Cabaret Pop

Adiós a la era de los famosos divertidos

Con la muerte de Jimmy Giménez-Arnau o Luis Ortiz, se extingue una raza de famosos privilegiados desde la cuna que enamoraban al gran público por su libertad y su hedonismo

BarcelonaLas malas noticias nunca llegan solas. Esta semana nos han dejado por sorpresa a dos personas que eran dos iconos de la prensa rosa. Dos hombres que lo habían sido todo para una época de la crónica social española y que, fruto de esa popularidad pretérita, nunca habían desaparecido más de nuestras revistas. Con su muerte, Jimmy Giménez-Arnau (a los 81 años) y Luis Ortiz (a los 74) nos han recordado estos días de dónde veníamos y dónde estamos actualmente en materia de crónica rosa. Si lo que habíamos tenido primero eran cachorros consentidos del franquismo viviendo la eterna primavera de unos años 80 que para ellos nunca terminaron, lo que tenemos ahora es aún peor: fracasos escolares sin nada especial con un ego desbordado propulsado por realities y redes sociales que premian al personaje más estridente por encima de lo más interesante y lo más normativo por encima de lo más real. Pero hoy no toca lamentarse por nuestra miseria de cada día sino celebrar a los surrealistas personajes que nos ofrecía la televisión cuando todavía era catódica y las revistas cuando eran el lugar donde aparecer para tener prestigio social.

En la categoría de los privilegiados viviendo la dolce vita impúdicamente, Giménez-Arnau ocupó un puesto muy destacado. Nacido con la fortuna de ser hijo de un diplomático del franquismo, Giménez-Arnau llegó al mundo mientras sus padres navegaban con un transatlántico por aguas de Brasil. Si esto ya hacía presagiar que tendría la nevera llena de por vida, su privilegio se multiplicó cuando en 1977 se casó con María del Mar Martínez-Bordiú y Franco, más conocida como Merry. La historia nunca cambia y los afortunados siempre se han casado entre ellos, pero en este caso a Giménez-Arnau le tocó el gordo, ya que en aquellos años emparentarse con los Franco suponía convertirse en una especie de virrey .

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Su problema fue descubrir que donde se había metido quizás no era un lugar donde poder ser muy libre ni, por tanto, tampoco muy feliz. Para aquel irreverente joven de notable cultura y poca afición a morderse la lengua, ese matrimonio fue una cárcel de la que salió disparado a los cinco años, cuando se separó de la madre de su única hija, Leticia, con la que no mantenía relación alguna desde hacía años cuando murió. Ese fracaso matrimonial y haber estudiado dos carreras (la de derecho y la de periodismo) fueron los ingredientes imprescindibles para el Jimmy Giménez-Arnau que todos hemos conocido: un provocador formato que no se casaba con nadie más que con su don para ganar cualquier batalla dialéctica sin necesidad de tener que gritar, algo que hoy en día se echa mucho de menos en los medios.

Aquella boda, celebrada en el Pazo de Meirás, la había hecho muy conocida entre los españoles gracias a la exclusiva que vendieron en ¡Hola! con la intermediación del neto primogénito del dictador, Francis, que les hizo los tratos. Lo que no sabía entonces –así lo explicó hace un par de años en una entrevista en Mercedes Milá– es que el millón que cobró era sólo una anécdota, ya que el negociador se había quedado cinco para él –evidentemente – sin decírselo. De ese número de¡Hola! se vendieron más de un millón trescientos mil ejemplares, demostrando la importancia del enlace para la sociedad de la época. Aquello fue la carta de presentación para el periodista durante muchos años. Concretamente, hasta que logró crearse un nombre propio en el sector del show business televisivo, un mundo en el que nunca se escondió de ninguno de sus pecados y donde brilló especialmente.

