“Cuanto más al norte, más cerca del paraíso”
El filósofo Joan-Carles Mèlich tiene un recuerdo especial de las primeras vacaciones después de permanecer dos veranos cerrado escribiendo la tesis
BarcelonaEl viaje por Italia y Austria que realizó en el año 88 el filósofo Joan-Carles Mèlich fue importante para él. Llevaba dos veranos en Barcelona, encerrado en una habitación con luz artificial, escribiendo la tesis sobre Karl Jaspers, recién entregada. Justamente su último libro, El escenario de la existencia, sigue una de las ideas centrales de su tesis, que no hay ser humano fuera de situaciones y relaciones.
Fue un viaje en coche con unos tíos. La idea inicial era ir al sur de Francia, a la Costa Azul, para después hacer Pisa y Florencia, visitar la Galería de los Uffizi, El nacimiento de Venus de Botticelli y el David de Michelangelo, que estaba deseando ver. "El verano en Italia es horroroso, con el calor y los mosquitos. Por si no habíamos tenido suficiente, se nos ocurrió ir de Pisa hasta Venecia", explica, y admite que fue una pésima idea. Llegaron por la mañana, un italiano les enredó, se gastó más dinero del que querían, en la Plaza San Marcos estuvieron matando mosquitos gigantes, y después de comer ya tenían suficiente. A partir de ahí, cuando deciden ir hacia el norte, comienza otro viaje completamente distinto: "En el norte de Italia ya se hablaba alemán, un idioma que me tranquilizaba porque lo había estudiado. Y cuanto más al norte, más cerca del paraíso". Tiene muy presentes Trento, Bregenz o el lago de Constanza, que parece un mar, de tan grande que ves el horizonte, haciendo frontera con Suiza, Austria y Alemania, y donde una barquita te llevaba a la isla de las flores, una especie de jardín inmenso que había en medio del lago. El cambio de paisaje con los bosques y el lago mejoró todo: "Respirar el aire de la Selva Negra fue maravilloso".
Tiene muy buen recuerdo de la poca prisa del viaje, parando y viendo lo que les atraía. Reivindica el viaje, asegurando que cada vez más se confunde con el desplazamiento. Asegura que la gente tiende a ir deprisa a una especie de no-lugares: "Todos las partes da igual, no podrías saber si estás en Barcelona, París, Tokio o Nueva York". Seguramente por ello, su medio de transporte preferido es el tren, que le permite estar relajado viendo cómo cambia el paisaje, y su ilusión es ser viajero de Orient Express o del transiberiano. Lo que más detesta es el barco, no tanto por la velocidad como por el mareo y las vascas: "El peor verano es el que fui a Ibiza, estaba vomitando que todavía no habíamos salido del puerto".
En los últimos veranos ha realizado trayectos cortos, se desplaza hasta Vilanova i la Geltrú, donde cada mañana hace una especie de ritual: "Voy a la playa a ver la salida del sol y leo media hora con los pies en el agua". Hace un par de años fue la Ilíada y el pasado, elOdisea. Ya ha decidido que la lectura de este verano será La Divina Comedia, de Dante.