Miquel Puig: "En España hay un gran problema: la diferencia entre trabajar y no trabajar es demasiado pequeña"
Miquel Puig, economista y actualmente concejal del Ayuntamiento de Barcelona, acaba de publicar Els salaris de la ira, un libro donde defiende tesis incómodas y que se escapan de lo que es políticamente correcto. Entre ellas, que hay demasiada inmigración. Para él, este es uno de los motivos –no el único– que explican que los sueldos reales, una vez descontada la inflación, no han subido desde la Transición. Y que este fenómeno, que no es exclusivo de España, pone en riesgo la democracia.
Dice en su libro: "El resultado de una negociación colectiva depende de la correlación de fuerzas entre los que pagan y los que cobran. Desde mediados de los años 70 la tecnología, la deslocalización y la inmigración han jugado en contra de los que cobran y a favor de los que pagan". ¿Cree que es un buen resumen del libro?
— Sí, sin duda.
Aquí tenemos un paro de los más altos de Europa pero a la vez a las empresas les cuesta encontrar trabajadores cualificados. ¿Por qué pasa todo esto?
— Por dos motivos. Primero, hay un problema de formación bestial, como la FP, por ejemplo. Y segundo: a Joe Biden le dijeron que los empresarios no encontraban trabajadores. Y sabe qué respondió, ¿no?
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— Lo que no resolverá el tema enseguida pero quizás sí que hará que la gente se prepare mejor.
Por lo tanto, ¿el problema histórico para encontrar trabajadores se debía al hecho que las empresas no pagaban sueldos suficientemente altos?
— No, no. En España el problema es de formación. No había trabajadores capacitados para asumir aquellos puestos de trabajo.
Pero entonces no había un exceso de trabajadores, como usted defiende.
— Los trabajadores forman un grupo muy heterogéneo. Si hablamos de los trabajadores industriales, por ejemplo, no cobran mal porque sus convenios son de lo mejor que hay. Si la industria hubiera tenido una masa de gente inmigrante que fueran soldadores, quizás sí que los sueldos de los soldadores se habrían hundido. Pero los que venían no eran soldadores. Yo en el libro hablo de un grupo heterogéneo y mi experiencia personal es que faltan trabajadores calificados de todo.
El otro día el ministro José Luis Escrivá decía a este diario que el gobierno y las empresas tienen que encontrar la forma de que los trabajadores que quieran puedan llegar a los 75 años. ¿Cuál es su opinión?
— En España hay un gran problema: la diferencia entre trabajar y no trabajar es demasiado pequeña. La distancia entre el salario mínimo y el subsidio de paro es demasiado pequeña. Y la diferencia entre un trabajador que está a punto de jubilarse y su jubilación, también. Este segundo factor daría la razón al señor Escrivá. Obviamente con esto no digo que las pensiones se tengan que reducir. Pero sí que es un problema que haya demasiada poca diferencia.
¿Y por qué hay tan poca diferencia?
— La clase política, un poco por populismo, favorece a los no trabajadores. Tanto jubilados como parados. Y por eso yo me quejo en este libro de la izquierda no laborista. La izquierda tiene que defender a los trabajadores. Y los trabajadores quiere decir los que trabajan. En España se defiende a los jubilados porque son una masa de votantes muy grande, o los que no trabajan porque pobre gente... pero la clave, para mí, no de todos los problemas pero sí de algunos, es proteger al trabajador que trabaja.
Uno de los problemas que ha habido históricamente al mirar la evolución de los sueldos es que miramos la cifra sin compararla con la inflación, lo que nos permitiría saber cómo evoluciona el poder adquisitivo.
— Efectivamente. Si no se hace es porque no interesa. Por no mirarlo [el poder adquisitivo], hemos conseguido reducirlo. Y sobre todo hay un gráfico en que miro el salario mínimo respecto a la productividad del país (PIB / horas trabajadas en el país). Y si lo miras así, el salario mínimo ha ido cayendo.
Dice que se ha conseguido imponer unas tesis... ¿pero quién lo ha hecho?
