Con todos ustedes, el mayor guerrero olímpico de todos los tiempos: Mijaín López
El luchador cubano se ha convertido en el primer atleta capaz de ganar la misma prueba en cinco Juegos distintos
Enviado especial a ParísMijaín López, el hijo de campesinos cubanos que levantaba cajas de frutas, puede llamar a los cuatro vientos que es el mejor luchador olímpico. Y quien quiera, podrá añadir que quizá sea el mejor atleta de todos los tiempos, ya que nunca antes un hombre o una mujer había ganado cinco veces la misma prueba individual. Cinco oros en cinco Juegos. En el caso de López, en lucha grecorromana. A punto de cumplir 42 años, lloró como un niño tras derrotar al chileno Yasmani Acosta. Tras imponerse con cierta facilidad, siempre llevando la iniciativa, se quitó las zapatillas y las dejó en el centro de la pista. Era su último combate y se despedía de la mejor forma, emocionado, acompañado de su eterno equipo de entrenadores, liderado por Raúl Trujillo. Para celebrar el oro, Mijaín ha hecho volar por los aires en una llave de lucha en Trujillo.
Era el último baile con Mijaín López. El último abrazo a un rival tomándole el cuello con sus manos gigantes. El último combate dejándose el alma, notando cómo le sufría la espalda cuando se levantaba. El último día poniéndose esparadrapos en los dedos y concentrándose para intentar descubrir qué quiere hacer el rival, estudiándole el cuerpo y la respiración. Era la última aparición en unos Juegos de uno de los grandes deportistas de todos los tiempos, el hombre que buscaba en el último acto de su carrera ir más lejos que cualquier otro deportista en solitario (las estadounidenses Diana Taurasi y Sue Bird suman cinco oros en baloncesto y de hecho, Taurasi podría sumar este año el sexto). 16 años dominando una disciplina, ya que un lejano 2004 había terminado quinto en su debut olímpico, cuando era solo un chico. Era el último combate de Mijaín López, el gigante de Herradura.
En los Juegos siempre se escriben buenos guiones, como si el destino de los acontecimientos no fuera cosa de los deportistas y en realidad fueran ocurrencias de un grupo de escritores bohemios sentados en una terraza de Montmartre entre ausenta y anís. Cuál una tenían pensada, para la final de lucha grecorromana hasta 130 kg. El último rival de López, que le separaba de la gloria, era Yasmani Acosta: su amigo. Durante muchos años Yasmani había sido su compañero de entrenamientos. Era una final entre luchadores cubanos, aunque Costa compite ahora por Chile. “Mijaín es mi ídolo, quien más admiro. Es mi amigo, un hombre que siempre me ha ayudado. Pero no era fácil trabajar a su lado, ya que me hacía sombra, y por eso decidí irme”, explica Costa. En el 2015, aprovechando unos Juegos Panamericanos en Chile, desertó. A diferencia de otros cubanos, él afirma que no lo hizo para vivir mejor.
Ya compitiendo como chileno, Costa se clasificó para la final en una semifinal ajustada contra el chino Lingzhe Meng en la que quien le animaba, de cerca, era el Mijaín. “Me ha estado dando consejos y animando hasta las semifinales. Tiene un corazón gigante”, decía. Mijaín había imaginado que quizá el día que él lo dejara, después de los Juegos de París, Costa sería su relevo. Pero lo que quizás no había imaginado era que su discípulo defendería la bandera chilena. De hecho, en los Juegos de París se han visto 21 cubanos compitiendo bajo 13 banderas distintas, normalmente deportistas que se marchan para vivir mejor, por dinero. A Mijaín, cuando competía fuera de la isla, también le llegaron ofertas para desertar, pero siempre dijo que no. “No hay mayor honor que ofrecer mis medallas en Cuba”, diría un hombre que en el pasado había dedicado triunfos a Fidel Castro. Es el último gran campeón revolucionario cubano.
La Arena del Champ de Mars, llena de cubanos, armenios, turcos, japoneses, kirguisos o iraníes, tierras donde la lucha es muy respetada, ha enloquecido con el combate en el que el gigante de Herradura buscaba el quinto oro. El presidente del COI Thomas Bach no ha querido perdérselo. De carcajada fácil cuando no compite y mirada fría dentro, López ha protagonizado el último duelo titánico después de más de 20 años de carrera. Por última vez el suelo temblaba con los pies de los dos gigantes plantándose fuerte. De los mejores luchadores de lucha grecorromana siempre cuentan leyendas. Del siberiano Aleksandr Karelin llegó a decirse que luchaba con huesos. No era cierto. También que entrenaba subiendo una nevera hasta un cuarto piso. Media verdad, en este caso. Lo había hecho más de una vez, el gran campeón ruso de principios del siglo XX. De Mijaín se decía que levantaba caballos. Levantarlos no, pero se crió en el interior de Herradura, una bonita población en la zona de Pinar del Río. Los padres eran granjeros, así que él iba detrás de las bestias y especialmente, levantaba las cajas llenas de fruta. De pequeño, López quería jugar a pelota, es decir, en béisbol, el deporte más popular de Cuba. Pero unos entrenadores de lucha le descubrieron casi casualmente, y supieron ver en ese niño de 10 años las condiciones ideales para perpetuar la gloriosa tradición de la lucha cubana. Tuvieron buen ojo.
López, que en el 2020 fue a vivir una temporada en Bulgaria para entrenar "más fuerte que los caballos", había regresado a Cuba tras los juegos japoneses para preparar la cita francesa. Su estado físico era un misterio, entre rumores de problemas de espalda. Casi no había participado en torneos previos, pero llegó a la final con cierta facilidad, excepto en cuartos de final, cuando tuvo que apretar los dientes para imponerse al campeón mundial, el iraní Amin Mirzazadeh, 16 años más joven que él. En la final, poca historia. Acosta se marchó lejos, en Chile, para esparcir de una sombra de la que no ha podido huir, ya que ningún luchador de la categoría lo ha conseguido. Mijaín es eterno, gigante, ha logrado lo que nadie había hecho antes. Ha ganado por 6 a 0 a un rival penalizado dos veces por pasividad. López, en cambio, ha atacado siempre. "Siempre de frente", como dice él.