BarcelonaEl fútbol, el deporte más querido y que mueve más dinero en todo el planeta, las ha visto de todos los colores estas últimas décadas. Crisis, escándalos, dramas y movimientos políticos de todo tipo. Pero si algo no ha cambiado es la figura más poderosa de todas, la del presidente de la FIFA. Desde hace 25 años, en la FIFA manda un suizo que no ha jugado a fútbol. Como si fuera una broma, después de 17 años de mandato de Joseph Blatter, en 2016 el nuevo presidente del máximo organismo del fútbol mundial es otro suizo con un perfil similar, Gianni Infantino. Los dos, de hecho, nacieron en dos pueblos separados por apenas siete kilómetros.
Infantino (Brig, Suiza, 23 de marzo de 1970) ha sido reelegido presidente en el congreso de la FIFA de Kigali, Ruanda, donde directamente no ha tenido ningún adversario. De hecho, ni se ha votado. Ante la ausencia de rivales, se ha propuesto escogerlo con una "ovación", hecho que ha evitado ver los votos contrarios de delegaciones como Alemania o Noruega. Infantino alarga su poder entre aplausos de sus socios y amigos, en un congreso donde de nuevo, ha sorprendido con sus discursos, en esta ocasión comparándose con el genocidio que vivió Ruanda. "La primera vez que visité este país los delegados africanos me dijeron que no me votarían. Pero después de visitar el Museo del Genocidio, decidí hacer como Ruanda y no desfallecer" ha explicado.
El congreso ha ido como la seda para un hombre hecho a sí mismo que fue trepando por la estructura de la FIFA a la sombra de Blatter, hasta tener una agenda de contactos tan buena que ahora centenares de directivos lo adoran. Infantino, sin embargo, tiene un montón de críticos. Parece que no le afecta mucho, puesto que para mandar en la FIFA no hay que caer simpático. Se trata de saber cómo funciona la institución, qué personas pueden votar en la carrera electoral para ser presidente y tenerlas contentas. Los grandes críticos de Infantino, como las grandes ligas europeas o los clubes de primer nivel, no tienen voto en la FIFA. Así que lo atacan, pero cuando llegan las asambleas de la FIFA, el suizo acaba ovacionado.
Con nacionalidad suiza e italiana, Gianni Infantino estudió derecho en la Universidad de Friburgo. Se incorporó a la UEFA en agosto del 2000 para hacer trabajos relacionados con asuntos jurídicos, comerciales y profesionales. Hijo de inmigrantes italianos que hicieron fortuna en el sur de Suiza, había trabajado como secretario general del Centro Internacional de Estudios para Deportes (CIES) en la Universidad de Neuchâtel (Suiza), y previamente fue consejero de varios organismos futbolísticos. Su experiencia con ligas como la francesa o la suiza fue una buena tarjeta de presentación para entrar en la FIFA, entidad que tiene la sede en Suiza, su tierra.
Conocido por saberse de memoria todas las finales de competiciones europeas, fue nombrado en 2004 director de asuntos legales y licencias de clubes. Infantino, que habla con fluidez inglés, francés, alemán, español e italiano, fue escogido en octubre de 2009 como nuevo secretario general de la FIFA, posición ideal que le permitió liderar la comisión que tenía que tutelar posibles cambios en el organismo en 2015, cuando un escándalo de pagos y comisiones afectó a la FIFA. Su mentor, Joseph Blatter, se vio asediado y quien podía ser su relevo, el francés Michel Platini, también fue sancionado dentro del mismo caso de cobro de trabajos para la FIFA en el que se investigaba a Blatter. Infantino, pues, acabó de forma inesperada como candidato a la presidencia, y derrotó en las elecciones del año 2009 al jeque de Baréin Al-Khalifa.
Un inicio prometedor, una evolución poco sorprendente
Fue un giro del destino curioso. Blatter y Platini fueron sancionados por un caso del cual serían declarados inocentes años más tarde. Y quien tenía que ayudar a cambiar la FIFA para hacerla más transparente y democrática, Infantino, llegó hasta la presidencia escogiendo un estilo de liderazgo que no deja indiferente a nadie. Las primeras decisiones que tomó en 2016 fueron prometedoras, como por ejemplo rechazar un salario anual de más de dos millones de euros o escoger a Fatma Samoura, una ex funcionaria de las Naciones Unidas del Senegal, como secretaria general de la FIFA. El problema era que Samoura, una diplomática experimentada, tenía poca experiencia en el tipo de patrocinio y acuerdos de derechos de televisión que supervisaría su nuevo trabajo, motivo por el cual tomaba las decisiones acompañada de un Infantino que empezó a acumular poder. En pocos meses, en la FIFA ya se decía que él tomaba decisiones sin consultarlo o explicarlo a buena parte de los altos directivos de la entidad.
