Ante el cambio demográfico, más planificación y menos demagogia

La realidad es la que es. En los últimos diez años Cataluña ha crecido en casi 700.000 habitantes. Como explica el demógrafo Andreu Domingo en el dossier de esta semana, la sensación de los vecinos de que ha habido un cambio fulgurante es cierto. Ha ocurrido. Catalunya ya tiene ocho millones de habitantes, lo que exige un tipo de gestión y de inversión diferente a la que había hace diez o veinte años. Se necesitan más recursos o, al menos, es necesario reorientar los esfuerzos en función de las nuevas necesidades. Sin embargo, este cambio fulgurante no se debe sólo a la inmigración, que sin duda es uno de los factores clave. Se trata de un cambio que tiene muchas casuísticas, muchas de movilidad interna, que afecta más a unos lugares que a otros y, también, de una manera en unos lugares y de otra manera en otros.

En el ARA hemos querido poner la lupa y desde hace meses un equipo de periodistas ha estado mirando los datos de estos diez años para ver cómo han afectado a los 900 municipios catalanes para, con la ayuda de los expertos, interpretar e identificar las grandes tendencias. Una vez realizado este trabajo, se han seleccionado una treintena de municipios con los que se ha contactado para ver cómo han digerido este crecimiento poblacional y qué recursos tienen o reclaman para hacerle frente. Además, nos hemos detenido en dos casos que representan dos casuísticas claras y que son ejemplificadoras de la situación.

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Por una parte, el caso de Calafell, un municipio que ha crecido mucho con la llegada de gente expulsada de Barcelona que se ha instalado en segundas residencias. El problema es que muchos no se empadronan, por ejemplo por mantener a su médico en Barcelona, pero eso impide que el municipio pueda tener las herramientas administrativas para poder gestionar este aumento ya que los recursos van ligados al número de habitantes. El otro caso es Olot, quien ha recibido una fuerte inmigración que trabaja en los polígonos y empresas cárnicas de la zona, pero que en cambio tiene muchos problemas de vivienda porque, entre otras casuísticas, los locales son muy reacios a alquilar a gente de fuera. En Barcelona, en cambio, lo que ocurre es paradójico, ya que lo que hay es una gran sustitución por debajo y por arriba. A grandes rasgos, expulsa a los vecinos de clase media y trabajadora por recibir inmigración tanto de renta baja como también alta, los conocidos como expados. Parte de estos expulsados acuden a la corona metropolitana, que en forma de anillas concéntricas va recibiendo también nueva población que se expulsan unos a otros.

Hay capacidad para asumir este aumento de población que, no lo olvidemos, es fruto en buena parte del crecimiento económico y de la necesidad de mano de obra. Sin embargo, lo que hace falta es planificar mejor cómo se distribuye, adelantarse a las necesidades y hacer un acompañamiento tanto desde el planeamiento urbanístico y de movilidad como de la gestión de las poblaciones que están teniendo una mayor presión demográfica. Los tempos de la administración son muy lentos y se necesitan instrumentos más ágiles para gestionar las oleadas como las que tenemos ahora. Sólo si se toman los problemas y se planifica de forma ágil y coordinada se puede evitar que este crecimiento sea aprovechado por las fuerzas de ultraderecha que hacen bandera de los discursos xenófobos.