El dinero físico se resiste a desaparecer
El dinero digital, en un sentido estricto, nos acompaña desde hace mucho tiempo. Afortunadamente, pagar, transferir o acumular dinero es, en la mayoría de los casos, un proceso que ya no implica ningún intercambio físico –ni de monedas ni billetes–, ni tampoco el uso de instrumentos de pago tradicionales como talones, cheques o pagarés. Todos ellos han sido progresivamente sustituidos por cargos con tarjeta, transferencias y otras operaciones reflejadas sólo en anotaciones contables, sin movimiento físico de dinero.
Lo que ahora llamamos dinero digital es una respuesta a los inconvenientes que hasta hace poco presentaban el dinero electrónico y físico, como los costes y tiempos de cada transacción y la falta de compatibilidad entre redes de pago o sistemas de intercambio. La irrupción y la generalización de la tecnología –primero con la digitalización básica y más recientemente con la encriptación y la tecnología de blogs (blockchain)– han permitido dar un paso adelante decisivo. Estas innovaciones están provocando transformaciones en el sistema financiero, con efectos disruptivos que sólo han comenzado.
Dividimos el conjunto de las nuevas versiones de dinero digital en tres grandes tipos: las criptodivisas, las stablecoins y las divisas digitales de los bancos centrales (CBDC). La tecnología blockchain, basada en la encriptación y en la conexión de blogs, evita la duplicidad en el uso del dinero y reduce los intermediarios. Con la aparición del blockchain han surgido las criptomonedas, la innovación más destacada en el ámbito parafinanciero, cuyo valor total supera los tres billones de dólares. Sin embargo, todavía no pueden considerarse plenamente como medio de pago o reserva de valor, si bien se van acercando. Para contrarrestar la volatilidad de las criptomonedas han aparecido las llamadas stablecoins, una variación de las criptodivisas pero vinculadas a una divisa tradicional (fiat) oa una cesta de divisas o activos, para buscar mayor estabilidad. No están sostenidas por las autoridades monetarias, pero que tengan facilidad de uso y mayor capacidad de preservar el valor las hacen crecientemente aceptables.
Finalmente, las CBDC son o serán –muchas de ellas son sólo proyectos de los bancos centrales– una forma digital del dinero físico, emitido y controlado por el emisor. El euro digital se define como versión disponible y convertible para los propios usuarios de la divisa física, el actual euro.
Ante este boom del dinero digital, la pregunta es inevitable: ¿el dinero físico –billetes y monedas– está condenado a desaparecer? Ciertamente, su uso no ha hecho más que disminuir desde que en los años cincuenta del pasado siglo aparecieron en Occidente las tarjetas de crédito, los cajeros automáticos (ATM) y, veinte años más tarde, las transferencias electrónicas. En países como Suecia y la India se había planificado la desaparición del dinero físico, pero por diferentes razones no ha ido plenamente adelante la aparición de las cashless societies. Las ventajas de prescindir del dinero en efectivo son evidentes, especialmente con la diversidad de alternativas digitales disponibles actualmente. Pero los inconvenientes de una sociedad sin dinero físico son también relevantes.
En primer lugar, la desaparición del dinero físico puede ser excluyente para determinados sectores de la población. Las personas que no disponen de ciudadanía plena o que trabajan en la economía sumergida sólo pueden acceder a dinero a través del efectivo. Este riesgo resulta especialmente grave para los inmigrantes sin papeles y otros colectivos vulnerables con escaso acceso digital.
En segundo lugar, debe considerarse la pérdida de privacidad. Aunque la confidencialidad en el uso del dinero ya se ha reducido mucho en las sociedades digitalizadas, la total desaparición del efectivo eliminaría completamente esta "posibilidad de privacidad", que es también una expresión de libertad individual.
Un tercer factor que genera preocupación es la elevada huella de carbono de muchas transacciones digitales, así como el espasmódico gasto energético de los mineros de bitcoin. Por último, la economía y las finanzas conductuales muestran que los métodos de pago electrónicos aumentan el deseo de consumo; la contención es más fácil cuando pagamos con dinero físico (la percepción tangible del gasto y la pérdida física) que con dinero digital.
No cabe duda de que el dinero digital ofrece grandes ventajas, sobre todo en cuanto a los costes, la conectividad y la rapidez de las transacciones. Pero todavía existen elementos importantes que, en lógica, deberían hacernos mantener billetes y monedas mucho tiempo.