El reto de las tierras raras

Los 17 elementos químicos conocidos como tierras raras poseen propiedades magnéticas, ópticas y eléctricas que los hacen cruciales para la fibra óptica, las pantallas y los dispositivos electrónicos en general. Se utilizan para fabricar radares y sensores, baterías recargables, satélites, drones, ordenadores, teléfonos móviles, altavoces, telescopios e incluso aparatos médicos. En una sociedad cada vez más tecnológica que intenta virar de los combustibles fósiles en las energías renovables, son materiales cada vez más necesarios. Componentes aparentemente tan sencillos como los imanes de los discos duros, los altavoces y la mayoría de los motores eléctricos se realizan con estas tierras raras.

China es la principal potencia mundial en la extracción de estos elementos químicos y de otros minerales críticos para la industria. Y también se ha convertido en la principal potencia a la hora de refinarlos para su uso, en procesos complejos que implican substancias tóxicas y peligros para el medio. Todo ello lo ha aprovechado también para convertirse, además, en la principal potencia productora de muchos componentes, como los pequeños imanes arriba mencionados, sin ir más lejos. China domina el sector de las tierras raras y aprovecha para reforzar su liderazgo cada vez más evidente en la fabricación de aparatos electrónicos.

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Estados Unidos, pese a los anuncios, promesas y gesticulaciones de Donald Trump, siguen profundamente dependientes de China para estos elementos químicos. Por eso les interesaba tanto el acuerdo con Ucrania para la extracción de tierras raras: el territorio ucraniano tiene un 5% de los recursos minerales del mundo y reservas de 22 de los 34 minerales que la Unión Europea considera críticos. Pero buena parte de estos depósitos están ahora en zonas que controla Rusia. Esta dependencia también lleva a Trump a mirar con codicia hacia Groenlandia y Canadá. E incluso se atreve a lanzar proclamas expansionistas que recuerdan demasiadas épocas que creíamos superadas.

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En países como Congo y Myanmar los elementos químicos críticos también son gasolina para los conflictos armados. En Colombia los narcos han entrado en el negocio minero. En lugares como Malasia y Madagascar e incluso en Suecia existen protestas y conflictos ecológicos y sociales relacionados con la extracción de estos materiales y su procesamiento. Son la esquina oscura de la carrera tecnológica global.

En Europa no podemos cerrar los ojos. Mientras las grandes potencias mundiales mueven sus fichas en el tablero geopolítico para asegurarse el abastecimiento, el control o incluso el monopolio de tierras raras y otros minerales críticos, debemos afrontar la situación con responsabilidad. Esto no significa saltarnos todas las medidas de control y protección ambiental, como hacen otras potencias. Quiere decir no rehuir el problema, significa buscar de forma coordinada la forma de abastecernos, de llegar a acuerdos internacionales con países productores, de extraer y explotar estos materiales de forma segura y de potenciar la investigación y el desarrollo, evidentemente, para encontrar alternativas a estos elementos.