Mapa de aguas
Han dado el agua y los grifos de todas las fuentes de Ardenya han empezado a manar a presión ya brillar. Son como pendientes entre la melena de hilos de agua que bajan de la montaña. Los cárcavas atraviesan los caminos y los arroyos galopan hacia la hondonada, imantados por la riera de abajo. Si taláramos el bosque, se vería que estos hilos de agua son la sombra luminosa del tronco y las ramas de un gran árbol invisible que hay en el cielo.
Habría tenido que subir con las gafas de ir debajo de agua. Las tengo en el coche, esperando el buen tiempo. El mar y el bosque son refugios, aquí se puede hacer frente a los imperios, las guerras y las noticias urgentes de última hora, invariablemente falsas. Mar, bosque y cielo serán bunkers, mientras existan.
Estos días, con esa lluvia que decían que no debía volver, cada cuenca, cada pliegue de falda de la montaña ha resultado ser una canal; los senderos eran conductos de agua; los troncos de madroño, negros y muelles, eran mangueras. Cada arroyo da sentido a una grieta de la roca. Si el agua niega un camino y no me deja pasar, es que no era un camino.
La geografía es acústica, poniendo la oreja detallo los senderos del agua, la deglución, sollozos, saltos y meteoritos, mido la profundidad del valle, cuento los escalones que bajan y los árboles que riega cada acequia exactamente. El agua me dice en la oreja las calles de la ciudad debajo del bosque, siento el líquido que transita inundándolo, los coches, las escuelas y campanarios. Me estoy en la cubierta de una embarcación, navego por la espuma blanca del brezo y el agua azul del romero florido.
Hay mares removiéndose debajo del mar vegetal, agua que canta en la corteza de los árboles hipertensos, todos con el pie bajo tierra y el tobillo en remojo. La vegetación, musculada, saca pecho. Forma en los arcenes del camino para pasar revista.
La montaña se escurre. El chip-chap va secándose a medida que subo. El camino se vuelve cada vez más seco, pero mis compañeros vegetales, no. Llegando hacia arriba, veo que aéreamente la geografía también se adaptaba a los elementos que están de paso. Del mar, que está justo detrás de las montañas pero no se ve, llega lentamente la niebla que acaba de desembarcar y que flota y se arrastra como una serpiente entre los collados de las colinas. Llena los vasos y después encapucha las cimas con nubes de sal. Las hadas de humo se agachan a mimar la cabeza de los árboles y luego los envuelven como crisálidas, los difuminan, y qué inmersión y qué sabor desaparecer en medio del bosque, entre el vapor de arriba y el agua que se reencuentra a sí misma abajo de todo.