— Cuando yo estudiaba, el paradigma dominante entonces era el keynesianismo. Había unas voces discrepantes muy enérgicas, convencidas y elocuentes, tipo Friedrich Hayek o Milton Friedman. No creo en complots, era gente que creía firmemente que lo que defendían era lo mejor. Friedman, por ejemplo, decía que si se eliminaba el salario mínimo "estarían ayudando a los negros". ¡Estoy convencido de que el tío se lo creía! Creo que tenían unas ideas y que a estas ideas les llegó su momento. ¿Y cuándo fue este momento? Cuando en los 70 tuvimos una crisis con estanflación: mucha inflación y, a la vez, poco crecimiento. Hubo una época de desorden y se interpretó que las políticas keynesianas, que eran las dominantes, no funcionaban. Y por primera vez se escucharon las voces de estos tíos que hacía años que predicaban en el desierto, algunos de ellos bien subvencionados por grupos de presión de derechas. Y entonces triunfaron. Yo creo que las ideas triunfan así: a base de repetirlas en el desierto hasta que llega una crisis y les llega el momento.
Y de repente pasan a interesar.
— Pero estas ideas no solo convencieron a la derecha: llegó un momento en que toda la izquierda se hizo liberal. Hubo todo el paradigma del New Labour, que tenía como ideólogo a Anthony Giddens. ¡Se hizo muy famoso, este! Y dio la excusa a la izquierda para que se hicieran liberales. El mercado resolvía los temas y los sindicatos son indeseables socialmente. Justo es decir que los sindicatos habían abusado de su poder, todo se tiene que decir. Aquí no hay buenos y malos.
Estamos viendo que el poder adquisitivo de los trabajadores no ha crecido desde que estamos en democracia. Y los sindicatos, entonces, ¿de qué sirven?
— Si no existieran los convenios colectivos, todavía estaríamos peor. Lo que pasa es que los sindicatos están en una posición muy débil y han perdido muchas batallas. También han jugado con todo en su contra. Seguramente las cosas habrían sido peores sin sindicatos.
Habla de las hipocresías de las izquierdas. ¿En qué son hipócritas?
— La posición de ciertas izquierdas respecto a la inmigración es profundamente hipócrita. Las izquierdas nórdicas tienen las ideas claras.
Compara el barco Aquarius con el Open Arms. Al primero, el gobierno de Pedro Sánchez le abrió las puertas; al segundo, ya no lo dejaron entrar.
— ¡Y la pared de Estados Unidos con México! Yo me maravillo. Tú puedes leer todos los diarios del mundo y ver todos los telediarios y tendrás la sensación de que la pared la ha hecho Donald Trump, cuando Obama es quien la ha hecho casi toda. Y seguro que no es por una confabulación de periodistas. Sencillamente se ha instalado este relato porque la izquierda lo ha escondido y la derecha lo ha defendido.
Dice que hay tres alternativas: desmantelar el estado del bienestar, crear dos castas (los de siempre y los recién llegados, algo que dice que le "repugna") o poner unas barreras "muy altas".
— Estas barreras ya están, a pesar de que unos países las tienen más altas que otras.
¿En España son altas?
— Son altitas. ¿El Reino Unido por qué sale de la UE? Porque quiere tener unas barreras más altas contra la inmigración. El resto son tonterías. ¿Y Suiza qué problema tiene con la UE? Este. Porque es el problema más grave. El Brexit y Boris Johnson ganan porque les vota una masa que había votado siempre laborista. Y es por un tema básicamente de inmigración. Prometen que habrá trabajo para ellos y que saldrán de esta situación de marginación en la que se encuentran. Y Trump igual.
Explica cómo los socialdemócratas daneses también van en esta línea. ¿Cree que hacen lo correcto?
— Yo explico las cosas tal y como creo que son, las conclusiones las tiene que sacar cada uno.
¿Pues cree que el enfoque que hacen los socialdemócratas daneses es el correcto?
— Es sincero.
Al mismo tiempo dice que en España las barreras ya son "altitas"...
— ¿Se puede entrar a Ceuta y Melilla?
Por ahí, no. Pero se puede aterrizar en El Prat o en Barajas con visado de vacaciones.
— Sí... son "barreritas". Las barreras que ha habido en España no han sido suficientemente altas para los intereses de la clase trabajadora.
¿Qué modelo le gustaría?
— Una inmigración ordenada.
¿Como por ejemplo Australia?
