Fricciones entre turistas y barceloneses

El periplo de los autobuses 24 y V19 de Barcelona es una muestra, un ejemplo de los problemas de las fricciones que puede causar el turismo masivo en la ciudad de Barcelona. Son dos autobuses que realizan recorridos clave, porque en algunos tramos tienen pocas o ninguna alternativa, sobre todo este verano, con un tramo central de la L4 parado por obras. Pero a la vez también son los autobuses que muchos turistas utilizan para ir al Parc Güell y al mirador de la batería antiaérea de la colina de la Rovira, un lugar de peregrinación instagramer mal llamado "los bunkers del Carmel". Y es en espacios como estos dos autobuses en los que la convivencia entre ciudadanos y visitantes se hace más complicada. Los testigos más directos de esta situación –y también unas de las víctimas– son los conductores de los vehículos que realizan estos recorridos. A menudo se convierten en informadores, guías turísticos, mediadores y vigilantes. Se ven obligados a realizar trabajos que no les corresponden para intentar garantizar una mínima convivencia en el transporte público de la ciudad. Y cuando esto ocurre significa que algo falla.

Los conductores de autobús deben poder dedicarse a hacer circular con suavidad un vehículo cargado de pasajeros en una ciudad que a menudo ya tiene un tráfico bastante complicado, no a controlar que los turistas respeten las normas cívicas más básicas o que no haya disputas entre ciudadanos y visitantes. Y los barceloneses, en una ciudad que se supone que quiere ganar terreno a los coches, necesitan un transporte público eficiente, que les permita moverse con rapidez y comodidad, sin sentirse como anchoas dentro de una lata. El Ayuntamiento de Barcelona debe abordar este problema. Y la solución no puede ser sólo añadir más vehículos en las líneas 24 y V19: la capacidad de atracción del Parc Güell y del mirador de la colina de la Rovira superará cualquier parche como éste. Y los vecinos por los que pasan ambas líneas tampoco querrán que sus calles se conviertan en autopistas para autobuses y autocares. Sobre todo los que viven en calles estrechas y que suben más, en Can Baró y en el Baix Guinardó, donde el tráfico continuo de autobuses ensordece a cualquier vecino que se atreva a tener las ventanas abiertas. Aparte de acelerar en lo posible las obras de la L9 del metro, que tendrá una parada en la plaza Sanllehy, debería replantearse un aumento de la limitación de aforo para turistas tanto del Parque Güell como del mirador de la colina de la Rovira.

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Pero la situación del 24 y el V19 es sólo un síntoma de un problema cada vez más general: la fricción entre el turismo y la ciudadanía. Cabe recordar que en el primer semestre Cataluña batió otro récord de visitantes extranjeros, 9,25 millones, y aunque el aumento se ha empezado a moderar, el turismo sigue creciendo. Casi el 10% de los barceloneses lo considera el principal problema de la ciudad. Si el Ayuntamiento de Barcelona no aborda esta fricción entre vecinos y visitantes de forma global, pero también quirúrgica en puntos calientes como estos dos autobuses, la tensión aumentará. Y esto sólo puede llevar al malestar ciudadano y a un aumento del rechazo de una parte cada vez más importante de la población hacia los visitantes.