Decoración

Los billares de lujo catalanes nacidos de una carambola

Nuevepies emplea a artesanos del Principado para equipar salones de todo el mundo

"La historia nació con una mesa de billar hecha a mano, artesanalmente, forrada con casi 800.000 cristales de Swarovski", explica Ramón Úbeda, un periodista especializado en diseño que puso en marcha una empresa de mesas de billar de lujo, Nuevepies. El nombre surgió de la medida –en pie– de las mesas profesionales de este deporte (2,54x1,27 metros). "Antes, en las grandes casas o en los hoteles, se ponía un piano de cola, aunque nadie supiera tocarlo. Ahora en muchos optan por una mesa de billar", explica Úbeda.

El nacimiento de la empresa llegó de rebote. El empresario y filántropo Mark Weingard, que tiene tras de sí una dura historia personal –su promesa había fallecido un año antes en un atentado en Bali– promovió un hotel de superlujo en Natai (Phuket, Tailandia), como parte de la su acción filantrópica de reconstrucción del país después del tsunami, para emplear a minorías marginadas.

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En el diseño del hotel participaron diferentes profesionales y Úbeda recibió el encargo de proyectar el bar. Weingard, de origen británico, quería que ese espacio tuviera la elegancia de un club inglés combinada con el concepto de sport bar, los salones de juego, pero siempre con el máximo lujo. Un espacio como éste –explica Ramon Úbeda– requería una mesa de billar. Entonces empezó la búsqueda de proveedores que lo hicieran con el lujo y las condiciones que quería el cliente, pero eso no existía. La solución fue ponerse.

Úbeda, en colaboración con el diseñador Otto Canalda, contactaron con un fabricante histórico catalán, Billares Córdoba, que ya estaba de retirada, pero les proporcionó el know how y experiencia. Con la ayuda de artesanos y proveedores catalanes de la ebanistería, expertos en ropa para poner el mejor tapiz, se fabricó esta primera mesa de billar en Barcelona que, nueve meses después del encargo, se instaló lar a 10.000 kilómetros de distancia.

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Se había hecho la primera mesa de billar, y todo el esfuerzo había aportado un conocimiento que Úbeda pensó que podía monetizarse. No sería la primera mesa, sino que después vendrían más. Nacía la empresa Nuevepies. "Había que convertir ese conocimiento en una empresa que hiciera unos billares excepcionales y únicos, siempre adaptándolos a los requisitos del cliente", explica el empresario.

Sin embargo, en las tablas no sólo hay lujo. También existe innovación. Desde un mecanismo electrónico para controlar las partidas, por ejemplo, o un cajón invisible y controlado por un mecanismo que permite guardar las bolas y los tacos escondidos dentro de la mesa "en un estuche similar a un joyero", afirma el promotor de la empresa, que asegura que esto tiene otra consecuencia estética importante: "No se ensucia una pared con los tacos colgados como se hace habitualmente". Evidentemente, las bolas y los tacos también se fabrican al gusto del comprador ya juego con el diseño de cada una de las tablas, que pueden ser tanto para billar americano como de carambolas.

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Poner en marcha la empresa no fue coser y cantar. Fueron cinco años de trabajo, recuerda Ramón Úbeda, para terminar lanzando una nueva marca. "Podemos dar a la mesa prácticamente cualquier acabado", dice Úbeda. Crearon nueve colecciones base a partir de las cuales se realizan las tablas, desde la más básica hasta la que lleva el nombre de un diseñador concreto. De hecho, la mesa se adapta siempre al gusto del cliente, sea el propietario o el interiorista que se encarga de la decoración. Cualquier color, para que vaya a juego con los muebles, o cualquier ropa puede vestir la mesa. En el caso del billar americano, las troneras pueden ser tapadas o transparentes, para ver cómo cae la bola.

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La pifia

Pero en todo el proceso hubo una pifia, dice Ramón Úbeda. El lanzamiento internacional de la marca se hizo con toda su potencia a finales del 2019, llegando los primeros encargos de Miami, Dubai o Suiza. Pero enseguida (en marzo del 2020) llegó la pandemia de la cóvid-19, que dejó a la compañía prácticamente fuera de juego durante un año, "sin poder tocar bola", dice Úbeda, quien explica que ahora es una empresa totalmente rentable.

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Una empresa que funciona, pero "sin prisa por crecer", dice su impulsor, porque considera que lo que importa es atender bien a un cliente que paga un mínimo de 20.000 euros por una mesa (el precio se puede duplicar y casi triplicar en función de los acabados). Dar este servicio, explica, es fabricar cada mesa artesanalmente cumpliendo con los requisitos que pone el comprador, con los acabados que pide, llevar e instalar la mesa donde esté del mundo dejándola perfectamente nivelada, y dar un servicio de postventa de mantenimiento y conservación que desplace a los operarios donde sea necesario para cambiar, por ejemplo, el fieltro. "Vamos despacio –dice Úbeda–, pero el día que queramos poner el pie en el acelerador, lo haremos".