BarcelonaYa le queda poco, a la Copa América. El Emirates New Zealand ha puesto la directa en la final y en pocos días se proclamará campeón. Así, los británicos seguirán sin ganar la copa que crearon en 1851 y Barcelona seguramente seguirá siendo la sede de la competición. Las autoridades así lo quieren. Nueva Zelanda, una vez gane la Copa, puede decidir dónde y cuándo defender el título. Vistas las ayudas recibidas, parece lógico que quieran seguir en Barcelona. Porque la Copa América ha sido un éxito. O un fracaso. O ambas cosas.
Esta seguramente será la Copa América con más espectadores de la historia. Y no hablo de hacerse trampas al solitario como hicieron los organizadores cuando se inventaron que era el tercer evento deportivo más visto, después de sumar a las audiencias los minutos que les habían dedicado los informativos. No, no es el tercer evento más visto, pero ha sido un éxito en el sentido de que las anteriores ediciones carecían de grandes cifras de visitantes, ya que se hacían en lugares más remotos, como Auckland o Bermudas. Y en horario de Nueva Zelanda o San Francisco. Esta Copa se ha hecho en una ciudad bien comunicada y con horario europeo, lo que ayudaba, ya que cuatro de los seis equipos eran europeos.
La Copa América de Barcelona podrá decir que ha mejorado las anteriores ediciones y sacar pecho. Pero haciéndolo ignorará parte de la realidad. Supongo que, tal y como ha ocurrido hasta ahora, no habrá autocrítica alguna respecto a un hecho clave: la competición no ha conectado con la ciudad. Y veo dos factores. El primero, que llegue justo en un momento en el que miles de barceloneses sienten que los echan de su ciudad, con alquileres imposibles y facilidades para los turistas, pero no para los que viven aquí. La Copa en sí, como competición deportiva, es inocente. De hecho, cuando Barcelona organizó los Juegos de 1992, la población lo disfrutó: no hay problema en organizar grandes eventos en tu ciudad si Barcelona te cuida. A muchos barceloneses les molesta que se hagan grandes eventos cuando se sienten expulsados.
El segundo factor sería que la Copa ha cometido un error de comunicación: no puedes vender que serás tan importante como los Juegos de 1992. Intentar vender que una competición de vela arraigará en la ciudad como unos Juegos Olímpicos es demagógico. Se ha inflado la Copa con declaraciones de políticos que querían conectarla con los Juegos de 1992, y la gente ha tardado poco en entender que no tienen nada que ver. La competición, pues, no ha arraigado en Barcelona, pero los organizadores estarán satisfechos. Si Nueva Zelanda decide quedarse en la ciudad, haría bien en intentar entender las razones de los manifestantes en lugar de burlarse de ellos desde un palco VIP con una copa de cava en la mano. Pero especialmente deberían tomar nota de ello los políticos: ¿cómo te tiene que importar una competición de vela, o de motor, o de lo que sea, cuando gente con carreras, másteres y trabajo fijo no pueden pagar los alquileres en su ciudad?