La fea verdad del bitcoin
BarcelonaDe repente el bitcoin disfruta de un halo de respetabilidad. En el Chicago Mercantile Exchange se cotizan futuros sobre esta criptomoneda. En mayo la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) admitía las inversiones en criptomonedas. En septiembre el Salvador adoptaba el bitcoin como moneda de curso legal. El 19 de octubre el organismo regulador norteamericano, la Security and Exchange Comission (SECO), autorizó el primer fondo cotizado de bitcoins y algunos vehículos de inversión han empezado a invertir en este activo. Al parecer, el bitcoin –con su crecimiento espectacular y a pesar de la volatilidad– ha llegado a una fase de madurez. ¿Entonces, si queremos diversificar tenemos que invertir?
En los primeros cursos de finanzas de la universidad se aprende que los mercados de valores permiten asignar capital a aquellas empresas más eficientes y que la visión de la bolsa como un casino es simplista. Enseñamos a nuestros estudiantes que cuando invertimos en una acción estamos comprando un flujo de dividendos futuros y que cuando sube el precio de las acciones de una empresa se facilita la financiación y el crecimiento. Ahora tendremos que explicar qué son las burbujas financieras. Efectivamente, el bitcoin no genera valor económico añadido, ni beneficios, ni dividendos; su valor intrínseco es cero. Por definición, es una burbuja pura como lo es la inversión en filatelia.
En Holanda, en el siglo XVII en la época de la primera burbuja, un bulbo de tulipán se vendía por el precio de un apartamento. En Inglaterra, a principios del siglo XVIII las acciones de la Compañía de los Mares del Sur pasaron en siete meses de 128 a 1.000 libras esterlinas. En el Japón de los años 80, el precio de la ciudad imperial equivalía al precio de todo el Canadá. Las dotcom de finales de los años 90 o los Asset Backed Securities en la crisis financiera global del 2008 son ejemplos más recientes de burbujas.
Alan Greenspan y Ben Bernanke, expresidentes de la Reserva Federal de los Estados Unidos, afirmaban que era imposible identificar una burbuja financiera. El premio Nobel de Economía Robert Schiller, por el contrario, considera que sí que es posible, aunque quizás aplicado más bien a un mercado que no a un activo individual. ¿Entonces, hay una burbuja en el precio de Amazon? ¿En el de Tesla? ¿En el bitcoin? La ratio POR de Tesla —el precio de una acción dividido por los beneficios que genera la empresa— es a 341, un nivel que solo se entendería si la compañía tuviera unas expectativas de crecimiento de los beneficios difíciles de lograr en su situación actual. Pero soy incapaz de decir qué parte del precio de Tesla corresponde a una burbuja financiera. Por el contrario, el POR de un bitcoin no existe porque la división por cero no es posible.
Usos fraudulentos
El bitcoin tiene su demanda como vehículo de blanqueo de dinero, para operaciones de narcotráfico o para facilitar el pago de los rescates a los secuestros (de datos o físicos), pero esto no justifica el crecimiento de su precio. Para que se cree una burbuja tienen que existir unas expectativas de crecimiento de precio suficientes para hacer la inversión atractiva. Sabemos que la oferta de bitcoins aumenta con la actividad de los llamados mineros, por lo cual deducimos que, para que el precio se incremente, la inversión en bitcoins tiene que crecer a un ritmo superior.
El regulador se encuentra en una situación difícil. ¿En nombre de qué paternalismo atávico tendría que prohibir la utilización del bitcoin a inversores profesionales, como se hizo en la China a finales de septiembre? Cierto, en abril la CNMV ponía límites a las campañas comerciales dirigidas a atraer inversores en criptomonedas en un intento de proteger pequeños inversores, pero se trata de una medida muy pusilánime.
Por otro lado, permitir una inversión la demanda de la cual proviene de actividades delictivas o de pura especulación tampoco está en línea con los objetivos de la CNMV. Efectivamente, el órgano regulador tiene que “velar por la transparencia de los mercados de valores españoles y la formación correcta de precios, así como la protección de los inversores”, y aquí la transparencia es limitada. Si añadimos que, para validar las transacciones con bitcoins, los llamados mineros tienen que resolver un problema matemático de una complejidad cada vez más grande y que requiere superordenadores que consumen más electricidad que toda Suecia, el futuro de esta forma de inversión parece comprometido.
La inversión en bitcoins ha permitido a algunos inversores obtener beneficios espectaculares a corto plazo, pero no tenemos que olvidar que las ganancias históricas no permiten predecir las tendencias futuras. Cuando estalle la burbuja, las pérdidas serán dignas de la tulipomania del siglo XVII o de las acciones de la Compañía de los Mares del Sur. Unos habrán ganado y los otros habrán perdido. El problema es el coste en términos de asignación de capitales: con las criptomonedas nos alejamos de un mercado de valores que asigna el capital de manera eficiente para acercarnos a la versión puramente especulativa. Un criptocasino con menos costes de transacción.