Barça

El Barça, el club que acaba devorando a sus ídolos

Messi no se escapa de la maldición que ya sufrieron Kubala, Cruyff, Samitier y Maradona

La historia, cíclica, se suele repetir. Generaciones de barcelonistas han vivido el mismo debate, el debate entre quien suda la camiseta y quien lucha por mantener la estabilidad en el palco. La eterna lucha entre los futbolistas y los directivos, dos colectivos que no siempre andan en la misma dirección. Algunos jugadores, aprovechando el buen tiempo y demostrando ser listos, han evitado ser objeto de juicios públicos escogiendo el momento en el que se iban. Lo supieron hacer Puyol, Xavi e Iniesta, renunciando a años de sueldo pero también evitando el dolor de verse en el banquillo. De llegar a ser cuestionados. Son la excepción.

Ni siquiera Messi se ha escapado de este destino cruel. Él, el hombre que ha superado todas las estadísticas, el futbolista que llegó a la ciudad siendo un niño y se hizo mayor, que ha visto como crecía su familia y su fama a la sombra de las gradas del Camp Nou. Él también ha acabado atrapado en el barro de los conflictos internos del Barça, criticado por algunos por cobrar demasiado y por tener demasiado poder. Con Messi, todo es un juego de extremos. La mayor parte de forofos estarían dispuestos, si hiciera falta, a pagarle todavía más sueldo, como gesto de agradecimiento por tantos años de felicidad. Otros prefieren que se vaya, como si priorizaran la caja a los goles, tratándolo como un trabajador más del club. Las dos almas de un club particular por su estructura, donde el presidente no deja de ser el representante de los propietarios, los socios. Tampoco Messi se ha escapado de este trágico destino que también afectó a Kubala y a Cruyff, los dos hombres que ya tienen una estatua ante el estadio. Ahí donde seguramente, con el tiempo, también se levantará la de Messi.

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De 1911 a 2021

Esta dualidad forma parte de la historia del club. Ya en 1911 el Barça se fracturó cuando Joan Gamper, el presidente, hizo frente a unos futbolistas que entendieron que tenían más poder del que se habían pensado los primeros deportistas del club. El Barça no se escapó de la guerra civil que vivió el fútbol en toda Europa, entre el profesionalismo y quien defendía que un deportista no podía cobrar. Muchos clubes se inventaban trucos para hacer ver que los jugadores no cobraban, pero en realidad les daban sueldos, regalos, trabajo o lo que hiciera falta. En el Barça, convertido poco a poco en un fenómeno de masas, los mejores jugadores se sublevaron contra Gamper porque no les dejaba recibir una parte de los beneficios de las taquillas. La lógica de los futbolistas era clara: si nos vienen a ver a nosotros, tenemos derecho a cobrar una parte de las entradas. Gamper, aferrado a un ideal de deportes con valores, en el que se juega por la gloria, no para llenarse los bolsillos, se negaba. Y los futbolistas pactaron un amistoso en Valencia a cambio de 1.500 pesetas sin pedir permiso y consiguieron que la directiva expulsara a algunos de los mejores jugadores de la época, como Josep Quirante, Charles Wallace, Percival Wallace, Carles Comamala, Arseni Comamala, Romà Solà y Paco Bru, este último un trotamundos que vivió mil vidas en una sola. Los rebeldes llegaron a crear un club nuevo, el Casual FC, pero no tuvieron éxito. El Casual tuvo pocos años de vida y los disidentes acabaron practicando otros deportes o fichando por el Espanyol. Gamper ganó una batalla pero perdería la guerra, porque el profesionalismo era como una bestia hambrienta, imposible de parar. En 1922, cuando se inauguró el estadio de les Corts, el mismo Gamper explicaría a la prensa que lo que más le preocupaba era "el profesionalismo, que todo lo corrompe".

