Eureka

La excéntrica (y lujosa) vida del señor Tupper, el inventor de la fiambrera

El empresario se vendió la compañía después de una guerra interna con su socia

12/11/2025

A unos 80 kilómetros del canal de Panamá, en medio del Pacífico, flota la isla de San José. Es un lugar prototípico del Caribe: una extensión de selva de 44 kilómetros cuadrados, 57 playas y un calor húmedo y sofocante. En 1980, en una de las pocas casas enclavadas en ese paraje, vivía aislado un hombre viejo. Se llamaba Earl Silas Tupper, era inventor y mataba las horas garabateando en pequeños blocs de notas todas las ideas que le venían a la cabeza. Hacía ya más de veinte años que se había instalado. Ahora bien, no era ningún Robinson Crusoe: había aterrizado con un enorme haz de billetes en la cartera. Se había vendido por 170 millones de euros la empresa fundada en 1938 y que había hecho popular su apellido en todo el mundo. Earl Silas Tupper era el padre de la fiambrera de plástico y, sobre todo, del coloso empresarial Tupperware.

En 1958, después de dos décadas de éxitos y de una guerra interna con su socia más famosa, Brownie Wise, Tupper decidió venderlo todo. Cobró 16 millones de dólares, renunció a la ciudadanía estadounidense y desapareció del mapa. Con parte de la fortuna compró esta isla del archipiélago de Las Perlas, que durante muchos años ha sido la isla privada más grande del mundo. Allí, rodeado de jungla y playas desérticas, vivió como un ermitaño excéntrico.

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La obsesión por mejorarlo todo

El señor Tupper había nacido en 1907 en una pequeña granja de Berlín, en el estado de New Hampshire. Era hijo de una lavandera y de un campesino. De pequeño ayudaba a vender las verduras de la familia puerta a puerta, pero pronto se dio cuenta de que daba muchas vueltas a mejorar objetos de todo tipo. Tenía 12 años cuando empezó a llenar cuadernos con bocetos de inventos: unas ligas para aguantar bien las medias, un peine con forma de puñal que podía llevarse pegado al cinturón, un pantalón que mantuviera siempre el pliegue bien marcado... Soñaba con hacerse rico y convertirse en un inven. Pero la realidad le llevó por caminos diferentes: estudió por correspondencia, montó un pequeño negocio de jardinería y acabó quebrando durante la Gran Depresión.

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Tras el fracaso, logró trabajo en una pequeña fábrica de plásticos de Massachusetts. Era un momento en el que ese material aún parecía un misterio: flexible, ligero, capaz de adoptar cualquier forma. A Tupper le fascinó enseguida. En 1938 fundó su empresa, Tupper Plastics Company, y empezó a fabricar pequeñas piezas de plástico, como tapones o envases de jabón. Pero no fue hasta al cabo de unos años, cuando logró un bloque de polietileno puro de DuPont, que tropezó con su gran idea. Diseñó un recipiente ligero, reutilizable y hermético, capaz de conservar muy bien la comida. Lo bautizó con el nombre de Tupperware.

La gran rival

La genialidad de Tupper no fue sólo inventar un recipiente hermético: fue encontrar a alguien capaz de venderlo. Se llamaba Brownie Wise, era madre soltera y vendía productos de limpieza a domicilio. Descubrió que los cuencos de Tupperware se explicaban mejor en la mesa que en el escaparate y empezó a organizar reuniones en su casa, entre cafés, juegos y demostraciones prácticas. Aquellos encuentros –los Tupperware parties– se convirtieron en un fenómeno nacional. Miles de mujeres empezaron a hacer lo mismo, y en pocos años lo que había nacido como un simple invento de plástico se transformó en un sistema revolucionario. Tupper controlaba la producción desde Massachusetts; Wise, la atención a la clientela desde Florida. Uno era hermético como sus recipientes; la otra, expansiva y carismática.

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Durante un tiempo, formaron una pareja improbable pero perfecta. Los beneficios crecían, las revistas ponían a Brownie Wise en la portada y Tupperware se convertía en un imperio doméstico. Pero, a medida que su socia se hacía famosa, Tupper se iba encerrando en sí mismo. No soportaba tener el foco mediático encima, ni ver cómo su invento se convertía constantemente en un espectáculo. En 1958, agotado, decidió romperlo todo: despidió a Wise, vendió la empresa y desapareció en la isla tropical. Falleció el 3 de octubre de 1983, a los 76 años.

En el 2024, cuarenta años después, su legado se tambaleaba: Tupperware, con sede en Florida, arrastraba cientos de millones de dólares de deuda y su facturación se había desplomado hasta los 1.300 millones de dólares, un 42% menos que cinco años antes.