"La pastilla", "el jarabito", "el almuerzo"... Hablar infantilizadamente a las personas mayores multiplica su soledad

En sus diarios de madurez, Susan Sontag escribe: "La soledad es infinita. Un mundo completamente nuevo. Un desierto". Tres frases mínimas que describen el aislamiento como una experiencia extrema. Esta semana, la obra social de San Juan de Dios pone en marcha su campaña contra la soledad no deseada –es el problema que Mònica Bernabé aborda enun extenso reportaje que encontrará en elAhora Domingocon un espot en el que un hombre se come los granos de uva de Nochevieja ante la televisión, acompañado sólo del sonido de unas campanadas que se convierten en trágicas, casi como si tocaran a muertos. La imagen es un tópico que sirve para ilustrar la crueldad de una soledad sin alternativa. Aunque bueno tiene ánimo de prepararse el cotillón y seguir el ritual de traspasar el año. La soledad que no se ha escogido es también una especie de abismo temporal, ese desierto que dice Sontag, en el que el calendario puede ser una tortura porque los días dejan de tener sentido porque ya no hay que celebrar nada.

Esta soledad severa, sin remedio, no siempre es sinónimo de una ausencia de presencia humana. Y tampoco tiene que ver con las ocasiones especiales. Hay otro aislamiento, devastador y deshumanizante, que aparece cuando las personas que te atienden y acompañan te hablan como si hubieras dejado de ser tú mismo. Aquel hablar infantilizado que, por años que pasen, sigues oyendo en las residencias, en los hospitales, en los bancos de los parques oa través del patio de luces. Un hablar lleno de diminutivos, que te quieren dar "la pastilla", "el almuerzo" o que te piden que te cojas "del brazo". El "tú" o el "usted" desaparecen, y todo se convierte en una especie de "nosotros" que subraya la pérdida de autonomía: "Nos pondremos las zapatillas", "Nos tomaremos el jarabito" y "Nos peinaremos un poco". Pasarás a ser el "cariño" o recuperarás el estatus de "niña" de alguien que se ha tomado esa confianza sin que nunca hayas podido compartir un diálogo muy íntimo. Las frases se simplifican en un extremo tan grande que resulta imposible una conversación. Ni siquiera es reconfortante la escucha, porque todo son órdenes que tienen que ver con las rutinas. Nadie te cuenta nada. Sólo la pura cronología de lo que ocurrirá inmediatamente después. El simple relato de una situación de control.

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A menudo, cuando se cuida de las personas mayores, la voluntad de cariño y empatía se confunden con este hablar infantilizado pero impertinente a la vez. En inglés lo llaman elderspeak. Una exagerada entonación, artificialmente empática, que limita el vocabulario. Se han realizado estudios científicos, artículos académicos y se han escrito libros, pero perdura incluso en entornos profesionales del ámbito sanitario. Es fácilmente identificable. Podríamos no ver al interlocutor, pero por el tono deduciríamos fácilmente que la persona interpelada es alguien mayor. Hay estudios que vinculan este hablar condescendiente con la resistencia a los cuidados. Contribuye a la anulación de la personalidad, erosiona la autoestima y deteriora la interacción. Éste elderspeak es la sentencia de la incapacitación definitiva, la última penitencia antes de irte al otro barrio. A menudo, el silencio de los viejos se interpreta como una prueba del declive, pero puede ser también un mecanismo de defensa frente a aquellos que piensan que ni siquiera puedes escuchar ni ser tratado como un adulto. Seguramente con la mejor de las intenciones, este hablar infantil a las personas mayores sigue enquistado, sin tener presente cómo contribuye a la soledad más cruel, porque es la que te aísla incluso de ti mismo.