y yo en el sofá. Por la mañana se levantaba muy temprano, yo oía sus zapatos y se ponía ahí delante de mí, a ver si me despertaba. “Déjeme dormir, madre, que es muy temprano”. Se iba a la terraza y al poco ya la volvía a tener allí. “Muy bien, madre, ¡vamos a tomar el café, va!”. Y espérate, que hay otra, que además tiene que ver con la obra: cuando mi padre murió, mi madre tocó el ataúd y dijo: “Hasta dentro de dos años, querido”. Y al cabo de dos años y una semana murió. Aguantó los dos años para que la pudieran poner en el mismo nicho que mi padre. Si hubiera muerto antes, la habrían enterrado en otro nicho, que es algo que ella no quería en modo alguno. Esto te hace ver qué padres tenía y por qué están tan presentes. Y haber tenido una infancia feliz supongo que hace que tengas una vida feliz y lo que he aprendido, ahora de mayor, es a distinguir el grano de la paja, las personas que de verdad te interesan de las que no te convienen. Yo siempre había hecho mucho esfuerzo por tener gente, quiero que me quieran, quiero que me quieran. Y ahora no: ¿no me quiere? Pues, adiós. Ya me buscaré otro que me ame.

¿Cuál es la última canción a la que estás enganchada?

— Ahora tengo un CD puesto de Amy Winehouse. Yo todavía estoy con los CDs, no voy con Spotify. Para mí la música es muy importante, escucho mucha música y me paso el día cantando.

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Las últimas palabras de la entrevista son las tuyas.

— ¡Ah, oh! Te agradezco la entrevista porque el teatro no puedes hacerlo sola. Hay que hacerlo con el público y necesitamos que haya gente que haga de altavoz de lo que hacemos y que anime a la gente a que vayan al teatro. Es un espacio mágico. Aunque salgas y digas: "Ay, no me ha gustado". Da igual, pero has estado ahí un rato, has visto lo que hace la gente, que se esfuerzan mucho para sacar adelante esta profesión. Y otra cosa quiero decir: que en Navidad la gente vaya a comprar a los sitios cerca de casa, kilómetro cero. Que no vaya a comprar lejos, ni compre cosas que se han criado muy lejos, ni que hayan salido del otro lado del mundo. Compra cosas que sean de aquí, que así iremos tirando, con lo difícil que es ir tirando.

El macho Isidru

Cuando terminamos la conversación y se apagan las cámaras, Mont Plans se lamenta de no haberme explicado que sí hay un macho en su vida con el que ha podido convivir más de un mes. Se llama Isidru y es su gato.

Estamos en el Teatro Gaudí de Barcelona, en la misma sala donde representa Sembla que rigui hasta el domingo 24 de noviembre. El día que fui a ver la obra todos los asientos estaban ocupados. Hoy tenemos sólo una persona de público siguiendo la entrevista: Òscar Constantí, el coautor de la obra. Mont nos acompaña hasta la calle, pero a medio camino hacemos una parada en el libro donde el público puede dejar escrito qué le ha parecido el espectáculo. Me fijo en una dedicatoria: “Me has hecho llorar de risa y risa de llorar”.