De escribir una carta de suicidio a volver a sonreír: "El fútbol es la clave"
El ARA conversa con Ricardo Torres, uno de los integrantes de la selección española para personas sin hogar
Torelló"Cuando cuento mi vida la mayoría de personas no saben qué decirme. Se quedan como callados", explica Ricardo Torres (Madrid, 1987), jugador de la selección española de personas sin hogar. Acaba de regresar de Oslo (Noruega), sede de la vigésima edición de la Homeless World Cup. El torneo se juega de forma anual con el reto de cambiar vidas y ofrecer esperanza y segundas oportunidades a través del fútbol. De trabajar a favor de la inclusión social y la visibilidad y en contra de los estigmas y prejuicios.
De pequeño soñaba con ser futbolista, como tantos otros. Admiraba a Ronaldo Nazário. Tanto que incluso se hacía sus peinados. "Era un sueño muy bonito, pero a los ocho o nueve años tuve que dejar de lado todos mis sueños", escupe con crudeza, hijo de una familia desestructurada. Dice que no tuvo niñez. Mirar atrás duele, pero está acostumbrado al dolor, compañero de camino desde hace mucho: "Los niños dicen que quieren ser abogados, doctores, futbolistas, veterinarios. Es lo normal de la infancia. Esto es lo que yo no he podido vivir: una vida normal y corriente". Cuando le picaban el timbre para ir a jugar al fútbol oa dar una vuelta en bicicleta tenía que decir que no. Le tocaba cuidar a sus dos sobrinos: cambiarles los pañales, cocinar. También se le cayó encima el diagnóstico de la discapacidad intelectual, "por un trauma infantil", y el divorcio de los padres. Mamá estaba enferma. A menudo volvía de la escuela y se la encontraba con la mirada perdida en el portal de casa: el familiar que tenía que ponerle la insulina le pegaba y robaba. Cuenta que todo esto se arrastra, que se paga. "Se paga mucho", admite.
"Lo que a mí me mató fue no poder hacer esas cosas que tanto me hubiera gustado hacer. Mi problema es que nunca me han dejado hacer lo que yo quería hacer –lamenta–. Si hubiera tenido otras condiciones…", suspira. Dice que en la edad de estudiar y jugar y hacer que la familia estuviera orgullosa él ya tenía las responsabilidades de un adulto. Y que con doce o trece años le tocó arremangarse para frenar dos desahucios. "Con doce o trece años tú eres un chaval que está por comerse el mundo". A él ya se lo había comido. Habla con una dureza que intimida.
Hace seis años él se separó y su madre murió: "No tenía a nadie en quien resguardarme y me resguardé en la maldita droga". Hasta que sufrió un ataque nervioso. De repente se encontró en la calle. No olvidó acciones tan cotidianas como bañarse en fuentes públicas bajo miradas escrutadoras ni sobre todo la primera noche. "La primera noche que me encontré en la situación que me encontré", dice sin querer decir, fue un día lluvioso. "Estaba empapado y no tenía ropa de repuesto. Iba pasando de un sitio a otro refugiándome como podía hasta que encontré un parque con un poco de techo. Allí pasé los dos o tres primeros días". Sigue: "Nunca duermes del todo, en la calle. Siempre tienes que estar con un ojo abierto. Duermes con miedo por si te harán algo". Pasó muchas noches en la puerta de una iglesia. Vivió en la calle hasta que tocó fondo.
La carta de suicidio
La situación era insoportable. "Ya no podía más. Escribí una carta de suicidio. La idea era hacer fotocopias en un locutorio y colgarla por las farolas y por las paredes para que la gente entendiera lo que sufrimos", asegura. Primero la escribió en el móvil y después la pasó a mano en un cuaderno para realizar fotocopias. "La idea era hacer las copias, colgarlas e irme para siempre". Tiene una herida en el brazo izquierdo. Se intentó suicidarse el 5 de agosto del 2023, el día de su cumpleaños. "Estaba solísimo. Ya no tenía fuerzas para vivir ni para seguir adelante. Solo quería irme, descansar en paz, no sufrir y que nadie se acordara de mí". Todavía tiene la carta guardada. En el texto lamentaba que las personas sin hogar sean tan "invisibles" para la sociedad. En España hay más de 28.500 personas sin hogar, según el INE (Instituto Nacional de Estadística).
Un día, alrededor por el barrio de Vallecas, descubrió los Dragones de Lavapiés, un club único por su carácter social y comunitario que reúne a más de 600 jugadores de más de cincuenta nacionalidades. Allí encontró el "impulso" para levantar cabeza. Tenía miedo a juntarse con gente, acostumbrado a la soledad. De si le rechazaban, acostumbrado a las malas miradas ya ver que la gente cambiaba de acera para evitarlo. Pero los temores pronto dejaron paso a las lágrimas de alegría: "Sentí que volvía a tener ocho o nueve años y volví a ser algo más feliz". "El fútbol me hizo crecer la autoestima. No al 100%, pero si antes la tenía al 2%, hoy la tengo al 25 o al 30%. He podido resolver un poco mi vida y creer que se puede salir de esta situación –dice–. El fútbol es la clave para todo", reivindica. Le ha descubierto la palabra pertenencia.
De no tener nada que jugar un Mundial
Siempre recordará a Oslo. Los títulos de campeones de la Homeless World Cup han volado hacia Egipto y Uganda, pero el torneo tiene tantos ganadores como participantes. "He pasado de no tener nada que jugar un Mundial. Me parecía que estaba soñando, pero nunca me despertaba. Y al final ves que no es un sueño, que es real. Esa felicidad ya me la llevaré hasta el último día de mi vida. Es una felicidad que no sé cómo describirla. Son momentos que no olvidaré nunca", . Ahora duerme en una pensión y trabaja de conserje en una urbanización. Vuelve a soñar: "Ojalá en uno o dos años ya pueda tener mi piso y se resuelva toda mi situación y ya pueda decir "por fin he salido, por fin tengo una casa, por fin tengo un trabajo y por fin puedo volver a ser feliz".