A pesar de todo, el Barça vuelve a ser el Barça (1-1)
El equipo de Koeman sueña con levantar la eliminatoria contra el PSG con una exhibición sin premio
Enviat especial a ParisAlgunes derrotas acaban convertidas en victorias, con el paso del tiempo. Perder forma parte de la vida y el Barça llevaba muchos años sin saber perder en la Champions, convertido en una caricatura de lo que había llegado a ser. Pero los tiempos están cambiando. Si hace un año el equipo hizo pasar vergüenza a su gente en Lisboa, esta vez los barcelonistas pudieron levantar la cabeza, orgullosos de un equipo que por instantes llegó a ilusionarse con levantar una eliminatoria que estaba decidida desde hacía días. Daba igual. En un acto de fe, el Barça creyó en ello. Y de paso hizo creer a millones de personas. Pero la falta de puntería indultó a un PSG defensivo (1-1), que habría podido hacerse mucho daño.
Sí, algunas cosas no se pueden entender. Más de una persona leerá esta crónica y la considerará estúpida. No le podré llevar la contraria, puesto que algunas cosas se tienen que sentir. ¿Cómo se puede explicar esa inquietud, los nervios en la barriga y los problemas para coordinar los dedos? Como un creyente de rodillas que espera un milagro, y por instantes está convencido de que su deseo se cumplirá, miles de barcelonistas se fueron poniendo histéricos cada vez que Dembélé fallaba una ocasión de gol, con cada parada de Keylor Navas o las centradas que se paseaban por el área francesa. Todos los que hacía días que afirmaban que solo había que pensar en la Copa y la Liga, bromeando sobre los que soñaban con una posible gesta en Francia, se encontraron levantándose del sofá, emocionados con su Barça. Hacía mucho tiempo que los barcelonistas no se sentían tan orgullosos de sus jugadores. Y, cosas de la vida, fue en una eliminación en los octavos de final de la Champions.
Fue una eliminación tan sincera que el Barça salió con la cabeza alta del Parque de los Príncipes, manteniendo intacta esta oleada de euforia que han creado el equipo de Koeman, con sus últimos resultados, y Joan Laporta, con un triunfo electoral que le ha permitido volver a animar a los aficionados. Si no hace tanto el Barça tenía a un presidente que se escondía, ahora tiene a uno que levanta la voz. Sí, el Barça llegó a creerse que podría levantar un 1-4 adverso. Las ocasiones las tuvo. El juego y el carácter, también. Pero la falta de puntería penalizó demasiado a un equipo que acabó sin aire en los pulmones. El Barça encajó la eliminación con dignidad y el PSG pudo celebrar por fin un triunfo sobre los azulgranas, pero con el miedo en el cuerpo.
Koeman, ambicioso, ganó la partida a un Pochettino que por instantes se limitó a jugar haciendo llegar la pelota a Mbappé. La historia del PSG en el partido de vuelta, de hecho, se limitó a su estrella, siempre peligrosa y con cierta tendencia a la sobreactuación teatral, y a un Keylor Navas gigante bajo palos. El resto del equipo defendía como podía los ataques de un Barça que salió con tres centrales, a pesar de que uno de ellos era De Jong, mandando en el lugar donde suele hacerlo Piqué. Mingueza tuvo que asumir la labor más complicada: aguantar las carreras de Mbappé. Y cuando vio una amarilla, Koeman lo sustituyó ya en la primera parte por Junior Firpo. La exhibición del Barça fue como una obra de arte inacabada, como ser el mejor en un concurso en el que el resultado ya está pactado por detrás. En el sobre con el nombre del ganador estaba escrito desde hacía días que el PSG sería quien llegaría a los cuartos de final.
Un penalti clave
El Barça luchó contra la lógica y perdió el duelo, tal como se esperaba. Activado después de la pérdida, con permutas de posiciones y circulación rápida de pelota, el equipo llegó una y otra vez a la portería de Navas. Pero en un partido en el que el Barça fue mejor, el destino lo escribieron los franceses. Tenía sentido, en París. El destino trágico de Lenglet, el hombre que siempre acaba cometiendo penales, que quedó con esa cara triste de soldado que vuelve a casa y descubre que su chica ya no lo espera. Su pisada a Icardi permitió a Mbappé, el niño mimado de la nueva Francia, hacer el 1-0 en la única ocasión local. En cambio, Dembélé falló hasta cuatro ocasiones en la primera parte. El joven francés sigue siendo un incomprendido, nadie entiende sus decisiones. O cómo hace para marcar goles imposibles y fallar cuando se queda solo ante el portero. Tampoco lo acompañó Griezmann, actor secundario en un partido en el que, si el Barça soñó, fue gracias al gol de Messi que empataba el partido. Pero el argentino tiene su cruz en los penaltis importantes. Falla demasiados. Y justo antes del descanso vio cómo Keylor le paraba el penalti que habría podido cambiarlo todo. Después de darlo todo, en el descanso el Barça no estaba ni a mitad de camino.
Pero ni así el Barça sacó la bandera blanca. El equipo de Koeman siguió chocando una y otra vez contra el muro de un PSG asustadizo que ni buscaba las contras. Messi, en el que podría ser su último partido europeo con el Barça, siguió multiplicándose, pero sin un delantero centro de referencia, y con un centrocampista de defensa, esta plantilla poco compensada no pudo ni ganar el partido. Eso sí, qué deporte tan bonito, este, en el que un equipo que no hace tanto estaba de rodillas, derrotado, encuentra la fuerza para creer en una gesta que todo el mundo consideraba imposible. Hasta el final, el Barça no dejó de buscar el segundo gol, para como mínimo ganar el partido de vuelta. No pudo ser. Los sueños, sueños son. Y la realidad es que el PSG había terminado el trabajo en Barcelona.
Pero después de tantas derrotas humillantes, en Lisboa y Liverpool, caer en Europa así no dolió. Al contrario, el partido de París fue como poner la primera piedra de una reconquista. Sirvió para recordar cómo tendría que jugar siempre el Barça, gane o pierda. Al ataque, sin miedo, sin rendirse nunca. El Barça vuelve a ser el Barça.