Deportes

Víctor Gutiérrez: “Se puede llegar a la élite del deporte siendo gay“

Primer deportista español en deportes de equipo que sale del armario

BarcelonaEl mundo del deporte todavía es uno de los bastiones de la LGTBI-fobia. Los deportistas que han salido del armario en la historia no representan la realidad de un colectivo que lucha para visibilizar su causa y romper muchos estereotipos. Víctor Gutiérrez (Madrid, 1991) es el primer deportista español de deportes en equipo que sale del armario públicamente. Hace un año dejó el deporte de élite para convertirse en el primer secretario de políticas LGTBI del PSOE. El exwaterpolista, que publica Balón amarillo, bandera arcoíris, explica al ARA cómo su vida de deportista profesional ha estado condicionada desde la niñez por ser homosexual.

En el libro empiezas hablando de cicatrices. ¿Se han abierto muchas explicando tu historia?

— Totalmente. Las cicatrices más profundas y que más marca me han dejado son las de mi niñez y adolescencia. Todos somos el resultado de las experiencias que vivimos, y cuando a una persona LGTBI como yo le pasan cosas a una edad muy temprana, te definen y te marcan un camino en tu identidad. Vivir ciertas cosas con ocho o nueve años, sin tener casi ninguna herramienta para gestionar lo que estaba viviendo, provocó que empezara a desarrollar un rechazo total hacia mí. Era una repulsión hacia quien yo era, hacia mi identidad. Este camino lo hice con vergüenza, con miedo, y lo hice solo. Las primeras heridas son las que más duelen y las que mirando atrás te das cuenta de que no tienes superadas por todo lo que viviste. 

La primera vez que te llamaron "maricón" fue en el patio de la escuela con ocho años. Eso marcó un antes y un después.

— Es la palabra que más se repite en el libro, y lo es porque es una de las que ha marcado mi vida. Con ocho años y sin tener hecha mi identidad sexual es cuando recibo por primera vez este insulto y hace que comprenda que ser una persona LGTBI es una cosa con la que los demás te pueden atacar y hacer daño. Esto provoca que yo construya una coraza, un personaje. Cuando voy creciendo y voy desarrollando el instinto sexual y me doy cuenta de que me siento atraído por los hombres, yo ya hace muchos años que asocio que es una cosa mala que no me puedo permitir.

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Con ocho años tienes muy pocas herramientas para afrontar este rechazo interno. 

— La situación es muy injusta. Cuando te llaman "maricón" o "bollera" lo hacen basándose en tu identidad, pero yo en ese momento no había ni tenido ninguna relación sexual. De hecho, no tuve hasta los 18 años. Esto desmonta totalmente lo que dice la gente de: "A mí no me importa con quién vayas a la cama; ¿por qué lo explicas?" No, no, ¡yo con ocho años no me iba a la cama con nadie! Cuando me llamaron "maricón" no era por quién me gustaba, sino por mi identidad. Es muy difícil quererse si todo lo que te han enseñado en la vida es a rechazar ciertas conductas y situaciones. 

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¿Tienes muchos recuerdos dolorosos de esa época? 

— A mí me han robado la niñez y la adolescencia. No los he podido vivir como cualquier otro chico de mi edad, pudiéndole pedir salir al chico que me gustaba en el instituto, cogerlo de la mano, darle un beso... 

Es un dolor muy profundo e inconsciente que incluso te hace culparte del cáncer de tu padre. 

— Yo pensaba que era un castigo divino. Caí en la autoculpabilización y es horrible. De por si, ser un adolescente es muy complicado, como para, encima, sentir rechazo hacia ti mismo por quién eres, culparte. En un momento tan doloroso como fue la muerte de mi padre, estaba presente este sentimiento de culpabilidad. Nadie tendría que castigarse por ser quién es o sentir que las cosas que le van mal en la vida tienen una explicación y un motivo que es ser cómo eres. 

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La primera línea del libro es una pregunta: ¿el gay nace o se hace? ¿Tienes respuesta? 

— Uno nace siéndolo. Yo no he decidido nacer midiendo 1,94 metros, teniendo los ojos azules y en Madrid. Pues ser gay tampoco. A mí, de hecho, me han dado una educación para que fuera heterosexual y no lo soy. No es una cuestión de cómo te educan, sino de quién eres. 

