El Barça, Nike y los unicornios por la ventana

BarcelonaEn verano de 2018, la gira del Barça dedicó una estancia en Portland a visitar la imponente sede de Nike en una especie de acto de vasallaje. Entrar era como poner los pies en el palacio de un rey gigante y comprobar que, en ese encuentro de marcas globales, la azulgrana era una hermana ínfima. Oficinas impolutas, instalaciones deportivas modernísimas, latifundios de césped recién cortado y un lago idílico donde sólo faltaba un violinista para amenizar la jornada onírica. Dos años antes, el presidente Josep Maria Bartomeu había firmado el contrato de renovación con la multinacional hasta 2028 que ahora está bajo la lupa de Joan Laporta. Era ese tiempo en el que Messi quería acumular Champions, el club acariciaba los 1.000 millones de ingresos y, para cuadrar las cuentas, debían hacerse inventos, porque la masa salarial era un agujero negro.

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Fuentes de la época admiten que las prisas de la calculadora hicieron que Bartomeu no apretara suficientemente a los dirigentes de Nike y aceptara un contrato con contrapartidas que han acabado perjudicando al Barça. Ya sabéis, otra mochila de la maldita herencia. Es comprensible que, con el papeleo estudiado del derecho y del revés, Laporta quiera tirarlo a la hoguera. De hecho, es loable que no quiera caer en errores del pasado y se empeñe en defender los intereses del club hasta el final. Lleva meses convencido, tal y como verbalizó en RAC1 el 2 de febrero, que la camiseta del Barça vale el doble de lo que les paga Nike: al menos, bastante más de lo que están ingresando ahora. Lo que eran 105 millones en el 2018, ahora dicen que son unos 80, y en la entidad culé remarcan que tienen alternativas mucho más lucrativas.

Detrás de las proclamas heroicas, sin embargo, se esconden la oferta de Puma, que no está dispuesto a pagar la penalización por el incumplimiento de contrato del Barça con Nike, y la idea arriesgadísima, según la mayoría de expertos, de autoproducirse la camiseta. Para apostar por esta vía tan creativa deberían asumirse los costes de fabricación y distribución y, mientras el club flirtea económicamente con el desastre, no tendría garantizado conseguir los millones que le asegura Nike. Hay dos opciones: creer que en el palacio de Portland están muy afectados por las cosquillas que les hace la presión de Laporta o constatar que Oregon está tan lejos de Barcelona como el Barça de Messi. Quizá habría que guardar la camiseta tejida por la abuela en un cajón, dejar de ver unicornios por la ventana, ser conscientes de lo que es hoy el club y entenderse con Nike.