Viajes

Islas que no son Ibiza ni Santorini: siete joyas mediterráneas

Un viaje por siete islas que no salen en las postales más típicas pero que enamoran por su autenticidad, naturaleza y silencio

Cristina Torra
19/08/2025

BarcelonaEl Mediterráneo siempre ha sido un faro de inspiración, un mosaico de aguas turquesas, piedras antiguas y pueblos que guardan historias milenarias. Salpicado de islas, es un rincón del mundo que deja recuerdos grabados en la memoria de todos los que le visitan. El tacto cálido de la arena fina bajo los pies, el sonido suave de las olas que se desmenuzan junto a la playa, el olor intenso de sal, el calor del sol dorado y esa sensación de libertad que sólo dan las islas.

Santorini, Ibiza o Cerdeña son algunas de las islas mediterráneas mundialmente conocidas, pero ¿sabías que en el Mediterráneo hay más de 1.200, entre islas e islotes, que pueden ofrecer miles de experiencias diferentes? Desde la calma que puede buscar una familia en las aguas cristalinas de Kufonisia hasta la belleza salvaje y el silencio que reclama una pareja en Gavdos. Y aún hay más: cuevas volcánicas en Lipari, bosques frondosos en Mljet, naturaleza verde en Marettimo, serenidad en Tilos o historia en Gozo.

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Si es la primera vez que sientes estos nombres o te suenan, pero no sabes muy bien dónde ubicarlos ni qué se esconde, sigue leyendo. Estas siete islas te invitan a descubrir un Mediterráneo lleno de matices, en el que cada rincón tiene un encanto propio y la luz del sol hace brillar momentos que se quedan para siempre grabados en la memoria.

1.
Lipari

Entre volcanes y vísperas mediterráneas

Lipari es la mayor de las Eolias y combina la calma de un pueblo con la vida animada de un pequeño núcleo mediterráneo. Entre la Marina Corta y la Marina Lunga, las tardes y las vísperas de verano se llenan de conversaciones, helados y música. De día, basta con alejarse unos minutos para descubrir su alma más salvaje: muros de piedra seca, caminos con vistas al mar, playas de arena blanca y rocas volcánicas. El castillo, la acrópolis y el museo arqueológico cuentan milenios de historia, y por la noche, la cálida luz acaricia el mirador Quattrocchi con vistas a Vulcano. Lipari es un plató natural, pero también un lugar real y vivo, donde cada rincón invita a quedarse algo más. Y más. Y más.

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2.
Kufonisia

Dentro de un azul turquesa imposible

Kufonissia parece un espejismo perdido en medio del mar Egeo: un pequeño archipiélago formado por dos islas diminutas –Ano y Kato Kufonissi– rodeadas de aguas de un azul turquesa imposible, casi irreal, que enamoran a cualquier viajero. Estas dos manzanas están conectadas por un estrecho de unos 200 metros, y su ritmo de vida parece desafiar el tiempo y el reloj, un remolino de calma y sencillez. Sólo Ano Kufonissi está habitada: una mancha blanca sobre el azul mediterráneo que invita a la calma, a las bicicletas ya los baños en calas doradas. Todo está muy cerca. En menos de tres horas puedes recorrerla a pie o en barca, entre piscinas naturales, tabernas marineras y rituales antiguos como el del 15 de agosto, cuando todo el pueblo navega hasta Kato Kufonissi para venerar a la virgen. Esta otra isla, deshabitada, es un paraíso de playas desiertas y ruinas antiguas. Dicen que los piratas las llamaron "islas vacías" por los agujeros en las rocas que parecían cuevas. Pero quien ha estado allí sabe que vacías no tienen nada. Kufonisia no es sólo un lugar, sino una experiencia para los sentidos, un canto a la belleza sencilla y al más puro encanto del Mediterráneo.

