Opinión

Joan Garcia, agente doble (y un hombre herido)

Joan Garcia besando el escudo del Espanyol después de evitar el descenso de categoría.
19/06/2025
3 min

Los primeros rumores sobre la marcha de Joan al innombrable coincidieron en los medios con una noticia que pasó desapercibida entre la sucesión de holocaustos cotidianos: el descubrimiento por parte de la policía brasileña de una auténtica fábrica de espías rusos en el país, agentes dobles de élite, más conocidos como “ilegales”, que construían una vida perfectamente normal durante años hasta que en algún momento eran activados para alguna misión.

La casualidad no existe. La yuxtaposición de las dos informaciones no me pareció solo una curiosa coincidencia, era un mensaje. Alto y claro.

Empecé a imaginar. Imaginé la presentación de Joan, las sonrisas forzadas, los entrenamientos, los primeros partidos, las paradas asombrosas, la llamada de la selección, Ter Stegen reconociendo la derrota, más paradas imposibles, el abrazo de Laporta, el Camp Nou coreando su nombre, el penalti parado en la final del Mundial al mismísimo Mbappé que nos entregará el segundo título. Luego la capitanía, el brazalete legendario, que Joan se ganará a fuerza de milagros. Y su sonrisa transparente, y su desarmante naturalidad como certeza, como confirmación: es de los nuestros, ya es de los nuestros.

Imaginé todo eso como la preparación imprescindible y perfectamente profesional para el día señalado. Final de la Champions. Por primera vez, el Real Madrid y el innombrable se encuentran en el lugar en el que nunca quisieron encontrarse.

Imagino (puestos a imaginar, me imagino lo que me da la gana) un partido denso y profundo, intenso hasta la fatiga, con un Madrid desatado que no es capaz de encontrar el menor resquicio en una puerta sellada como una tumba egipcia por el mago de los magos, que como si todo fuera un mero trámite, vuela de aquí para allá desviando misiles tierra-aire con la eficacia de la Cúpula de Hierro.

Imagino que un Lamine un poco menos joven que el Lamine que conocemos, en un arranque de genio y de baile de TikTok, se inventa un gol que no existe en los libros conocidos ni en los libros por conocer y pone el uno a cero en un marcador donde ese cero parece la única certidumbre a la que un mundo confundido puede agarrarse, porque el mundo sabe que ese cero es propiedad privada de Joan García y lo seguirá siendo hasta el Día del Juicio Final, o la deflagración nuclear definitiva, o el choque con el meteorito, sea lo que sea lo que nos alcancé antes.

Hasta que en el minuto 97, a segundos del pitido final, de la victoria definitiva y de la derrota irrevocable, el innombrable concede un córner absurdo a un Madrid herido en lo más interior de sus interioridades. Modric, que sigue jugando a los 50 porque no ha habido forma humana de encontrarle un sustituto mínimamente funcional, se dispone a lanzarlo. En el mundo no existe la menor inquietud, porque bajo los palos del portal de la Gloria está Joan.

El croata inmortal sigue teniendo buen pie, la bola vuela hasta el lugar indicado, emerge la altura y la gallardía de Huijsen, el nuevo Sergio Ramos, que conecta un testarazo razonable pero insuficiente, que se dirige a las manos de granito del santo de Sallent.

Ese es justo el momento que el agente doble ha estado esperando desde hace tantos años. Todo el esfuerzo de la impostura permanente, de esa vida artificial vivida con una autenticidad bastarda e irreprochable, la agonía de ser lo que no eres hasta en la respiración, hasta en la evacuación de aguas menores y mayores, hasta en las lágrimas, se justifica en este instante sagrado. Joan, detenido en el aire, repasa su vida en una sucesión centelleante de imágenes hasta el momento inequívoco del beso al escudo el día en que nos salvó de las llamas eternas.

Sus manos se doblan en un gesto grotesco hecho de mantequilla y de venganza. Y el gol sube al marcador provocando una prórroga que no hace falta que os describa.

Esto, obviamente, no va a pasar. Es solo el desahogo de un hombre herido. La profesionalidad de Joan es irreprochable. Sus sentimientos no pueden pasar por delante de su oficio. Son solo imaginaciones mías. ¿No?

Toni Segarra es publicista

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