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Por si ya fuera complicado aceptarse en un mundo heteropatriarcal, lo vives dentro del mundo del deporte, uno de los menos evolucionados en este aspecto. 

— Son dos realidades totalmente opuestas que van de la mano. Yo me quiero refugiar en el deporte, donde mejor me siento y donde la cabeza está pensando en otras cosas como por ejemplo competir y ser el mejor. Busco el reconocimiento que me niego a través del aprecio y la admiración de los otros, ya sea en clases para ser el delegado o en el deporte, donde me siento muy respetado. Por otro lado, soy consciente de que mi identidad me puede dificultar cumplir mi sueño, que es llegar a la élite del deporte. 

No tenías ningún referente positivo en este aspecto que te pudiera guiar.

— Cierto, yo no veo deportistas homosexuales, y entonces lo que hace un niño de quince años es cotillear. Lo que yo hago es buscar "deportistas gays" en internet, y la primera historia que conozco es la de Justin Fashanu, un futbolista que se acaba suicidando. Entonces me digo: "Si esto le ha pasado a un adulto, ¿este es el camino que me espera a mí si me visibilizo?" Veo que para llegar a la élite del deporte tendré que esconder quién soy detrás de una máscara. Me dedico a crecer deportivamente, pero en el ámbito personal reprimo esta parte de mi identidad. 

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¿El deporte ha sido más una prisión o un refugio?

— Ostras, pues no me lo había planteado. Ha sido las dos cosas, creo. Una prisión, porque durante muchos años he tenido que esconder quién soy, pero creo que tiene más de refugio. En los momentos más difíciles de mi adolescencia era donde mejor me sentía siempre. Aunque no pudiera ser yo, era mi vía de escape. Hoy en día, con una realidad completamente deportiva, de hecho, lo sigue siendo. He acabado convirtiendo mi pequeña prisión en el lugar donde hago activismo para cambiar las cosas. 

En el libro confiesas que llevaste una doble vida.

— Es una cosa que me ha tocado vivir, pero es una realidad compartida por muchas de las personas LGTBI. Cuando llegas a los 18 o 19 años, si no has salido del armario, llevas una doble vida. A los padres les dices una cosa, a los amigos otra, a los compañeros de equipo otra... ¡El problema era recordar las mentiras para que no me pillaran! Yo recuerdo que cuando iba a Chueca no bajaba a esta parada de metro, sino que lo hacía antes, en Gran Vía o Callao, e iba andando por si alguien me veía. A pesar de esto, no guardo un mal recuerdo, porque fue la época en la que empecé a quererme.

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¿En qué momento te sientes preparado para salir del armario? 

— Públicamente, con 25 años, pero a los 23 había empezado a dar pequeños pasos en el día a día. Explicaba cosas o, si estaba conociendo a alguien, le decía que viniera a verme a los partidos. Eran pequeños gestos que cualquier persona heterosexual ni se plantea, pero yo, durante toda la vida, no lo había explicado. Dejo de mentir y explico mi realidad.

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¿Cómo se recibió dentro del mundo del waterpolo la noticia?

— Es un tema morboso, y el mundo del waterpolo es muy pequeño. Lo que recibo es normalidad y respeto. A mí me da mucha confianza y me siento legitimado de una vez por todas a vivir mi vida sin miedo. Las consecuencias de no ser invisible lo que me dan es normalidad, hasta el punto de que llego a un momento en el que decido compartir mi experiencia para intentar ayudar a otras personas. Se puede llegar a la élite del deporte siendo gay. 

¿Qué proceso sigues para decidir hacerlo público?  

— Surge la posibilidad en una conversación con el director de la revista Shangay. En el primer momento no veía por qué tenía que exponerme de esa manera, pero la idea se me quedó en la cabeza y durante un año y medio la fui madurando. Me di cuenta de que era un tema que iba mucho más allá de mí, que podía ayudar a muchísimas personas. Llegué a la conclusión de que era un privilegiado que no había luchado por los derechos de los que disfrutaba y que era una manera de cambiarle la vida a otras personas. Me tiré a la piscina, nunca mejor dicho.