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3.
Gavdos

El final del continente

Más al sur que Gavdos no hay otra isla mediterránea. A 40 km de Creta, es el extremo más meridional de Grecia y de todo el continente europeo. Un rincón remoto, de playas vírgenes y silencio, donde viven sólo sesenta personas durante el año. Se puede llegar en ferry desde Paleókhora o Hora Sfakion, pero los horarios son pocos y el regreso, incierto. Quizás por eso, viajar a Gavdos es un acto de desconexión voluntaria. Se dice que aquí vivió la ninfa Calipso y que su encanto todavía flota entre ginebras, caminos erosionados y calas doradas como Sarakiniko. Desde el faro de Ambelos, a 368 m de altura, las puestas de sol son de una belleza descarnada. No hay bancos ni gasolineras, pero sí encontrarás caminos, tabernas esparcidas y un aroma de tomillo que resiste el verano.

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4.
Mljet

Un parque nacional en una isla

Bosques milenarios, lagos salados, calas de ensueño y cuevas legendarias: Mljet lo tiene todo. Declarada parque nacional, la mitad occidental de esta isla croata del Adriático ofrece una combinación única de verde intenso y azul turquesa, con los lagos de Veliko y Malo Jezero como corazones latidos. Se llega en bici oa pie, entre pinos, y se puede nadar hasta el monasterio de Santa Maria. En la otra punta de la isla, la playa de Blace y las dunas de Saplunara completan este mosaico natural, mientras que la cueva de Ulises nos invita a perdernos en el mito y la luz azul del fondo marino. ¿Sabías que la leyenda dice que ese personaje mitológico quedó prisionero de amor en esta cueva?

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5.
Marettimo

La isla más salvaje de Sicilia

Solitaria, abrupta y mágica: Marettimo es la más remota y elevada de las islas Égades. Esta isla escarpada y silenciosa, situada frente a la costa occidental de Sicilia, parece suspendida en el tiempo. Su nombre viene de la palabra marítimo, y no es por casualidad: aquí todo gira en torno al mar. El pequeño puerto de casas blancas, el ritmo pausado de los pescadores, los colores cambiantes del agua y el olor a sal crean una atmósfera única. Con un solo pueblo marinero y menos de 300 habitantes, Marettimo mantiene una paz intacta. No hay coches, ni grandes hoteles ni playas llenas: sólo senderos que suben entre acantilados, cuevas escondidas y el eco constante de la naturaleza. Más de 400 cavidades marinas rodean la isla, algunas accesibles sólo en barca, convierten el lugar en un paraíso para el submarinismo. Los que prefieren andar pueden subirse hasta el Pizzo Falcone, atravesar bosques aromáticos y descubrir el castillo normando de Punta Troya o las ruinas romanas y la pequeña iglesia bizantina. Entre águilas y muflones, Marettimo invita a perderse entre mitos, arrecifes y horizontes infinitos. Una isla que combina mar, montaña y silencio como pocas islas del Mediterráneo.

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6.
Tilos

La isla en la que vivieron los últimos elefantes de Europa

A medio camino entre Rodas y Kos, Tilos es una pequeña isla virgen del Dodecanès con playas poco concurridas, pueblos tranquilos y una gran riqueza natural. Es el primer territorio energéticamente autosuficiente de Grecia y una reserva protegida donde anidan aves poco comunes como el halcón de la reina o el águila de Bonelli. En la cueva de Charkadio se hallaron restos de los últimos elefantes enanos de Europa. Además de rutas de senderismo y calas remotas, la isla conserva castillos medievales, templos antiguos y vestigios bizantinos. Su capital, Megalo Chorio, alberga un pequeño museo con fósiles, cerámicas y esculturas encontradas en la isla.

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7.
Gozo

Entre templos milenarios y paisajes de otra época

Con menos tráfico, menos edificios y más silencio que su hermana mayor, Gozo es la cara pausada de Malta. Una manzana de interiores rurales, templos megalíticos y calas escondidas entre acantilados. En Rabat, la ciudadela domina el paisaje con aires medievales, mientras que en los templos de gantija, más antiguos que las pirámides de Egipto, resuena una espiritualidad ancestral. Los pescadores atracados en Xlendi aún arreglan las redes al sol, y en Ta' Pinu, la basílica de los milagros, los devotos cuelgan exvotos con fe serena. Gozo no tiene prisa: caminas entre algarrobos e higueras, sigues la costa de Wied il-Għasri o la entrada sumergida del Blue Hole y, sin darte cuenta, entras en otra temporalidad.