Solidaridad contra la confrontación
La polarización de la sociedad ya no es un artefacto teórico sobre el que alertan a los sociólogos. Es una realidad palpable y aparentemente inapelable. Toca masticarla cada día para poder tragarse el bombardeo informativo al que somos sometidos y no morir de la indigestión. La batalla dialéctica entre las distintas familias políticas –que no de ideas– hace que el diálogo sensato parezca imposible, casi una reliquia del pasado. ¿La colaboración? Impensable. ¿Y la solidaridad entre desconocidos? Ciencia-ficción.
Nada más lejos de la realidad. Detrás de la gruesa capa de humo que genera la energía quemada a favor de la confrontación se esconde un tejido social enormemente solidario. La solidaridad entre individuos se extiende por todo el territorio y no entiende de edades, sexos ni condiciones sociales; es bien generalizada en el conjunto de la población. Eso sí, destaca un pequeño grupo de "superdonantes". El 10% de las personas que hacen más donativos aportan prácticamente la mitad de todo lo que se da. Este "pequeño" grupo sobresale por la regularidad con la que realiza donativos solidarios –más de una vez al mes– y por su esfuerzo económico: da el 5,4% de sus ingresos de media. Los superdonantes, en general, son personas mayores (el 85% tienen más de 50 años), pero no son las que tienen mayores ingresos. Es la vieja clase media. Casi la mitad de estos superdonantes tiene unos ingresos anuales comprendidos entre 20.000 y 40.000 euros. De hecho, a medida que aumentan sus ingresos, el esfuerzo económico solidario tiende a reducirse. Las personas más acaudaladas dan el 0,5% a fines solidarios.
Estos son algunos de los principales resultados de un estudio llevado a cabo conjuntamente por CaixaBank Research y la Universidad Pompeu Fabra, en la que se ha construido una nueva base de datos anonimizada a partir de los millones de donativos que se llevan a cabo en España mediante transacciones bancarias (transferencias, bízums, domiciliaciones, etc.). Los datos también muestran que el tejido asociativo que canaliza la solidaridad está altamente atomizado, con muchas ONG repartidas por toda la geografía. La elevada dispersión ayuda a que lleguen a todos los rincones, y que la solidaridad se pueda ajustar a todas las causas que lo necesitan. Al mismo tiempo, existe un núcleo muy reducido de entidades –un 1% del total– que canaliza cerca del 80% de todos los recursos solidarios. La escalera parece ser también relevante, sea para movilizarnos o para poder llegar más lejos. Además, se constata que el 90% de las donaciones se destina a cuatro grandes causas: cooperación internacional, sanidad, servicios sociales y religión.
La fortaleza de este tejido solidario y asociativo se pone de manifiesto cuando hay acontecimientos que movilizan masivamente a la población. Se pone de manifiesto cada año con La Marató de TV3, con el Gran Recapte o con tantos y tantos otros ejemplos. Y también se hace evidente cuando hay emergencias que lo reclaman, como a raíz de la dana de la Comunidad Valenciana en el 2024, que movilizó a cientos de miles de personas y disparó los donativos: las entidades benéficas locales vieron cómo su recaudación aumentaba un 45%. La ola solidaria se extendió por todo el territorio, pero la proximidad geográfica marcó diferencias: quienes vivían entre 100 y 200 kilómetros del epicentro multiplicaron por 1,8 las aportaciones.
La solidaridad comienza con un gesto individual y discreto. Pero lo que a primera vista parece una cadena de gestos aislados adquiere una mayor trascendencia: es la savia del capital social, un entramado invisible que une a las personas, sostiene la confianza mutua y, en última instancia, también las instituciones de las que nos hemos dotado. La participación ciudadana en la toma de decisiones colectivas, la existencia de canales para implicarse en asuntos comunes o el simple convencimiento de que el vecino y el extraño responden frente a la adversidad construyen un tejido social más resistente. Esta solidaridad activa no sólo hace crecer el bienestar colectivo, sino que crea un clima favorable para afrontar con éxito los retos compartidos del momento. El contraste con la confrontación que contemplamos a diario es enorme, y nos permite mirar el futuro con algo más de esperanza.