De toda la vida

¿Quieres escribir una carta de amor con máquina de escribir?

Casa Brillas, el único establecimiento de Barcelona que vende y repara máquinas de escribir

"¿Me dejarías escribirle a mi novia una carta de amor?"

Pregunta absolutamente real vivida en Casa Brillas, el único establecimiento de Barcelona que aún vende y arregla máquinas de escribir. La respuesta de Adam Brillas fue que sí, que por supuesto. El chico quería darle un toque especial al regalo, a la declaración de amor, a la carta que tenía pensada y que, quién sabe, si estaba destinada a cambiarle la vida. Tiene gracia la historia, habla bien de qué nos sucede cuando nos detenemos y echamos una pequeña mirada atrás y quizá vemos que todo va ahora demasiado rápido. En Brillas –en la calle Moianès junto a la carretera de Sants– ya van por la tercera generación de artesanos expertos en todos y cada uno de los rincones de las viejas Remington, Unnderwood o Hispano Olivetti. La primera pregunta es clara: ¿quiénes son sus clientes?

Hay algo de trampa, ya que Adam ya hace años que ha abierto el abanico y también repara ordenadores, impresoras, fotocopiadoras y hace el mantenimiento informático de particulares y empresas. Pero, claro, el local está en reventar de viejas máquinas, todas funcionando, todas a disposición de quien las quiera comprar. ¿Todas? Bien, todas no. Un coleccionista, hace un tiempo, quiso –pagando el gusto y las ganas– llevarse a casa una Remington de 1880 con las palancas de madera y fue Manel, el padre de Adam, quien le paró los pies. "Pero papá, ¿has oído lo que nos ofrece?". "Sí, hijo, ¿y tú sabes la alegría que es esto? A ver si la encuentras en algún otro sitio, esta máquina". Y ahí sigue hoy, en la balda presidencial.

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Pero volvamos a la clientela. Es variada. Los coleccionistas, es obvio. Pero también quienes la quieren para decorar un espacio especial de su casa o del despacho profesional. También quienes desean reparar la máquina de escribir del abuelo y quienes sienten el capricho de, por algún motivo, volver a escuchar ese sonido tan especial, esa cadencia de las teclas que tanto amaba, por ejemplo, Josep Maria Espinàs, que escribió toda la vida con su inseparable Hispano Olivetti. Adam también me revela algún pequeño secreto que parece mentira. Sería tentador pensar que una máquina de escribir eléctrica es algo más que un trasto inservible. Pues no. Van buscadísimas por notarías y gestorías, por ejemplo, que les resultan muy útiles y muy rápidas para añadir pequeños retoques a documentos ya impresos. La fecha, la rúbrica, la numeración. Tiene su lógica, por supuesto. "Escribe e imprime a la vez", decían los eslóganes publicitarios de estos utensilios, que en su día eran revolucionarios.

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Además de las máquinas, también contemplamos calculadoras viejas de manivela, sumadoras de primerísima generación y un par de Nationals, o sea máquinas registradoras que durante décadas no faltaban en todos los mostradores de todas las tiendas del mundo. El fundador del negocio, Manel Brillas, tras salvarse al frente de la Guerra Civil –abandonó la trinchera para ir a orinar y se salvó del obús que mató a todos sus compañeros– vio claro el nicho de mercado que tenían las máquinas de escribir. Y su hijo, también Manel, continuó su negocio. En tiempos de esplendor, había empresas en las que treinta máquinas de escribir trabajaban a la vez y el desgaste era evidente y constante. "Mi padre los visitaba día sí, día también. El trabajo nunca acababa". Manel ya está jubilado, pero todavía echa una mano si hay un engranaje que se resiste o una maquinaria varada que no hay manera de sacarle el entramado. Cajones y cajones llenos de teclas, caracoles, letradas de plomo y todo tipo de piezas de repuesto para poder reparar el máximo de modelos posible. Pura artesanía. Una puesta a punto puede valer 60 euros. Puesta a punto, con cinta incluida, 72 euros. Y una reparación más laboriosa, un presupuesto más elevado.

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Por último, una historia preciosa. El gran Tom Sharpe era cliente de toda la vida. La última reparación implicó un cambio de máquina y la anterior, la sustituida, se la dejó en la tienda. El aura del autor de Wilt –establecido en Llafranc– era conocida y se la quisieron comprar. No quisieron desprenderse y, finalmente, la máquina pertenece hoy a la fundación del escritor.