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Autor superado por la televisión

A pesar de que también se dedicó a escribir novelas e incluso poesía, el hecho de que sus apariciones televisivas fueran siempre tan elocuentes hizo que nunca fuera tomado en serio como escritor, tal y como él lamentaba. De hecho, incluso llegó a escribir el guión de una película, que codirigió y protagonizó: Cocaína. Uno tesoro que ojalá estuviera en Filmin, y en el que aparecía el pintor José Vela Zanetti y el cómic Josema Yuste. De todas sus obras publicadas, la más recordada fue, sin embargo, la que menos creatividad le requirió: Yo, Jimmy. Mi vida entre los Franco. Una autobiografía en la que se dedicaba a narrar cómo había sido su paso por aquella familia, que nunca le perdonó ni el divorcio ni el libro, tan crítico y mordaz como el propio autor.

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Posteriormente, no le hizo ninguna falta seguir malhablando de sus exparentes políticos, porque con los años ya lo hacía casi todo el mundo y tenía mucha menos gracia. Fue entonces cuando el periodista que había sido un pionero en España al vender su boda se convirtió de nuevo en un líder en participar en el auge de los programas-espectáculo más kitsch. Tras vivir sus años más dulces en la Marbella de la opulencia, que también retrató en un libro en el que pisaba algunos ojos de piojo, Giménez-Arnau –que se casó dos veces más después– vivió un resurgir con el su paso por Tómbola, la zona cero de lo que se ha conocido como telebasura. Su lista de participaciones televisivas es larga y dura hasta llegar a Sálvame Deluxe, en la que una vez más era a la vez periodista y personaje, como había sido toda su vida.

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Su estilo provocador, que le valió una pelea física con Pipi Estrada dentro de Telecinco que acabó en los tribunales, fue el que años antes provocó uno de sus momentos mediáticos más estelares: Norma Duval le lanzó un zapato de tacón en directo durante el programa Protagonistas, de Luis del Olmo, cuando se emitía a Onda Cero. El periodista había hablado mal de ella y la estrella no estaba dispuesta a perdonárselo. Las fotos son historia pop de España. Lo que la mayoría desconocen de ese brote violento es que la musa del PP de Aznar falló el tiro y que, por desgracia, el zapato impactó nada menos que en el dibujante Antonio Mingote, que colaboraba en el programa .

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Como Giménez-Arnau, también vivió una vida liberal y alejada del ideal que sus padres tenían previsto para él el madrileño Luis Ortiz, conocido siempre por ser el accesorio de su mujer, la icónica Gunilla von Bismarck, condesa alemana, bisnieta del canciller Otto von Bismarck y la figura más emblemática de la jet-set europea exiliada en la Costa del Sol. Ortiz, uno de los once hijos de un alto funcionario del ministerio de Información y Turismo franquista que trabajó como censor en TVE, vivió una vida completamente disipada y licenciosa que consistió en ir de fiesta en fiesta junto a su esposa . Imagen perenne de la Marbella dorada –y de todas las Marbellas porque nunca se fueron...–, los medios siempre los tuvieron como personajes de fondo de armario ya lo largo de décadas siempre han aparecido y reaparecido en las revistas. Ni a uno ni al otro nunca se les conoció ningún oficio y en 1989, según han defendido muchos periodistas de la época, se divorciaron sólo para vender su exclusiva porque se habían quedado sin dinero . De hecho, siguieron viviendo y apareciendo juntos hasta el pasado abril, cuando él ya estaba visiblemente enfermo del cáncer que se le ha llevado.

Gunilla y Luis Ortiz en una foto de juventud
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La pareja, que se casó en el castillo alemán de Friedrichsruh y que tuvo a los reyes de Suecia entre los invitados, tuvieron sólo un hijo, completamente anónimo, que tiene a Silvia de Suecia como madrina y que fue cofundador de la red social Tuenti . Juntos marcaron una época que con la desaparición de él y de Giménez-Arnau se puede dar ya vista por sentencia. Una época infinitamente más divertida que la nuestra en la que los famosos no vivían permanentemente aterrorizados por ser cancelados si cometían un error en público. Una época en la que era delicioso escribir y leer la crónica rosa porque hablaba de famosos felices. Ambos entendieron el show de la vida perfectamente. Hasta el final.