— O Canadá. Ellos tienen un filtro, dicen: necesito ingenieros mecánicos. Y dejan entrar a ingenieros mecánicos. Esto sería lo ideal. Es lo que intenta hacer el Reino Unido...
¿Y cómo se conjuga esto con las imágenes de pateras? ¿Qué hacemos con la pobre gente que cruza el Mediterráneo encima de un barquillo?
— No es un tema que tenga fácil solución. De las tres alternativas que yo doy, ninguna es atractiva. Desmontar el estado del bienestar es horroroso. Hacer dos castas a mí no me gusta nada, me repugna. Y no dejar que entre nadie, o devolverlos en caliente como hacen en EE.UU.... todo es repugnante. Por lo tanto, no hay solución fácil. Ahora, lo que pretendo es que hablemos en plata y digamos las cosas como son, y que las opciones son estas. Y que esta izquierda de fantasía o estos liberales que nos venden que puede existir una libre circulación total y que el mercado lo arreglará... Se tiene que decir que todo esto son fantasías y que ninguna de las alternativas es un mundo feliz. Dicho esto, hombre, hay cosas que se pueden mejorar.
¿Por ejemplo?
— No tiene sentido que nosotros estemos creando puestos de trabajo que tienen que ser ocupados necesariamente por inmigrantes. Ni que estemos incrementando el sector turístico de aquí cuando sabemos que es un turismo que podría ir al Caribe o al norte de África, y cuando sabemos que si este turismo viene aquí tendremos que importar a caribeños o norteafricanos para atenderlo. Esto es profundamente insolidario. Más valdría restringir la entrada de turistas y que se vayan al Caribe o al norte de África y que puedan ser atendidos por población local.
¿Y esto pasa en más sectores?
— No tiene sentido que aquí nos emperremos con los tomates kilómetro cero cuando sabemos que los agricultores tendrán que ser de kilómetro 2.000. Más valdría tomates kilómetro 2.000 con agricultores de kilómetro cero.
Usted explica que Franco puso un salario mínimo más generoso que el actual. Él lo puso en el 25% de la productividad del país, equivalente actual a 1.400 euros mensuales, en 14 pagas.
— Tenía las ideas claras. Al ministro que puso el salario mínimo le dijeron que hay empresarios que no podrán pagar estos sueldos. Y él respondió: "A España no le interesan las empresas que no puedan pagar este salario mínimo". Yo pienso que es esto. Si vas a Suecia y les dices que crearás puestos de trabajo pero con unos salarios de 900 euros... ¿qué te crees que te dirán? Que no cabes, no interesas. ¡Pues nosotros igual!
Dice: subir el salario mínimo no destruye la ocupación, sino que "reduce los ingresos de otra persona". Por lo tanto, con las subidas de estos años, ¿los directivos cobrarán menos?
— A la fuerza, o los directivos o alguien cobrará menos. Está claro. Yo ahora he releído los clásicos. Ricardo es un clásico liberal, del todo ortodoxo. Solo tiene un libro, y en el primer párrafo dice: aquí hay una lucha de clases, y nos peleamos por cómo nos lo repartimos. Y el tema que él estudia es cómo nos lo repartimos.
¿Qué pensaría de crear un salario mínimo por sectores? Ya no digamos por comunidades autónomas.
— El problema entonces es que es un sector. La industria antes era una fábrica: todos los obreros entraban por la puerta. Ahora por la puerta de una fábrica entran personas de servicios que vienen a limpiar, de no sé qué... es más difícil.
Como concejal de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona: ¿Qué piensan en ERC de su libro?
— No lo sé... sé que algunos han hecho tuits diciendo que, aunque no estés de acuerdo, siempre se me tiene que escuchar. Pero no sé qué piensa ERC.
¿Usted se siente de izquierdas?
— Sí, creo que lo dejo claro en el libro. También soy un liberal desencantado.
¿Qué se plantea hacer en política, más allá de ser concejal de Barcelona?
— Yo estoy a disposición del país. Tengo una clara vocación pública, de servicio al país. Me interesa más el país que mis intereses particulares. Esta es mi actitud. Los franceses, cuando dejan la política, dicen que pasan a estar "a disposición de la república". Pues yo estoy a disposición de la república... en el sentido de res publica.