El clásico: renunciar al optimismo es un pecado

Qué caritas en el metro, qué oscuridad en los ojos, qué silencios en la calle. El Barça, derrotado por el PSG, enésimo milagro blanco en la Champions, ha tenido su semana negra ideal. Si el fútbol es un estado de ánimo, Catalunya es una fosa común.

Es curioso como el cortocircuito y la incompetencia que durante unas décimas de segundo vivieron en la cabecita de un central uruguayo han convertido la euforia en ceniza, la confianza guerrera en terror y temor, el azulgrana en negro de luto. El fútbol, ​​algo tremendo.

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Tan tremenda, que mañana apareceremos con la frente vendada y la llorera fresca en el Santiago Bernabéu a dirimir si dejamos el fútbol hasta septiembre (cuatro meses pasan volando, ¿verdad?) o si nos inventamos un relato de la remontada imposible . La idea, en la que nadie cree, es la siguiente: el Barça derrota mañana a domicilio al inquebrantable conjunto blanco, se queda a cinco puntos en la Liga y remonta en las últimas seis jornadas la distancia que le separa del conjunto blanco (que juega contra Cádiz, Granada y Alavés, sí, pero también contra Real Sociedad, Betis y Villarreal; y lo hará, ay, pendiente de la Champions).

Llama la atención ver lo repentino que hemos asumido que este reavivado Barça de la primavera no tiene nada que hacer en Madrid. Ni Gündogans ni Raphinhas, ni la mejorada versión de Lewandowski, Ter Stegen o Kounde, ni las apariciones estelares de Lamine y Cubarsí. Nada, ninguna opción de derrotar a estos maestros del martirologio y la sufrimiento, ninguna manera de derrotar esta obra de arte del Greco, ese equipo de Viernes Santo que es el Madrid.

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Cada culé tiene su historia y su edad. Pero los que hemos disfrutado desde el 88 hasta la actualidad no tenemos motivos ni excusas para hacer bandera del pesimismo. El Barça, con los colores de un Miró, un equipo que quiere vivir en una verbena de Sant Joan y abrazado al relato del hedonismo, ha llegado a ser el mejor equipo del mundo, el que mejor juega a balón. Por el camino lo ha ganado todo. ¿De verdad no podemos derrotar a este Madrid de los contragolpes y la agonía? Somos el pueblo que ha disfrutado de Cruyff, Guardiola y Messi, y ahí estamos, intimidados por los titánicos raptos defensivos de Carvajal.

Pienso que el optimismo es un privilegio que los culés nos hemos ganado, que renunciar a ellos es un pecado. Y lo pienso porque el fútbol es un lugar raro, un mundo sin normas, un caos y un absurdo. Pero lo pienso, sobre todo, porque cuando Lamine todavía Nacho, conviene creer, y si es azulgrana contra blanco sobre fondo verde, toca sonreír.