Cuando sientes que tienes que ser “la más lista de la clase”

Conversamos con cuatro mujeres de edades y ámbitos diferentes sobre un fenómeno transversal: el síndrome de la impostora

BarcelonaClara se ha pasado seis meses con dolor de estómago cada vez que tenía que hablar con un medio de comunicación. Jenn no se atrevía a enviar sus propuestas a un grupo de Whatsapp si antes no habían sido validadas por alguien otro. Anna Pacheco reconoce que muchas veces ha llamado a expertas para elaborar un reportaje y a menudo le han dicho que no estaban lo bastante formadas para opinar. Y Anna López todavía siente que en el quirófano tiene que demostrar que lo hace mucho mejor que los otros porque es una mujer en un mundo de hombres. El llamado síndrome de la impostora –la tendencia, más acusada en las mujeres, de menospreciarse y pensar que no se está lo suficientemente preparada para un trabajo– se manifiesta de múltiples maneras y se combate con más referentes femeninos. Hablamos por videconferencia con cuatro mujeres de edades y ámbitos diversos: Anna López, jefe del servicio de cirugía plástica del Hospital de Bellvitge; Jenn Díaz, diputada y escritora; Clara Prats, investigadora y profesora de la UPC, y la periodista Anna Pacheco.

Todas lo hemos sufrido

La diputada y escritora Jenn Díaz es la primera que rompe el hielo: “El síndrome de la impostora creo que es transversal y todas lo hemos vivido. En mi caso, no tanto como escritora sino como diputada. Este síndrome que traemos de casa se junta con el hecho que nosotros llegamos a un espacio de poder que ha sido tradicionalmente masculinizado y, por lo tanto, te sientes como una invasora del espacio. Yo, a pesar de que soy diputada, no tengo acceso a ciertos espacios donde se toman decisiones y esto provoca que cuando me dejan acceder, creo que tengo que ser brillante y la más lista de la clase porque, si no, no me volverán a invitar. Mi primera tendencia siempre es observar y después actuar, pero si pierdo el tiempo observando quizás después no tengo una segunda oportunidad. Y quizás todo está en mi cabeza, pero creo que hay una base que es estructural.

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Clara Prats: Hace poco que oigo hablar del síndrome de la impostora. Me considero una persona prudente a la hora de opinar en una reunión con mucha gente, de hablar en público o de decir ciertas frases de manera contundente, pero esta prudencia que asocio con mi persona también puede ser explicada, en parte, por el síndrome de la impostora.

Anna Pacheco: Pero es que se penaliza cuando somos de otro modo. Cuando una mujer explica argumentos de manera más severa, se la acusa de estar enfadada y se invalidan sus argumentos porque las formas no son las adecuadas. Se nos ha educado socioculturalmente en una manera de ser que está anclada en el patriarcado.

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Anna López: Y te das cuenta que es una cosa que hemos vivido desde la infancia, que hemos aprendido desde pequeñas: que las mujeres tenemos que ser más prudentes y los hombres más valientes.

¿A los hombres no les pasa?

A.P.: Me muestro crítica con el síndrome de la impostora porque, como pasa muchas veces con las etiquetas, el mercado la hace suya y lo acaba pervirtiendo y está muy asociado al liderazgo femenino en el marco de la empresa. Y me cuestiono si no es razonable y deseable que tengamos dudas sobre nosotros mismos. El problema son, quizás, estos hombres que nunca tienen el síndrome del impostor. Muchas veces tenemos que ceder el espacio a una persona que está más preparada que nosotros, y no simplemente comprar este discurso corporativo que tenemos que ser como los hombres y decir que sí a todo y creernos las putas amas, porque esto también está muy asociado al patriarcado. La humildad y la inseguridad también pueden ser revolucionarias y está bien y no pasa nada.

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A.L.: Tendemos a la perfección y si no es lo que tú consideras en tu cabeza que es perfecto, te quedas en segundo plano. La medicina ha cambiado mucho y hay muchas mujeres, pero en la cirugía todavía hay muchos hombres y más en los cargos al mando. Y a veces, cuando estás en el quirófano, tienes la sensación que tienes que demostrar que lo haces mucho mejor que los otros porque eres una mujer en un mundo donde siempre ha habido hombres, y es esta sensación de perfección la que aparece, que si no consigo lo máximo es mejor callar. Y es un error, nos falta este punto de valentía.

