Las lágrimas de mi sobrina

Existe desde hace tiempo un nuevo género periodístico, el de los columnistas deportivos escribiendo sobre sus churumbeles, del que he rajado a tope y sin frenos por recurrente, cursi y manido. Hasta que Luka Modrić anunció que se marchaba del Real Madrid y, casualidades de la vida, estaba comiendo con mi sobrina Martina, 14 años, que en cuanto se enteró se echó a llorar y no había manera de consolarla. Todo lo que le decíamos, que si Luka -como si fuera de la familia- ya es mayor, que si es ley de vida, que meditara en lo bien que se lo ha pasado viéndole, que si le queda mucho por disfrutar, era inútil. Porque ella, simplemente, sentía pena. “No conozco a un Madrid sin Modric”, llegó a decir. El sábado fue al Bernabéu con una pancarta: “Gracias por todo, Lukita. Hoy no se va un jugador, se queda una leyenda”.

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Viene todo esto a cuento porque en un mundo ultracapitalista, con fetiches de quita y pon y con el vértigo de los 15 segundos del tiktok, hay una nueva generación que se parece muchísimo a la de antes, a la de siempre. Y sucede en el Real Madrid, en el Barça masculino y femenino, en el Athletic y allá donde mires y prestes atención: el fútbol tiene sus códigos, sus ritos, su propio latido y hay futbolistas que enganchan, conectan, que se convierten en referentes más que en ídolos y a los que el tiempo sólo les añade brillo y no polvo.

La extraordinaria conexión del barcelonismo con el equipo de Flick y el atajo de adolescentes es una prueba de ello. La manera en la que se ha celebrado, la euforia; otra. La juventud, la jeta, la inconsciencia, lo desacomplejadamente felices que se muestran dentro y fuera del campo, engancha. Alegría, coño, una nueva ilusión. Que de lo demás ya vamos servidos todos. Por eso es tan importante también saber despedir, homenajear, dar las gracias de corazón y que el adiós esté a la altura del poso, del legado, de la felicidad que te han proporcionado durante un periodo de tu vida.

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Celebremos a todas las Martinas a las que el fútbol les genera una identidad también, una comunidad, una manera de ser y de estar, una forma de entender el éxito y el fracaso en un deporte en el que habitualmente se pierde más que se gana y que siempre te da una segunda oportunidad. Celebremos reír y llorar. Sí, llorar. Porque el fútbol, y la vida, es esto.