El turismo que quisiéramos y lo que tenemos y tendremos

Con el tema turismo cuesta que se acabe de hablar claro. La realidad es la que es. El turismo representa cerca del 15% de la economía catalana y hasta un 12% de la ocupación. Y estas cifras, como suele ocurrir en este sector, no incluyen todo el conjunto de empresas y trabajadores que de forma indirecta también dependen de ello, lo que posiblemente haría que el peso del sector fuera aún mayor. Según datos de Eurostat, Cataluña es la tercera región de la UE con más pernoctaciones de turistas. Entre enero y diciembre del 2023, en el último año con datos fiables, tuvo 85,6 millones de pernoctaciones contratadas, tanto de turistas españoles como internacionales y con establecimientos de todo tipo, desde hoteles hasta pisos turísticos. Es decir, estamos hablando de cifras oficiales que no incluyen el mercado clandestino de alojamientos, que también existe. Es una cifra importante, bastante parecida a la que tiene Croacia Adriática, un destino cada vez más popular y que recibió más de 87,3 millones de pernoctaciones, y que todavía está bastante por debajo de Canarias, que fue la líder indiscutible, con 95,5 millones.

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Estos dos últimos casos son específicos porque se trata de zonas donde la principal industria es precisamente el turismo, que en Canarias además carece de estacionalidad gracias a un clima que le permite tener los establecimientos abiertos todo el año. En Cataluña, sin embargo, el turismo no se considera la principal industria y la economía está más diversificada. Sin embargo, es uno de los sectores que más crecen y su impacto es contundente en cuanto a cómo afecta a los ciudadanos residentes en aspectos como la vivienda, la calidad de los servicios, los transportes y la ocupación del espacio público. El escritor Marco de Eramo, en la entrevista que puede encontrar en Cultura, lo dice bien claro: "El problema de una ciudad no es que vengan turistas, sino que la ciudad viva del turismo" porque –añade el autor deEl selfie del mundo– esto significa que no tardará en morir como ciudad habitable por sus vecinos.

Las cifras también son claras cuando muestran cómo algunas de las poblaciones costeras turísticas, como Lloret de Mar o Castelló d'Empúries, son, también, las más pobres de Catalunya porque el tipo de ocupación, estacional y con sueldos bajos, no crea riqueza. Y también, como ha mostrado el último padrón municipal, en Barcelona la población joven con hijos está emigrando en masa porque no encuentra ni vivienda ni un espacio público adecuado para las familias. Y es que la gestión del turismo, tanto el de costa como el urbano, no es fácil. Los llamamientos a hacerlo más sostenible, controlarlo, buscar un turismo "de calidad" son necesarios y bienintencionados, pero difícilmente efectivos.

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El turismo que tenemos es el que hay por mucho que nos hagamos ilusiones de lo que nos gustaría tener. La maquinaria turística tiende a funcionar al por mayor y es muy sensible a cualquier variación de seguridad u oferta, lo que da mucho poder a los grandes operadores del sector y hace más difícil su gestión. Nos podemos alegrar, pues, de las buenas cifras de pernoctaciones que hemos tenido, pero hay que estar atentos a todo lo que es necesario mejorar para conseguir que la experiencia del visitante mejore y, al mismo tiempo, que haya un retorno claro y evidente al conjunto de la ciudadanía.