Montañismo

25 años de la tragedia del Balandrau: "Pensé que se me helarían los ojos"

Nueve personas murieron en uno de los peores temporales que se recuerdan en el Pirineo catalán

Arnau Segura
29/12/2025

Torelló"Recuerdo entrar en el refugio y ponerme a llorar y pensar: «Qué fuerte, estamos salvados. Ya no nos moriremos», asegura Marta Valls (Barcelona, ​​1974). Es una de las supervivientes de la tragedia que hace justo 25 años dejó nueve muertos en el Pirineo oriental, en la comarca del Ripollès, entre el Balanda meteorológico más extraordinario y fatídico que se recuerda en las montañas catalanas. Barcelona.

El viento empezó a soplar de golpe cuando Valls y Marc Pons ya habían acabado de escalar y estaban en la cima del Gran de Fajol grande, hacia las dos del mediodía. Se juntaron con Enric Llàtser y dos escaladores más, sin empezar estaremos en el coche», recuerda Marta. Pero de repente el viento empezó a levantar la gran nevada que había caído unos días antes y lo pintó todo de blanco. No se distinguía el cielo del suelo: "La visibilidad era cero". Cuando llegaron al collado de la Marrana, en lugar de ir hacia Vallter fueron hacia la banda contraria, sin saberlo ni quererlo.

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De repente perdieron a Enric. Lluís dijo que tenía que echar atrás a buscarlo. No le dejaron: "Era imposible. No era una opción. Era morir". El viento soplaba "muy, muy fuerte". Tanto que los tiraba al suelo. Bajaban a cuatro patas o arrastrándose. "La nieve ya era hielo y se te clavaba en la cara como si fueran cuchillos". El viento hacía tanto ruido que debían llamarse al oído: "Parecía que estuviéramos en el Everest. No parecía el Pirineo. Era todo surrealista". "Íbamos muy abrigados y parecía que fuéramos desnudos –explica–. Llevaba unas gafas de sol de montaña y tuve que quitárselo porque no veía nada. Eran llenas de hielo. Cuando me las saqué parecía que se me helaban las órbitas de los ojos". Bajaban encordados los tres, en fila: Marc, Marta y Lluís.

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Siguieron huyendo de la ventisca, buscando perder altura. El objetivo era andar hasta que se hiciera de día, aunque fuera sin rumbo. "Por no morirnos de frío". Estaba bautizada, había hecho la comunión, pero en aquella época sólo iba a misa por los entierros y bodas. "Recé mil padrenuestros como mínimo. Me lo había enseñado mi madre", explica sonriendo. Andaba y rezaba. "Cuando se hizo de noche pensé que no saldríamos adelante. Allí vi que habíamos lamido mucho. Perdí totalmente la esperanza. Pensé mucho en mis padres –dice–. Era una putada para ellos". Era una noche negra.

Pero de repente vieron una luz. "Fue un milagro. Cada vez que pienso en este momento se me ponen los pelos de punta. Fue una chispa de luz en medio de la oscuridad. Uno, dos segundos. Apareció y desapareció. Llegamos a mirar hacia otro lado y no la vemos", suspira. Les salvó la casualidad de que el refugio de coma de Vaca se hubiera abierto dos años antes, de que hubiera cuatro personas en la habitación de emergencia porque el refugio estaba cerrado esa noche y sobre todo que alguien saliera fuera un momento con un frontal. "Si no hubiéramos visto la luz ahora no estaríamos aquí", dice Marta.

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Reír después de rondar la muerte a dos horas de casa

Joan Marc Flores (Santa Perpetua de Mogoda, 1974), dentro del refugio, se cansó del ruido "insoportable" de las "hostias" que hacía la puerta, mal cerrada, y salió para atarla con un alambre. La luz de su frontal, tan efímera, como una estrella fugaz, salvó tres vidas. Lo guarda desde entonces en una caja de helados de cartón. Dice que cuando salió fuera "flipó". "El espectáculo era inmenso. No había sitio para la vida. Era una locura", escribió en una carta que envió a la cárcel para Jordi Cuixart, amigo y compañero de aventuras. De repente vieron entrar a Marc. "Era un maldito bloque de hielo", explica ahora. Tenía la barba llena de estalactitas. Tuvieron que utilizar un piolet para quitarles las chaquetas porque las cremalleras estaban heladas. Se rieron todos juntos diciendo que podían pedir unas pizzas.

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El 31 de diciembre se levantaron con el ruido del helicóptero que rescató a Marc, Marta y Lluís. Los bomberos también les ofrecieron descender, pero ellos dijeron que no porque hacía un día "espléndido" y querían terminar la ruta a pie. Pasaron por la coma del Orri y vieron un brazo que sobresalía de la nieve. Era de una de las dos primeras víctimas de la tragedia. Entonces todavía no se sabía que había ocho personas perdidas en el Balandrau, una cima de 2.585 metros que se conoce como una montaña de vacas. Eran dos grupos de tres y cinco personas. Sólo sobrevivió una persona del segundo, después de perder a la pareja y tres amigos y pasar dos noches al raso. El País aseguró que algunos cadáveres se encontraron en posición vertical: "Estaban en movimiento, como si nadaran entre la nieve". El último cadáver no apareció hasta el 24 de marzo, todavía bajo un metro y medio de nieve. Enric, el amigo de Lluís, fue encontrado con vida al día siguiente, semienterrado en la nieve. A 27 °C de temperatura corporal.

Marta recuerda que poco después de aterrizar en el Hospital de Campdevànol con el helicóptero ya empezaron a llegar los primeros cadáveres. Hoy cumple 25 años de un segundo aniversario: "Fue volver a nacer".

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