¿Por qué los cirujanos no visten de blanco?
La expresión "profesionales de bata blanca" es una forma coloquial de referirnos a personas que trabajan en el ámbito sanitario. Pero cuando entramos en un hospital, observamos que, aparte del blanco, coexisten más colores para sus batas y pijamas. ¿A qué se debe esta variedad cromática, a una elección personal o, por el contrario, tiene una razón de ser?
Hasta mitad del siglo XIX, los médicos operaban con su ropa de calle, la cual protegían de la sangre y la suciedad con delantales de cuero. Fue a partir de 1880 cuando, con el impulso de las técnicas antisépticas, se incorporó a quirófanos y consultas el color blanco para la ropa de los sanitarios, como nuevo símbolo de aseo y esterilidad. Este cambio estaba circunscrito a la corriente higienista decimonónica derivada del descubrimiento de la teoría microbiana, que, para reducir contagios, recomendaba ventilar, reducir cortinajes y esteras e incorporar suelos y paredes lisas y sin adornos que acumularan polvo. El blanco en hospitales y clínicas facilitaba la identificación y eliminación de manchas de sangre o suciedad, reflejando a su vez más luz natural para iluminar mejor los espacios. En cuanto a los uniformes, el blanco era más fácil de limpiar con la lejía moderna recientemente mejorada, con la que se podía desinfectar, además de ropa, agua, superficies y heridas. De hecho, en el siglo XIX, cuando los médicos empezaron a lavarse las manos con lejía antes de los partos, se dio una reducción drástica de la mortalidad. El blanco, erigido como nuevo símbolo de modernidad médica, transmitía sensación de control y confianza en unos pacientes que creían estar en un espacio libre de gérmenes.
A raíz de los avances en la medicina a principios del siglo XX, con la incorporación de lámparas quirúrgicas intensas y con operaciones más largas y complejas, empezaron a detectar que el exceso de color blanco provocaba fatiga visual en los cirujanos. El problema era que reflejaba demasiada luz y provocaba deslumbramientos. Además, mirar durante horas tejidos, órganos y sangre de color rojo intenso hacía que los ojos se saturaran y terminaran sin distinguir bien ese color. A la sobreexposición al rojo se unía el contraste con un blanco que provocaba postimágenes en la retina, es decir, ilusiones ópticas con manchas rosadas y verdes que podían interferir negativamente en la cirugía. En consecuencia, empezaron a sustituir al blanco por tonos verde oliva y azul medio, los cuales, al ser complementarios del rojo, lo neutralizan y reformatean la visión, y así pueden seguir exponerse al rojo de la operación sin ilusiones ópticas que les induzcan a error. Hacia 1960 el azul y el verde se estandarizaron en quirófanos, UCIs y urgencias, y el blanco, prácticamente desaparecido por operar, se mantuvo en planta y consultas como símbolo de limpieza y esterilidad.
Los años 70 y la naciente conciencia medioambiental comportaron que los colores suelo se generalizaran en la ropa de calle y que, además, algunos hospitales experimentaran con tonos cálidos como teja, marrones y naranjas, especialmente en hospitales militares y rurales. La ventaja de estos colores era que disimulaban mejor las manchas de sangre y reducían ligeramente la fatiga visual por su baja saturación, además de transmitir proximidad a los pacientes gracias a la calidez de estos tonos. Sin embargo, no acabaron de cuajar en quirófanos, ya que interferían ligeramente en la percepción precisa de los rojos y los violados de los tejidos internos y las hemorragias. Sin embargo, son colores que podemos encontrar en la vestimenta de algunos celadores, personal de urgencias e incluso veterinarios.
Por tanto, la próxima vez que esté en un quirófano poniendo nuestra vida en manos de unas personas vestidas de verde y azul debe pensar, mientras haga la cuenta atrás que le ha mandado el anestesista, que sus uniformes contribuirán a que se vuelva a despertar sanos y salvos.