J.D.: El problema no es que nos pase a nosotras, sino que a ellos no les pasa. El problema no es que nosotros seamos prudentes, sino que ellos no lo han sido. La prudencia no tendría que estar penalizada, tener dudas no tendría que estar penalizado. En la mayoría de reuniones, casi todas las mujeres empezamos diciendo: "Tal vez esto es una tonteria pero..." Empezamos justificándonos antes de decir nada. Por ejemplo, para preparar los debates electorales me invitaron a un grupo mayoritariamente de hombres y la primera cosa que hice fue pasar mis ideas por privado al hombre que me había invitado al grupo y, una vez tenía la validación, me atrevía a enviarlas a todos. Y mis compañeros cuando dicen algo que a mí me parece estúpido no empiezan diciendo "quizás esto es una tonteria".

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C.P.: El problema es cuando esta prudencia se convierte en miedo. Yo no pienso dejar de ser prudente, pero no te tiene que frenar para hablar en un grupo o para equivocarte. Nunca había hablado a los medios de comunicación y no sabéis los dolores de estómago que he tenido hasta que pierdes el miedo de equivocarte: si me equivoco no pasa nada, mañana ya lo matizaré.

J.D.: También es normalizarlo. Durante muchos años se decía: "Yo quiero poner mujeres en las tertulias, quiero poner mujeres en las alcaldías, pero no las encuentro". Y verte a ti, Clara, ahí, genera referentes.

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Cómo combatirlo

J.D.: Teniendo amigas feministas. Los encuentros y espacios informales con otras mujeres feministas referentes en sus ámbitos a mí me ha ayudado. Comentar con ellas muchas cosas que me hacían dudar y ser consciente que lo que decía no me representaba solo a mí. Pero tampoco es garantía de nada. Cuando hago una cosa por primera vez vuelvo a la casilla de salida.

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A.L.: Yo tuve la suerte de participar en un curso de liderazgo femenino que organizó el ICS y fue muy enriquecedor, me di cuenta que las mujeres tenemos una manera de liderar diferente: más colaborativa y en equipo. Cuando empecé en el hospital era la única mujer en cirugía y teníamos un servicio muy piramidal y muy jerárquico y era complicado desarrollar la pericia.

A.P.: Ahora, como ya sabemos que el síndrome de la impostora puede ser una trampa del mercado, pregunto a mis amigas: "¿Lo que me están pidiendo es el síndrome de la impostora o una locura?" Y está bien que digan: "Estás preparadísima para hacerlo, es tu tema y lo harás genial". O: "Esto es una locura, di que no, no pasa nada". Y tiene mucho que ver con los ritmos del mercado porque escribes un libro y, de repente, tienes una atención sobredimensionada y ya puedes opinar de todo, ya eres tertuliana, y son dinámicas profundamente patriarcales que están pensadas desde la centralidad del hombre.

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C.P.: ¿Cómo he luchado yo? A base de formarme he ido adquiriendo seguridad. Cuando estoy segura de puertas adentro puedo estar segura de puertas afuera. Tengo un entorno laboral eminentemente masculino y también querría poner en valor el papel de los amigos.

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Los referentes

J.D.: Como muchas de nosotras llegamos por primera vez, la manera de ejercer el poder y de ocuparlo nos lo tenemos que inventar sobre la marcha porque no tienes referentes. Y el liderazgo femenino en política dependerá del hecho que algunas nos encontramos cómodas haciendo cosas de manera diferente y asumiendo el coste adicional que supondrá, y pienso en el caso de Anna Pacheco y Operación Triunfo.

C.P.: Los estudiantes que suben ahora lo llevan más integrado, yo me planteo cuestiones por información externa y ellos ya lo llevan incorporado.

¿Se acentúa con la exposición pública?

J.D.: El nivel de exigencia que tenía hacia mi persona cuando era escritora era uno y ahora que soy diputada es otro. Pero no tiene que ver tanto conmigo como con el cargo.

A.P.: Se acentúa. A medida que tu trabajo se hace más visible, tienes que pensar muy bien qué dices. Pero es que se nos exige más siempre. Se nos pide una brillantez y una excelencia que no se les pide a los hombres. Hay un meme que dice: "Ojalá despertarme cada día con la autoconfianza de un hombre blanco mediocre". No queremos ser mediocres, pero tenemos el derecho de serlo, también. El escrutinio va hacia nosotras. Y es una reflexión que me hago mucho más que un hombre, porque el castigo también será patriarcal. Lo vimos en Operación Triunfo. El ataque fue misógino. Y, por lo tanto, esto hace que tengas un miedo que viene de una misoginia profunda. La exigencia es triple, pero el ataque es doblemente severo y tiene un carácter machista. Y me gustaría decir que no me afectó, pero una parte de mí no quiere volver a pasar por todo aquello y se aguanta cosas que diría.