Uno de sus primeros éxitos llegó cuando le tocó hablar con el departamento de Justicia de Estados Unidos. Después de ver cómo Catar ganaba las elecciones para organizar el Mundial de 2022 precisamente por delante de Estados Unidos, la justicia de este país empezó una investigación para intentar demostrar la corrupción que decidía estas elecciones. El problema es que solo podían actuar en casos de delitos cometidos en su país, motivo por el cual aprovecharon un pago hecho por Sudáfrica a delegados caribeños en el proceso de elección del Mundial de 2010, puesto que el dinero había pasado por un banco norteamericano. El caso, que tenía que derribar a la FIFA, acabó con Blatter convenciendo a la justicia de que, en realidad, la FIFA era víctima de estos directivos corruptos. Y como recompensa, la FIFA cobró casi 200 millones de euros como compensación.
Siete años después de haber llegado a la presidencia, el poder de Infantino es más grande que antes. En la asamblea de Kigali, donde votan los representantes de las 211 federaciones nacionales, casi no se han oído voces críticas, más allá de la Federación Noruega, que continúa exigiendo que el fútbol mundial cumpla códigos éticos y no apoye a los estados poco democráticos, como Catar. Las otras federaciones, en cambio, apoyan a un Infantino que, siguiendo el ejemplo de Blatter, ha cuidado a las federaciones de los estados más pequeños y pobres ofreciendo donaciones económicas para construir estadios o centros de entrenamiento.
El apoyo a Infantino, no obstante, no es unánime. Las ha tenido especialmente con los responsables de clubes europeos, así como con el sindicato de jugadores. Su gran propuesta de hacer crecer el Mundial, que a partir del año 2026 tendrá 48 equipos clasificados, 16 más que hasta ahora, no ha gustado a todo el mundo. Tampoco su idea de crear nuevas competiciones, como un nuevo Mundial de Clubes. Uno de los críticos de Infantino, de hecho, es el presidente de la liga española, Javier Tebas, así como Aleksander Ceferin, el presidente de la UEFA, el órgano de gobierno del fútbol europeo. Infantino y Ceferin se pelearon en 2018, cuando Infantino pidió al consejo de la FIFA que le otorgara la autoridad para firmar un contrato de 25.000 millones de dólares con un inversor desconocido para crear nuevos torneos, que después se reveló que era un fondo japonés sostenido por los intereses del golfo Pérsico. Cuando Infantino insinuó que quería proponer que el Mundial de fútbol se jugara cada dos años, en lugar de cada cuatro, Ceferin anunció que haría frente a la propuesta amenazando con una guerra civil en el fútbol mundial. Infantino retiró la propuesta, pero en el congreso de Kigali se ha votado su plan de ampliación del Mundial a 48 equipos.
Infantino superó la prueba de la pandemia, así como la Copa del Mundo organizada en Catar, donde amenazó a los jugadores y a las federaciones que organizaran manifestaciones a favor de los derechos humanos. En un discurso que lo marcó para siempre, dijo: "Hoy me siento catarí, hoy me siento árabe, hoy me siento africano, hoy me siento gay, hoy me siento discapacitado, hoy me siento un trabajador migrante ". El mismo día que lo dijo, sin embargo, consiguió un gran éxito: que el consejo de la FIFA considerara que su primer mandato de tres años, de 2016 a 2019, no contara como tal, puesto que llegaba después de la dimisión de Blatter. Como los estatutos de la FIFA limitan el mandato a 12 años, Infantino utilizó este truco y ahora podría llegar a mandar durante 15 años.
Los últimos años los ha dedicado a reforzar los vínculos con estados del golfo Pérsico, especialmente Catar y Arabia Saudí. Así ha obtenido millones de ingresos de patrocinio para la FIFA, dinero que sirve para tener contentos a otros delegados. Las negociaciones las suele llevar él mismo, viajando arriba y abajo, con un estilo presidencialista que se alargará, como mínimo, cuatro años más. De hecho, se ignora si vive en Suiza o Dubai, mientras se deja ver con famosos y provoca pequeños escándalos, como el del cocinero turco Salt Bae, buen amigo suyo, que rompió los protocolos de seguridad durante la final del Mundial. Infantino, pese a todo, sigue adelante. En este congreso, solo alemanes y noruegos han dejado clara su oposición. Cuando lo criticaron por defender el Mundial de Catar, el presidente dijo: "Los europeos, los occidentales, dan muchas lecciones, y en los últimos 3.000 años nos tendríamos que disculpar por los próximos 3.000 años antes de seguir dando lecciones a la gente, por todo lo que hemos hecho los europeos en el mundo. No tengo que defender Catar. Ellos se pueden defender. Yo defiendo el fútbol y la justicia. Muchos llegan aquí y no les importan estos trabajadores. La FIFA sí que se preocupa, el fútbol se preocupa, y también Catar". Ahora, su nuevo socio son los saudíes. Infantino sigue haciendo lo que quiere.