Imposible confundir el olor a la pintura
Pinturas Jordi, en la calle Aribau de Barcelona, es un clásico del comercio local


Pocos olores son más identificables que el de la pintura. Y la del barniz. Y la del disolvente. Esos olores peligrosamente adictivos, ¿verdad? Pinturas Jordi, en la calle de Aribau, 88, es un universo de estos olores. Y eso que hoy las pinturas ecológicas han suavizado mucho la irradiación olfativa de los productos. Me lo explica Joan Jordi Romeu, tercera generación de Joans Jordi a cargo del negocio. El abuelo, Joan Jordi Ferrer, fue su iniciador. Su padre, Joan Jordi Cortés, el continuador. Y él, Joan Jordi Romeu, el actual. Lleva más de tres décadas tras los escaparates y frente a las estanterías de madera, mobiliario de origen, emblema de la tienda.
Más de trescientos cajones, algunos de los cuales todavía hoy impregnados en el interior de los pigmentos que antiguamente servían para hacer las pinturas de color. También unos carteles de madera preciosos que cuelgan del techo y que provienen de la otra tienda familiar, también de pinturas, en la calle de Sants, que el padre de Joan traspasó a principios de los años ochenta. ¿Cuál es el secreto del negocio? No tiene mucho secreto. Por mucho que pasen los años, la gente necesitará seguir pintando las paredes, techos, fachadas y ventanas de su casa, de sus despachos, oficinas, locales y, en general, espacios de vivencia y convivencia. Y en Pintures Jordi tienen respuesta para todas las necesidades. Bien, hay una que no: para coches, que es un mundo aparte.
¿Cuál es la demanda más habitual? Tan fácil como alguien que quiere pintar su casa. Y la pregunta automática: ¿cuántos metros y de qué color? Antes había que realizar la preparación a mano, hoy hay una máquina que con un código y una cantidad de base prepara el encargo con diligencia. Más facilidad y también menos exposición a la olor de los químicos. Aunque Joan insiste en recalcar que hoy en día los materiales ecológicos y sostenibles son los más solicitados, lo que reverbera en el equilibrio y la salud de todos, compradores y vendedor. En cambio, lo que va más bajista es la pintura con spray, ya que es complicado aislarse de la enfadadora nube tóxica que genera. La pintura para superficie de madera es también una compra habitual entre la clientela. Que, por cierto, pueden ser tanto particulares como profesionales que hacen una reforma. Porque ya se sabe que no ha terminado final sin la imprescindible mano de pintura. Y si no tienes traza o paciencia, si prefieres confiar en un profesional, Joan también proporciona a un pintor que te haga el trabajo. Una demanda recurrente.
Todo tipo de pinceles, por supuesto, también están disponibles entre el stock. Y carretes. Y los clásicos rollos de la cinta adhesiva que te permiten proteger las superficies antes de empezar el ritual del pintado de nuevo. Entra una clienta que parece habitual –con bata blanca manchada de pintura– y pide un bote de decapante y uno de masilla plástica. Rápido como el rayo, Joan la despacha en menos de cinco minutos. Da gusto de que el conocimiento de un oficio te permita ir al trabajo sin descuidar el buen trato y el consejo. Este último detalle es aventajado. "¿Con qué pinto esta superficie?", "¿Qué pincel me va a ir mejor", "Con pintura de agua voy bien?", "¿Este esmalte es el ideal?".
No puedo evitar mencionarle a Juan cómo recuerdo la imagen de su padre, alto y fuerte, las veces que, como cliente, entré en la tienda porque en casa había que pintar de nuevo. Joan Jordi Cortés murió muy pocas semanas antes del inicio de la pandemia, con el consiguiente trasiego emocional para la familia. Y después el virus obligó a dos meses de cierre obligado. Un choque. Pero después, dos o tres meses de boom de ventas. "Parecía que todo el mundo se hubiera decidido a pintar su casa", recuerda Joan. Todos teníamos más tiempo de lo habitual para, entre otras muchas opciones, dedicarlo a la renovación y puesta al día del hogar. Hoy Joan se espabila bien solo al frente del negocio y Pintures Jordi tiene cuerda para rato. Y ese olor que no es ni bueno ni malo. Ese olor a tienda que vale la pena.