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La primera edad de oro del Barça estuvo marcada por esta tensión, a veces poco evidente y otras portada de los diarios, entre la directiva y los futbolistas. Muchos deportistas no llevaban bien la popularidad de Gamper, que se dejaba ver con políticos, con empresarios y lideraba los esfuerzos para traer los Juegos Olímpicos a Barcelona. Las envidias entre directivos y jugadores duran todavía hoy, de hecho. Cuando en 1924 el periodista Daniel Carbó Correcuita escribió el libro con la historia de los primeros veinticinco años del club, más de un jugador se indignó por considerar que daba demasiadas peso a la figura de Gamper.

Zamora y Samitier cambiando de lado

El suizo se las había visto con el mítico portero Ricardo Zamora, que había dejado su Espanyol para ser azulgrana en 1919 buscando más títulos y más dinero. Entonces, en una época en que jugadores como Zamora y su amigo Samitier ya eran tan famosos como los mejores actores, el portero no tenía suficiente y cada temporada pedía más dinero. Al final, pues, Zamora volvió al Espanyol. Y el mismo Josep Samitier se fue al Real Madrid, enfadado porque también consideraba que cobraba poco. Todos los años 20 estuvieron marcados por esta guerra fría por el dinero. En 1926, de hecho, se filtraron a la prensa los sueldos de los jugadores más importantes, para hacer daño a su imagen. Como con Messi ahora.

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Kubala, con el orgullo herido

En los años 50 el Barça vivió la segunda etapa de oro, la de las Cinco Copas, gracias en parte a un Laszli Kubala que también vería como su figura, idolatrada durante los primeros años, se manchaba con filtraciones a la prensa de directivos hartos de su vida nocturna. Después de la primera final de la Copa de Europa perdida en 1961 en Berna contra el Benfica, la directiva de Enric Llaudet empezó una renovación de la plantilla en la que algunos jugadores históricos, como Justo Tejada, Sandor Kocsis y Zolta Czibor, se sintieron heridos porque descubrieron por la prensa que no entraban en los planes del club a pesar de tener, en algunos casos, contrato. Tejada, muerto hace pocos días, llegaría a explicar que cuando pidió explicaciones por lo que había leído en los periódicos, le dijeron que ya podía hacer las maletas, pero además tenía que pagar para rescindir el contrato. Es decir, si no quería pagar, se habría podido pasar un año sin jugar. Tejada pagó, pero engañó a Llaudet diciendo que ficharía por el Murcia, a pesar de que realmente se fue al Madrid.

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Kubala vivió esta época con dolor, a pesar de que le dieron el cargo de entrenador. Cuando en la temporada 1962-63 lo destituyeron, se quejó por el trato recibido y, herido, se fue a jugar al Espanyol. El húngaro consideraba que todavía tenía cuerda como futbolista pero Llaudet soltaba a los periodistas que ya no valía ni para marcar goles ni para hacer de técnico. La relación entre las dos partes se volvió tan complicada que el Barça dejó de apoyar una escuela de jugadores que el húngaro había creado. Tal como habían hecho Zamora, Samitier y Tejada, pues, Kubala también escogió irse a un eterno rival, en este caso al Espanyol, para hacer daño a la directiva. Era una cuestión personal. Kubala, por cierto, protagonizó un debate extraño con Luis Suárez, el delantero gallego de los años 60. A pesar de tener buena relación, vieron como el estadio se dividida entre los kubalistas y los suaristas. El gallego siempre acusó a la directiva de usar la prensa para crear un debate irreal, para forzar así que se fuera para permitir cobrar dinero que la economía del Barça necesitaba.

