Cabaret Pop

¿Por qué nos gusta tanto Héctor Bellerín?

El nuevo fichaje azulgrana ha conseguido convertirse en tema de conversación más allá de las tertulias deportivas y de los fans del fútbol

BarcelonaPara que se puedan hacer una idea de mi miserable vinculación con el fútbol, les confesaré que la última cosa que tengo grabada en la mente sobre el Barça es que Pep Guardiola era el entrenador del club y que lo dejó. Después de aquel trascendental hecho, todo lo que he oído sobre este equipo y su porvenir ha sido para mí white noise. Cuando alguien me explica algo al respecto, mi cerebro –que tiene forma de Britney Spears– empieza a hacer un ruido como de casete rayado que me impide adquirir nuevos datos sobre cualquier cuestión relativa a esta institución. Esto me pasa más todavía si la información es futbolística en general y no del Barça, puesto que entonces mi mente emite los agudos más agudos de Mariah Carey y, aparte de no oír nada, pierdo incluso la visión y dejo de ver a quien sea que haya cometido el atrevimiento de hablarme sobre aquello.

Pero en medio de esta discapacidad cognitiva que tengo en relación a los deportes en general –menos para el salto de trampolín y la gimnasia artística...– y al fútbol en particular ha habido últimamente un hecho insólito. Un personaje protagonista de esta omnipresente disciplina deportiva se me ha materializado delante y he podido seguir escuchando, viendo e, incluso, ¡recordando! Se trata del retorno a casa de Héctor Bellerín, que se ve que se formó en el Barça de jovencito y tuvo que marchar afuera a hacer carrera por todas esas cosas que les pasan a los futbolistas y que yo no tengo ninguna autoridad moral para explicar.

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Bellerín, nacido en Barcelona pero ciudadano ilustre de la Calella que no es de Palafrugell, llegó a mi vida no solo a través de las noticias deportivas que se emiten al final de los informativos televisivos, sino que también vino a encontrarme a través de Instagram. Es decir, alguien a quien yo sigo habló de él. Diré más todavía: ¡habló positivamente! Desde entonces nuestro platónico idilio ya no ha tenido freno. Cada dato nuevo que incorporo se queda grabado y no lo olvido y, además, cada persona –de mi desfutbolizado entorno– a quien le comento que existe Bellerín me dice que ya lo sabía y me da nuevos datos positivos sobre él, que, además, me siguen interesando. Estoy casi preocupado.

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Hablando de por qué le encontramos todas las gracias a este futbolista con el siempre asertivo artista tortosí Pepo Moreno –por cierto, hagan el favor de comprarse la camiseta que ha diseñado para Jacquemus, que se destinarán los ingresos a llevar hasta Francia personas de la comunidad LGTBIQ+ en peligro de muerte a sus malogrados países– me dijo que esto nos pasaba porque era la versión woke Quimi de Compañeros. Y tiene razón. Bellerín parece un quinquide barrio pero porque quiere –no como tantos otros futbolistas, que no son conscientes de la (mala) imagen que proyectan– y es completamente woke, puesto que entre otras causas es especialmente activo en cuanto a la lucha contra el cambio climático. De hecho, incluso es accionista del club de fútbol Forest Green Rovers, que según la UEFA es el "más sostenible del mundo".

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Pero sus atractivos no acaban en el autoconsciencia estética ni en su activismo medioambiental empresarial. Ni en el hecho de que es la única persona que yo he visto a quien le queda bien la camiseta del Betis. También gusta porque lleva ropa de segunda mano, porque ha demostrado suficiente olfato estilístico para que marcas de primer orden se fijen en él, porque habla de libros –¡se ve que lee Joan Didion!–, porque ha financiado la plantación de más de 60.000 árboles en el Amazonas, porque lleva mullet en tiempos de rapados creativos de estilo reguetonero, porque tiene una belleza completamente particular que no intenta modificar, como sí que hacen algunos cristianorronaldos, porque tiene conciencia animalista y practica el veganismo, y, también, porque se moja sobre guerras como la de Ucrania y porque no va con coches de ultralujo que ultracontaminan...

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En resumen, se puede decir que el activo más grande de Bellerín para atravesar los umbrales del ámbito futbolístico ha sido no parecer un futbolista. Y es que ya me perdonarán, pero que pocos, poquísimos, usan toda su influencia para advertir al mainstream de que quizás en algo van desencaminados. Estoy seguro de que hay otros Bellerines persiguiendo pelotas por estos clubes de Dios, pero poco levantan la voz para decir cosas diferentes, para usar su poder de influencia en beneficio de causas valiosas. Y pocos se atreven a reivindicar estéticas alternativas, tan valioso que es esto en medio de un ecosistema dominado por las redes donde la homogeneidad es una dictadura de la cual no te puedes escapar sin sufrir una granizada de odio.

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Por desgracia suya, la semana de la llegada de Bellerín a mi equipo de fútbol preferido –ahora ya soy del Barça, claro ...– ha coincidido con las miserables declaraciones del entrenador del PSG, Christophe Galtier, que en respuesta a la pregunta de si su equipo podía desplazarse en tren a los partidos se ha burlado abiertamente ante las cámaras de esta respetuosa modalidad de transporte haciendo ostentación de una arrogancia que arrastra por el barro a su equipo y, de rebote, a todo el mundo del que forma parte. Todos menos Mbappé, que se arrastra él solo meándose de risa en aquella misma rueda de prensa ante una propuesta orientada a frenar un cambio climático que mata cada día a muchas personas en todo el mundo. Sobre todo, personas que no tienen sus ingentes ingresos económicos. Ojalá fueran conscientes más futbolistas de que también tienen que marcar goles sociales y no solo en una portería. Gracias, Bellerín.