Economía catalana: balance y perspectivas

Recientemente, se han presentado dos publicaciones emblemáticas que hacen balance de la economía catalana del año anterior y apuntan perspectivas para el año en curso: la Memoria económica de Cataluña, editada por las trece cámaras de comercio catalanas desde hace 60 años, y laInforme anual, que se elabora desde el departamento de Economía y Finanzas de la Generalidad. Ambas publicaciones coinciden en destacar un cambio en el patrón de crecimiento en el que la demanda interna toma progresivamente el relevo de la demanda externa, en un contexto marcado por la incertidumbre geopolítica, desatada por la temeraria política arancelaria de Estados Unidos.

El sector exterior catalán está aguantando muy bien, pero es de esperar que las exportaciones de bienes crezcan más lentamente en 2025 y 2026 que en el pasado reciente, aunque sigan superando la media europea. Los escenarios de impacto de los nuevos aranceles americanos para Catalunya se sitúan en una pérdida estimada entre tres y ocho décimas del PIB, según acaben las negociaciones actuales entre ambos bloques. Pero no van a frenar significativamente el impulso de la economía catalana, que está cada vez más apoyado en la demanda interna.

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Por otra parte, se observa una moderación del crecimiento turístico, aunque se espera alcanzar máximos históricos este 2025. Finalmente, el gasto en consumo de las administraciones públicas (educación, sanidad, servicios sociales, seguridad, justicia, etc.) iría perdiendo impulso, al menos hasta que el gasto en seguridad y defensa se despliegue –y está para verse filtra hacia fuera vía importaciones.

En este contexto, el consumo de las familias, junto con la inversión de las empresas, asumirán progresivamente el rol de motores de la economía catalana. Por lo que respecta al consumo de los hogares, desde principios de década ha mostrado un comportamiento atípico. Era previsible que la tasa de ahorro se disparara al alza durante la pandemia, teniendo en cuenta que la población estaba confinada sin poder consumir muchos productos y servicios. Lo que ya no era previsible es que la tasa de ahorro volviera a escalar a valores en torno al 15% de la renta disponible familiar durante el pasado año, muy por encima de la media histórica del 10% de los últimos veinticinco (con información referida al conjunto de la economía española; los datos de renta disponible para Catalunya llegan sólo hasta el 2022).

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En síntesis: las familias gastan en consumo menos de lo que históricamente han gastado en función de sus ingresos. Esto no es normal en un período de reactivación económica en el que crece el empleo, los salarios comienzan a recuperar poder adquisitivo y los tipos de interés se reducen. Hay distintos factores que pueden ayudar a explicar este comportamiento, como podría ser la propensión a dedicar un mayor porcentaje de la renta a amortizar hipoteca. Pero sigue sin estar del todo claro hasta qué punto se trata de un fenómeno coyuntural y transitorio, o estructural y persistente. En el primer caso, un posible retorno a tasas de ahorro más alineadas con la media histórica supondría un fuerte impulso para el crecimiento de la economía catalana en años sucesivos.

La otra pata de la demanda interna es la inversión. De forma similar a lo que ya se ha comentado por el caso del consumo privado, hasta el 2023 la formación de capital ha evolucionado por debajo de lo que cabría esperar, teniendo en cuenta el aumento de los beneficios empresariales, que en última instancia son el principal incentivo de la inversión. El descenso de los tipos de interés y las últimas fases de ejecución de los fondos europeos Next Generation han contribuido positivamente a dinamizar esta variable en 2024 y debe confiarse en que esta tendencia alcista se consolide durante este año y los siguientes.

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Cabe subrayar la importancia que tiene reactivar la inversión residencial para cubrir el déficit de vivienda. Y también habrá que seguir atentamente cómo evoluciona la inversión empresarial en bienes de equipo, I+D y otros activos productivos, como principal determinante de la productividad del trabajo. En los últimos años, la inversión productiva por persona ocupada en Cataluña, calculada en términos reales, se había reducido, coincidiendo con el estancamiento de la productividad. Los datos de 2024 registran un aumento de los recursos que las empresas destinan a inversión superior al aumento del empleo y también un repunte del valor añadido por persona ocupada. Una buena señal.

Ahora bien, pese al elevado crecimiento del PIB catalán de los últimos ejercicios, hasta multiplicar por cuatro la media de la zona euro, el PIB por habitante ha tardado cinco años en volver a los niveles anteriores a la pandemia. Es decir, este fuerte crecimiento del valor total de lo que producimos en su conjunto como país no ha sido suficiente para conseguir una mejora real de la prosperidad de los catalanes, medida por el PIB per cápita.

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Parece obvio que el objetivo de la prosperidad compartida debe implicar, en primer lugar, generar prosperidad. Para ello es necesario aumentar sistemáticamente la productividad –el PIB que genera cada persona ocupada–. A su vez, aumentar la productividad exige incrementar significativamente la inversión productiva por ocupado, así como la eficiencia con la que se utilizan los recursos disponibles, introduciendo incentivos que la faciliten y desmontando las barreras que la frenan. Tan fácil y tan difícil como esto.