TorellóLa última noticia que salía en internet del Paiporta Club de Fútbol hasta que a mediados de la semana pasada la DANA asoló Valencia era que había ganado al Aldaia y que el segundo entrenador tenía que pagar la paella que había prometido a la plantilla. El temporal lo ha paralizado todo. "La paella queda pendiente", dice con una sonrisa llena de tristeza Mari Carmen Sanchis (Torrent, 1982), delegada y jefa de prensa del equipo de uno de los municipios más afectados por la DANA. Atiende la llamada del ARA antes de recibir el New York Times y de salir a las calles para intentar ayudar y repartir agua y comida, como todas las mañanas desde la catástrofe.
Es primera hora de la mañana, pero ya hace rato que está de pie. “Nos despiertan las sirenas. Empiezan a sonar a las 5 o las 6 de la mañana”, explica. "No sé si es más triste el día por todo lo que ves, o la noche porque vas repasando lo que has visto y decaes porque te viene la melancolía, la incertidumbre y la impotencia", escupe con crudeza.
Cuando en Catarroja corrió la noticia de que se había desbordado el barranco, el suegro de su hermano bajó de casa para sacar el coche del aparcamiento subterráneo. Ya no volvió. Su hermano, militar, estuvo tres días sacando agua hasta que le encontró: “Sabes que está ahí abajo, pero nunca pierdes la esperanza. Una parte de ti piensa que quizás se haya salvado, que quizá se haya hecho una burbuja de aire dentro del coche, lo que sea. La mente humana es así”. Habla en pasado: “Era un hombre soberbio. Un amor. Se acababa de jubilar”. “Y lo duro es que no puedes tocarlo, no puedes velarlo, no puedes hacer nada. Todo es muy triste. Todo esto no tiene nombre. Es un martirio. Es fatal”, dice. Dice más de veinte veces la palabra fatal a lo largo de la entrevista.
También por definir la situación que vive la zona, agravada porque durante tantos años se ha construido donde no tocaba: “Es un desastre, un drama, una pesadilla. Es una auténtica pesadilla. Es como si alguien hubiera soltado una bomba que ha hecho palmo y lo ha salpicado todo. Nada ha quedado. Impresiona y da miedo. No te lo crees y te vas preguntando si todo esto es real y cómo puede que haya pasado aquí”. El barro, omnipresente, está en todas partes. “Unos voluntarios estaban limpiando una calle y de repente se vio la carretera, un stop en el suelo, y la gente se puso a aplaudir ya llorar. «Venga, que ya queda menos». Pero de repente el agua volvió atrás y tapó de nuevo la carretera. Es muy triste. Es el paisaje que ha quedado”, sigue.
Habla de la humedad y del olor de casa muy antigua que ha estado mucho tiempo cerrada. De las calles, convertidas en montañas sin fin de muebles y también de “ilusiones”. “Cuando vas por la calle ves la fachada de las casas, pero la vida es en el interior, donde vives, cocinas, comes, duermes, sueñas, piensas, todo. Todo esto ahora está en la calle. Todo esto es lo que se ha perdido ahora. El barro y el agua han destrozado los recuerdos y estás obligado a lanzarlos”, dice. Teme el momento en que podrán entrar en las oficinas del club, donde se guardan trofeos, camisetas y recuerdos que testimonian la historia de la entidad desde su fundación (1922).
Uno de los clubes de fútbol más antiguos del País Valenciano
“Si se han perdido los balones o los dorsales ya compraremos más, pero había recuerdos muy valiosos y creo que no habrá quedado nada”, afirma. El agua llegó “hasta arriba” y derribó los muros que rodean el campo, junto a un barranco, y el techo de los vestuarios. Y se llevó una portería. Aún no ha aparecido. Es imposible prever cuándo se podrá volver a jugar en El Palleter, el “templo” de uno de los clubs más antiguos de la Comunidad Valenciana, de una institución centenaria que ahora juega en Regional.
Pero el Paiporta no peligra. Y una vez pase la tormenta podrá seguir jugando en otro sitio. Sin embargo, ahora se imponen el presente y el dolor. La cita dice que el fútbol es lo más importante de lo menos importante y ahora queda, claro, en un segundo plano, “pero es muy importante”. “Es tu otra familia, tu otra casa, tu forma de evadirte, de olvidarte de todos los problemas, de aprender a ganar y perder en el campo y en la vida. Y ahora lo hemos perdido todo”, suspira Sanchis. En ese campo, el último que pisó su padre, floreció el amor con su pareja, Kike. Ella es la delegada de equipo y él es el delegado de campo.
Estos días cuando cae la noche, hablan de sus “niños” y de las ganas de abrazarlos. El equipo, invicto, lideraba el grupo 2 de la segunda categoría valenciana. Entre los futbolistas, todos de la zona afectada, no hay ningún desaparecido y estos días trabajan desde primera línea para paliar los efectos de la DANA. “Les echo de menos”, asegura sonriendo Sanchis. Aún queda muy lejos, pero sueña en el día en que volverán a defender el color azul del Paiporta. Y con la sartén prometida.