El eterno debate con Cruyff

El otro hombre con estatua en el Camp Nou, Cruyff, también vio como su sueldo aparecía publicado en una portada, en este caso de la revista Don Balón, cuando la directiva ya no le quería. El hombre que hizo volver la risa al Barça en 70 era una alma libre. Y su relación con las directivas no fue muy buena, ni en el Barça ni en e Ajax. De hecho, en 1984 acabó la carrera en el Feyenoord, eterno rival del Ajax, para vengarse de Tom Harmsen, presidente del club de Ámsterdam, que explicaba a la prensa que el futbolista ya no podía jugar a un nivel alto. Cruyff, que en 1976 vio como su sueldo de futbolista (48 millones de pesetas) aparecía publicado en Don Balón con el titular "Los males del Barça empiezan aquí", también tendría encuentros como técnico con Josep Lluís Núñez, el presidente que protagonizaría grandes conflictos con estrellas como Romário, Ronaldo, Laudrup y Figo por sus contratos y que acabarían con salidas dolorosas. Ni el mismo Guardiola, como jugador, pudo irse tranquilo, entre negociaciones complicadas cuando había que renovar y filtraciones sobre su vida privada cuando Núñez ya no lo quería. De hecho, una buena parte de las guerras internas del barcelonismo todavía son herencia de la lucha entre Núñez y el Cruyff entrenador, con el neerlandés llegando a devolver la insignia de honor del club cuando Sandro Rosell era presidente porque consideraba que su figura no era respetada. Antes, Núñez se las había tenido con Diego Armando Maradona, que llegaría a decir aquello de que Catalunya "es un gran lugar para vivir, excepto si eres futbolista", porque consideraba que Núñez mandaba demasiado. "Llegó a esconder mi pasaporte. Creía que podía decidir por mí, a pesar de que él no entendía de fútbol", explicaría el argentino.

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El escándalo entre Schuster y Núñez

Todavía peor acabó Bernd Schuster. El alemán llegaría a llevar el club a los tribunales cuando en la final perdida al Sevilla de la Copa de Europa de 1986 no se quedó en el estadio para ver los penaltis cuando le sustituyeron. Cuando Núñez dijo que Schuster no jugaría más con el Barça, el caso aconteció un conflicto que acabaría en los tribunales. Schuster fue sancionado con un año sin jugar, pero ganó el caso cuando, a escondidas, ya negociaba para irse al Madrid. "Núñez era muy duro, te quería dejar claro que el presidente mandaba. Y que si había que sancionarte o echarte, lo haría", recuerda Ramon Maria Calderé. De hecho, él fue uno de los futbolistas que protagonizaron el famoso motín del Hesperia, durante la temporada 1987-88, cuando los jugadores hicieron una rueda de prensa en este hotel exigiendo la cabeza de Núñez. De nuevo, en el trasfondo había el dinero y saber quién mandaba más. El Barça había fraccionado los contratos de los jugadores, dividiendo el salario de los derechos de imagen, una operación que acabó comportando investigaciones de Hacienda. Viendo que les tocaba pagar muchos impuestos y tener que verse las caras con Hacienda, los jugadores toparon con Núñez, que priorizaba que fuera el Barça quien pudiera ahorrar. Aquella batalla la ganó Núñez, porque el Camp Nou estiró las orejas de los futbolistas silbándoles.

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Un silbido del Camp Nou, de hecho, no se olvida fácilmente. El entorno de Messi explica que ver como Ronaldinho era silbado por el mismo estadio que poco antes lo había divinizado marcó al argentino. "Cuando el Camp Nou te abuchea, no se olvida", decía Xavi hace algunos años. Y si los directivos buscan evitar una pañolada, los jugadores no quieren ser abroncados. Y el eterno conflicto entre los jugadores y los directivos se ha ido viviendo a oscuras, en los reservados, con filtraciones, con mensajes encubiertos, hasta que se va haciendo tan grande que estalla. Y, entonces, el barcelonismo se ve obligado a tomar posiciones. Y decidir a quien apoya. Tampoco Messi se ha escapado de este destino, a pesar de que con el covid-19 el juicio del Camp Nou se pospone. Cuando vuelva la afición, habrá que ver si Messi todavía está en el club. Bartomeu, de hecho, ya no lo está.