Los límites de la sumisión británica a Trump

Reino Unido ha preparado a conciencia un gran despliegue de pompa y circunstancia, encabezado por la monarquía más glamurosa del planeta, para halagar a Donald Trump en su segunda visita de estado a tierras británicas (la primera fue durante su primer mandato, en el 2019). Trump y Melania han sido recibidos por los príncipes de Gales, Guillermo y Kate Middleton, en los jardines de Windsor y les han acompañado hasta dónde estaban Carlos III y Camila. Allí Trump ha podido pasear en una carroza real y participar en varias ceremonias de carácter militar en las que se han interpretado los himnos de ambos países. La guinda del pastel será el banquete de estado en St. George's Hall que le ofrece la familia real británica.

Toda esta parafernalia, que ha sido muy bien recibida por Trump, no ha podido celebrarse en las calles de Londres debido a las protestas contra la visita, y por tanto todo se ha hecho en el recinto del castillo de Windsor, lejos de las miradas del pueblo y con una esmerada retransmisión de la BBC. El objetivo de Londres no es otro que impresionar a Trump con una gran muestra de adulación con el objetivo de poder arañar algunos beneficios comerciales de su socio más importante, por ejemplo la exención de los aranceles para el whisky escocés (la madre de Trump, por cierto, era escocesa).

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Ésta parece ser la vía que ha encontrado todo el mundo para intentar minimizar al máximo los daños políticos y económicos que está provocando Trump. Lo hizo antes la Unión Europea en ese encuentro humillante de Ursula von der Leyen con Trump en un campo de golf propiedad del presidente estadounidense en Escocia y también durante la pasada cumbre de la OTAN, donde el secretario general, Mark Rutte, se refirió al mandatario como "daddy".

Esta táctica puede dar frutos a corto plazo, tal y como dice en un artículo en el Financial Times Edward Luce, pero nunca puede ser una estrategia de fondo con un personaje como Trump. Luce recuerda que el fastuoso regalo de un Boeing de lujo por parte de Qatar en Trump, y la promesa de inversiones multimillonarias, no sirvieron para evitar que Israel bombardeara este país por matar a dirigentes de Hamás. Esta política de apaciguamiento o de contención con Trump sólo tiene sentido si en paralelo se van construyendo alianzas que permitan reducir la dependencia del gigante estadounidense. Esto es lo que está haciendo, por ejemplo, Canadá, que no ha querido plegarse a las amenazas de Trump, y lo que también debería hacer la UE, que ha iniciado un acercamiento a la India, otro de los países castigados por Washington.

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Si Keir Starmer piensa que puede sacar algo positivo de toda esta demostración de subordinación a los deseos de Washington va bastante errado, porque Trump no tiene ningún respeto por sus aliados, y además su candidato para gobernar el Reino Unido no es él sino Nigel Farage, el instigador del despropósito del Brex. Quizás sí que este jueves Starmer podrá exhibir algunas migajas, pero será siempre porque a Trump le convenga dar una imagen de magnanimidad con quienes le hacen la pelota de forma exagerada. Y esto no es ninguna "relación especial". Se llama simplemente sumisión.