Fútbol - Liga de Campeones

El Barça se inmola contra el PSG y no le basta con la fe para seguir en Europa

Los azulgranas, con un jugador menos desde el minuto 29 por la expulsión de Araujo, caen goleados (1-4) y se despiden de la Champions

BarcelonaInjusticia. Desconsuelo. Desesperación. Indignación. Inmolación. Por estos cinco estadios transitó al Barça en un doloroso adiós de la Liga de Campeones tras caer ante el PSG (1-4). Europa sigue siendo una quimera. Ya son cinco años sin oler las semifinales de la Champions. El día en que Barcelona y buena parte de Cataluña se habían teñido de azulgrana, el día en que la afición volvía a creer que se podía reparar el orgullo dañado durante unos últimos años nefastos en la máxima competición de clubs, el día en Porque todo el barcelonismo se había permitido el derecho a soñar, la Liga de Campeones se convirtió de nuevo en una pesadilla. Uno más. La herida es grande. Toca aceptarlo. Toca renunciar a la sensación de euforia que despertó la victoria en París y el primer gol de Raphinha en Montjuïc porque, pese a que el estadio azulgrana se preparó para vivir una fiesta, los propios errores y el arbitraje hicieron tocar de pies en el suelo un Barça que no perdió el orgullo hasta el final. La temporada seguramente terminará en blanco, sin títulos y, si nada cambia radicalmente, con Xavi Hernández haciendo las maletas.

Todo se torció en el minuto 29. Siempre hará daño recordar ese momento. Cuando Ronald Araujo fue expulsado. La acción dio la vuelta al relato de un partido y toda la historia de un Barça que quería creer al volver a brillar en Europa. El duelo había empezado bien. Cada recuperación, cada pelota dividida ganada, cada batalla superada era celebrada por una afición ilusionada. Luis Enrique se dejó estar de los inventos extraños de la ida, en la que había situado a Asensio de falso nuevo, y apostó por centrar Mbappé y ceder las bandas a Dembélé y Barcola. Mbappé tenía cierta tendencia a caer hacia la derecha, donde Cancelo era el eslabón más débil de la defensa. Bastaba con el lateral portugués al domar su naturaleza ofensiva y estar pendiente de su complicada pareja de baile: un Dembélé abucheado en todo momento en Montjuïc.

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Las ayudas defensivas de los centrocampistas eran innegociables. Todos los jugadores del Barça se inyectaron en la sangre el mensaje con el que Xavi había insistido una y otra vez: "Debemos ser un equipo". No fue suficiente. Club y afición, remando juntos, tuvieron que creer en todas las religiones posibles y rezar a todos los dioses porque el partido se convirtió en un ejercicio de colosal supervivencia a partir de la media hora de juego. Araujo, que había iniciado el duelo recibiendo una ovación para cortar con su característica vigorosidad un balón a Mbappé, pecó de pardillo en el peor momento. Barcola, un auténtico dolor de muelas, supo dejarse caer tras recibir un mínimo contacto, minúsculo y casi inofensivo, de Araujo y el árbitro István Kovács no dudó en enseñarle la roja al central porque era el último defensor antes de Ter Stegen.

La expulsión de Araujo castiga al Barça

Desde el VAR dieron por buena la decisión del colegiado y ni siquiera le requirieron para que le fuera a revisar. Las caras de incredulidad se apoderaron de todo el barcelonismo. La sensación de injusticia es una de las violentas que puede experimentar el ser humano. Era el minuto 29 y la UEFA, con sus arbitrajes, se encargó de recordarle al Barça que no es un club amigo desde que decidió apoyar a la Superliga. Xavi retiraba la chispa de Lamine Yamal y daba entrada a Iñigo Martínez para restaurar el agujero que el uruguayo había dejado en el corazón de la defensa. Había que afrontar sesenta minutos con un jugador menos ante el multimillonario PSG de Luis Enrique y Mbappé. Con el Barça desubicado y desorientado, los franceses no tardaron en oler la sangre. Un centro endemoniado de Barcola no la llegaron a rechazar ni Cubarsí ni Iñigo: el balón fue a parar a los pies de un Dembélé con el don de la ubicuidad contra su ex equipo: con Cancelo llegando tarde en el marcaje, el extremo francés empató el partido.

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El Barça pedía llegar a gritos al descanso para que Xavi, que acabaría el duelo expulsado por protestar y chutar una valla protectora de una cámara televisiva, pudiera reordenar al equipo. Pero en la reanudación, el equipo salió con el miedo en el cuerpo y el PSG convirtió al Barça en un juguete roto. Vitinha, ante un marcaje demasiado pasivo de Frenkie de Jong, remató solo desde la frontal. El balón le quemaba al conjunto azulgrana, que sufría defendiéndose. Con el 1-2 no todo estaba perdido, la eliminatoria estaba empatada, pero Cancelo cometió un penalti tan innecesario como grotesco sobre Dembélé, cuando éste se estaba alejando del área. Incomprensible. Mbappé no falló desde los once metros.

Pero cuando parecía que el equipo se podría rasgar en mil pedazos, el Barça compitió. Con la gasolina de Ferran Torres entrando desde el banquillo por un exhausto Pedri, los jugadores se dejaron los pulmones para no perder la cara en el duelo pese a jugar con diez jugadores desde el primer tiempo. No estaba Xavi, expulsado. Tampoco Lamine Yamal, cambiado en el primer tiempo. Pero la afición cantaba y cantaba y Gündogan envió un disparo rozando el palo. Y el centrocampista alemán también protestó un penalti que a Kovács no le dio la gana de silbar. Y Lewandowski hizo lucir a Donnaruma. Y Raphinha probó un gol de córner olímpico. Montjuïc quería creérselo, pero, con fortuna, el PSG hizo el cuarto gol cuando peor lo estaba pasando. La pesadilla europea se consumó: el Barça, una vez más, eliminado de la Champions. No hay tiempo para chuparse las heridas, el próximo partido está en el Bernabéu.

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